Material de construcción
Eider Rodríguez
Literatura Random House (2023)
"Escribo estrictamente para averiguar qué estoy pensando, qué estoy mirando, qué veo y qué significa. Para averiguar lo que quiero y lo que me da miedo"
"Estoy al lado de papá, en una habitación especial de la unidad de ictus". Así empieza lo que pronto será una rabiosa y feliz constatación: Material de construcción es una novela de las que cuesta desengancharse a pesar de que te esté golpeando a cada párrafo. Golpeando, digo. Sin contemplaciones. La primera persona. Un yo que como todos los yo te ponen en guardia. Cuestión de fe. A ver qué pasa. Torcer el morro. Mmm. A ver adónde nos lleva la enfermedad del padre. Aún no sabemos nada de la hija. Aún no sabemos nada de nadie. Aún no sabemos nada de nada. Normal, si estamos en las dos primeras líneas de la novela. Poco a poco. No vayamos a presionar el texto y acabemos ahogándolo. No pasa mucho rato para que la primera luz apriete el gatillo de la lectura: el padre es alcohólico. Lo dice la hija, lo cuenta en un tiempo distinto a cuando era niña y sentía vergüenza de que en la escuela la vieran con el padre que se caía de borracho. Ella lo llama así: borracho. "La vergüenza es una emoción asociada a la moral y a la conciencia… La vergüenza destruye la identidad de la persona", dice. Construir lo que somos con los mismos materiales que nos servirían para levantar una casa. Una familia. Una ciudad con caries en los huesos. Una vida. Muchas vidas. "Preferiría un padre que tuviese un enemigo exterior en vez de uno interior", escribe. Antes ha visto una fotografía con fondo negro y tres rostros, dos de hombre y uno de mujer. Y un puño rojo ilustrando un texto breve: "Herriak ez du barkatuko". Crecer a golpe de secretos familiares. El miedo. También el miedo, aunque como en un verso de Benedetti lo convirtamos en coraje. También el miedo.
Una historia será una buena historia si no la destroza la escritura. Una obviedad. Pero hay que repetirlo siempre que haga falta. Estoy hasta el gorro de la escritura pálida. Sin conflicto no hay literatura. El conflicto está también en la escritura. Cómo elegimos contar una historia. Las voces narrativas en Material de construcción. Pasar por todas las voces. Por todos los puntos de vista. Por la difícil búsqueda de un ritmo que sea como lo que hacía Thomas Bernhard para encontrar el suyo en sus relatos desabridos: sentarte al piano, iniciar una melodía y leer sobre esa melodía lo que has escrito. Jugar con esa estructura que descompone la historia en piezas no estancas, en rectángulos de tierra donde crecen plantas y a ratos el olor acre de la muerte. Morir para encontrar en la muerte no la descomposición, no la podredumbre líquida de un animal muerto, sino el amor que nunca habías conseguido sentir porque tardaste en descubrir que la vergüenza podía convertirse en "instrumento de conocimiento".
Cómo contar lo que pertenece a un tiempo en que todo formaba parte de lo indecible. A lo mejor, dándole voz a cada desconcierto, a los abismos del desasosiego, a la vomitera que se alimenta de las cabriolas patéticas de un borracho a tiempo completo para él mismo y para quienes forman parte más o menos cercana de su vida. "Sentir nuestra propia relación con la violencia no desde la denuncia moral o la ideología, sino desde espacios afectivos de incomodidad e incertidumbre", escribe Edurne Portela sobre esta novela. Echar mano de las palabras para escapar de la derrota, de la humillación a que te somete el escrutinio público, de lo que en algún momento has dejado caer en la cuadrícula de lo irremediable. Aquel medio novio, o casi nada, que siente "la misma fascinación que yo por las palabras". Cómo corregía Eider Rodríguez las palabras, cómo ponía las letras en su sitio, cómo buscaba en su precisión más exacta el sentido de su propia existencia y de las que con más o menos solvencia la rodeaban. Es cuando sabemos que la hija se llama Eider, como la autora de este libro fascinante. Soy torpe para los adjetivos si se trata de destacar las virtudes de un texto que me gusta. Se me ocurre "fascinante" para el que acabo de leer y del que ahora escribo. Una vez se lo pregunté a mi amiga Marta Sanz: eso de mi torpeza con los adjetivos que dicen algo bueno de un libro: "Mientras no digas delicioso…". En ningún momento me pregunté si la historia era real o inventada. A la mierda eso de la autoficción, de la metaficción, de otras bobadas semejantes. Ganas de marear. De algo tienen que vivir quienes se inventan esas tonterías. Novelas a secas. Al fin y al cabo, la historia será lo que la escritura decente quiere que sea. Y la escritura de Material de construcción lo es. Y tanto que lo es. Aunque duela. O precisamente porque duele. En un pequeño libro titulado Escribir, Marguerite Duras —que tiene un cameo en esta novela— cuenta la muerte de una mosca. Su amiga Michelle Porte, que la escucha, se ríe. La escritora, no. Piensa que la muerte es la muerte. Sea de quien sea. Como cuando se imaginaba que podía matar a los nazis que pasaban por su lado, cuando la ocupación. Y entonces, ya decidida a contar sobre la muerte, lo dice ella misma: "escribir el espanto de escribir". Así ha escrito Eider Rodríguez esta novela hermosa que deja cicatrices. A veces la escritura tiene la forma de un diario. No escaquearse quien escribe tras otras fórmulas narrativas. Que no se salve nadie. El conflicto.
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El diario empieza en 2018 y acaba en 2020. El ictus del padre. El confinamiento para cerrar las puertas al pangolín. Al final las cartas del padre a la madre cuando el padre hacía la mili en Ceuta. Un alivio. O mejor: el amor estuvo ahí. En medio de todo, la historia que arranca como si fuera la carta al padre, de Franz Kafka ("quiero que muera"), y asume el vuelco hacia la necesidad de cuidar su deterioro. No hay heroicidad en los cuidados de la fragilidad. Sé de lo que hablo. Ando en ese tajo que te colapsa cada dos por tres casi veinte años. Hay que estar. Y se está: "La civilización comienza con el cuidado del otro". A ratos te ríes cuando estás leyendo. Una leve ironía, apenas. No está el patio para risas. Me acuerdo de El lugar, uno de los primeros libros de Annie Ernaux: "Quería hablar, escribir, sobre mi padre, sobre su vida, y esa distancia que surgió entre él y yo durante mi adolescencia". Y un poco más adelante: "Nada de poesía del recuerdo, nada de alegre regocijo". Dice Eider Rodríguez que mientras escribía esta historia sonaba de fondo La pasión según San Mateo, de J. S. Bach. Y que sin esa música "este libro sería otro". Yo hice lo mismo mientras escribía sobre su libro y las heridas que nos cuenta. Pero mi música no era de Bach, sino de Joan Baez: Help me make it throgh the night. El ayer ha muerto y el mañana ha desaparecido, es triste estar solo. Ayúdame a superar la noche... En todo caso, no dejen de leer Material de construcción, ¿vale? Con la música que más les guste de fondo, claro. Pero lean esta novela en cuanto puedan. Y hablamos…
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Alfons Cervera es escritor. Su último libro es Maquis (Edición 25 aniversario en Piel de Zapa).