Los que me conocen saben que juré, medio en broma, medio en serio, justo cuando entrábamos en la fase de estado de alarma, no escribir nada acerca del covid-19 ni del dichoso confinamiento, porque me parecían y me parecen, a estas alturas, aún más, hechos básicamente irrelevantes, por más que estén siendo dramáticos e incómodos.
Sin embargo, me he decidido a escribir este breve artículo porque veo, entre mis compañeros de la izquierda social y cultural, una tendencia a considerar material e históricamente relevante esta experiencia, hasta cierto punto traumática, como anunciadora de algo nuevo y diferente, no se sabe bien qué.
En un poemario de despedida a la vieja clase obrera y de bienvenida a los nuevos esclavos, que se concibió antes, mucho antes de la crisis del covid-19, y que terminaré, seguramente, una vez transcurrida esta, he decidido explicar en un preámbulo, a los futuros lectores del mismo, por qué no hay ni habrá en él el menor rastro, ni mención, de esta crisis.
La razón es sencilla, este trance que estamos pasando ni ha cambiado ni cambiará nada en la condición de los trabajadores de todo el mundo; en cualquier caso, se han agudizado y se agudizarán aún más las condiciones de semiesclavitud precaria en la que viven. Tampoco, por supuesto, cambiará el sistema que propicia su condición subalterna y obsoleta.
Respecto del pensamiento y de la escritura tampoco cambiará nada o solo lo hará de un modo superficial y postizo, bienintencionado y sentimental, en el mejor de los casos, o interesado, en busca de réditos personales, por lo general, en el peor.
En qué me baso para afirmar todo esto de un modo tan cortante y rotundo; muy sencillo, me baso en la experiencia de nuestro pasado: si Auschwitz no cambió nada en nosotros, una mera pandemia gripal mutada no lo hará.
Si la destrucción del mundo en dos guerras mundiales que se sucedieron en menos de 30 años no cambió nada en nosotros, unas semanas en nuestros balcones aplaudiendo no cambiará nada.
Si los pueblos de Europa que sufrieron el fascismo y el nazismo, hace apenas 75 años, están dispuestos a repetir sus mortíferas historias y sus ciegos comportamientos criminales, dando pábulo y acogida a las nuevas serpientes, esta incómoda experiencia, por dramática que nos parezca ahora, no cambiará nada.
Todos sabemos que, en cuanto se abran las terrazas y los bares, y no digamos en cuanto aparezca una vacuna, o simplemente desaparezca el azote, sin saber cómo, igual que ha llegado, nos olvidaremos de los muertos y volveremos a nuestras rutinas de explotación y supervivencia.
En términos geopolíticos, esta crisis ha confirmado, eso sí, por una parte, la desaparición de Estados Unidos como potencia mundial de referencia y, por otra, la implosión a escala continental y el papel subsidiario de la Unión Europea a escala mundial; pero incluso estos hechos estaban ya más que anunciados y claros antes de comenzar esta crisis.
Ver másBogotá, 1987
En fin, solo aquellas obras literarias o de pensamiento que partan de esta realidad, la absoluta irrelevancia de la crisis del covid-19 en relación con su posible influencia en el devenir de los procesos históricos en marcha, o que traten de explicar dicha irrelevancia en términos materiales, ya sean sociológicos o ideológicos, tendrán sentido. Todo lo demás serán o desbordamientos emocionales, anclados en la pura experiencia personal del dolor –el de la muerte en soledad de los ancianos y de los seres queridos, o el del abandono y confinamiento degradante de los pobres e indigentes en las ciudades, creo que serán algunos de ellos—, o, lo que es de temer, pura basura sentimental o simple postureo personal, en busca de un oscuro reconocimiento de no se sabrá qué mérito.
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Matías Escalera Cordero es escritor. Su útimo libro, Matías Escalera CorderoRecortes de un corazón herido: por la esperanza(Huerga y Fierro, 2019).
Los que me conocen saben que juré, medio en broma, medio en serio, justo cuando entrábamos en la fase de estado de alarma, no escribir nada acerca del covid-19 ni del dichoso confinamiento, porque me parecían y me parecen, a estas alturas, aún más, hechos básicamente irrelevantes, por más que estén siendo dramáticos e incómodos.