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Conciencia de la luz

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Lo que hace el tiempoYolanda PantinMadridVisor2017Lo que hace el tiempo

 

La conciencia del paso del tiempo es una de las tres o cuatro obsesiones decisivas en la meditación poética. Pero hay diversos modos de abordar esta conciencia. Quizá lo primero que convenga decir del libro de Yolanda Pantin es que no se plantea la factura del tiempo como una desolación, un testimonio del proceso degradador de la vida. La poesía se identifica aquí con el tiempo para asumirlo como un camino de elaboración. El movimiento de los relojes, o más precisamente de la luz, alumbra, depura, ordena, borra, elige y pone las cosas en su sitio. La perspectiva sobre el mundo (su historia familiar, su país, su escritura) que adopta Yolanta Pantin es la de una mirada y una inteligencia que descifra la realidad de las cosas puestas en su sitio por el tiempo. Así que el tiempo no es una catástrofe, sino una escritura poética.

Rafael Arráiz Lucca definió la poesía de Yolanda Pantin con la fórmula “una premeditada frialdad”. Es un requisito imprescindible para jugar con fuego. Frialdad significa aquí no sólo conciencia del tiempo, sino conciencia de la escritura. Otra voz venezolana, la de Antonio López Ortega, al prologar la Poesía reunida (1981-2002) de la autora, señaló lo siguiente: “El afán de calibrar la dimensión del vacío para, por traspuesto, como si quedara una silueta, revelar lo que queda como posesión”. Se trata, pues, de borrar, depurar, prescindir, dialogar con el vacío, pero en la búsqueda de lo que merece quedar, del sedimento que puede considerarse una posesión. La muerte del sujeto anecdótico, según el propio Antonio López Ortega, en busca de una verdad última. Desde ahí, el intervalo, el salto, el diálogo entre el deseo de decir y la sabiduría de callar definen el mundo poético de Yolanda Pantin en una apuesta por la escritura como elección de huellas, de rasgos. Un testimonio seleccionado de la vida propia y de la propia vida.

Lo que hace el tiempo es un libro que dialoga consigo mismo. Si abre su meditación con la conciencia de ir hacia una tarde en la que el sol no hiere, comprende después que hay un charco en el que la tarde aparece como pérdida. Señala lo que puede verse sin olvidar “lo que nunca había visto”. La niña que guarda la memoria de la mujer madura se encuentra con la realidad de la nieta igual que un caballo perdido se sustituye con otro en el ciclo de la vida. La serenidad de la mirada poética no exige transcendencia, promesa de inmortalidad, sino conciencia de la luz, una luz subjetiva, que señala esos momentos de verdad elegida.

El poema que da título al libro alude a una tarde, tiempo de madurez, en el que la luz dibuja los contornos de un jardín. Los árboles, después del paso de los días y las estaciones, ya han alcanzado su altura. Todo aparece ordenado, en su sitio. Desde esta perspectiva se puede mirar con sentido de inventario la infancia, las herencias, el diálogo con la propia familia, el país de los muertos y de los vivos, la soledad, los sueños. Si la escritura dibuja, pinta, como la niña que miraba en su infancia con claridad al mundo, el resultado se acerca más a Matisse que al impresionismo de Monet. Se trata de una colección de instantes que pretenden superar la impresión para fijarse como claridad de vida.

La apuesta estética, la sensualidad inteligente y calculada, quiere responder a un vitalismo en el que el existir encuentra siempre motivos de resistencia y autogerminación. Por mal que vayan las cosas en el fragor de la vida y la muerte hay una inercia que saca a los vecinos, vestidos de domingo, a las plazas. Y puede la belleza conquistar los días.

La depuradísima conciencia de escritura que ha marcado la evolución literaria de Yolanda Pantin parece una respuesta a las conversaciones difíciles con la realidad. Se reúne la abstracción con el testimonio, la elaboración intelectual que se eleva sobre el tiempo con referencias a la actualidad de Venezuela, la soledad del pensamiento con la compañía de nombres propios que forman parte de la vida. Para una poeta como Yolanda Pantin, los cultivos del tiempo tienen que ver con la memoria familiar y con la memoria literaria. La palabra nace del sedimento, de lo que fue abonado. La vida es un cuaderno lleno de borradores que espera con paciencia a que el tiempo ponga las cosas en su sitio. Eso es lo que hace el tiempo, lo que ha hecho el tiempo en el mundo poético de Yolanda Pantin, iniciado en 1981 con Casa o lobo y culminado por ahora con Bellas ficciones (2016) y con este libro que acaba de aparecer y el que se le ha concedido por unanimidad el premio Casa de América.

*Luis García Montero es poeta y profesor de Literatura. Su último libro, Luis García MonteroA puerta cerrada (Visor, 2017). 

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