Los diablos azules
Daniel Ruiz: "Hoy en día ir a trabajar es un acto violento"
Siete de la tarde de un miércoles de invierno en Sevilla, Daniel Ruiz llega al velador del bar Mary Reyes, un clásico popular de La Puerta de Jerez, donde habíamos quedado con la poeta Rosario Pérez Cabaña para tomar una copa y charlar un rato de su última novela, La gran ola, premiada con el premio Tusquets de Novela este año. Hace frío, pero tenemos encendida a la espalda una de esas flamígeras estufas de gas que templan las terrazas de los bares, así que no se está mal. Daniel Ruiz (Sevilla, 1976) llega del trabajo (hoy los escritores de raza, especialmente los adscritos a la no-escuela sevillana que tanto está dando que hablar, trabajan por partida doble). Habla rápido, como escribe, intenso, sin un ápice de grasa en su discurso, como sus musculadas novelas (así le gusta referirse a su estilo narrativo, donde nada sobra y nada falta) y se toma una cerveza como mandan los cánones del Mary Reyes (yo cometí el error de pedir un tinto, la poeta, más acertada, bebe un blanco), yo le cuento y él me cuenta más.
La gran ola es una novela que atrapa al lector por una oreja y lo arrastra por la calle hasta el aparcamiento más cercano, donde Julián Márquez, uno de sus personajes, dejó el Passat, por si apetece luego un viajito al infierno de positivismo y el triunfo positivo y la positiva vida positiva de Monsalves (no sé si sigue siendo S.L. o ya amplió capital a S.A.). Una novela que, sobre un argumento que relata los bajos fondos del alma de lo comerciales de la muy droguera empresa Monsalves, a punto de ser beatificada por el coaching-gurú Estabile, trata, a mi juicio, de esta sociedad de la mentira y la estupidez integradas. Me contesta Daniel Ruiz: "Sí, en la novela hay, por una parte, un reflejo de unos tiempos absolutamente frívolos, pero, por otra parte, yo añadiría también, violentos. La novela es una reflexión sobre la violencia y el miedo, que junto a la frivolidad, son las características más notorias de esta época de la postverdad que estamos viviendo: la sublimación de lo emocional para imponer el discurso vacío de la sociedad del espectáculo".
Si le digo que todos los personajes que componen la novela van cuesta abajo y sin freno, menos Estabile, que es el que aprovecha bien la situación, él continúa: "Hay una cosa que los une a todos, sí, y es que son absolutamente infelices, y también que lo son sin saberlo. Quizá el personaje más consciente de esa infelicidad es Gertru, el mismo personaje que la mayoría de los lectores, al final, tiende a salvar y, curiosamente, con el que se identifican, siendo el personaje más ludita, más bestia, más anarquista, que lo que quiere es volar la empresa. Gertru, probablemente sea el único personaje verdaderamente consciente de lo que está pasando, porque todos los demás están asumiendo un discurso ajeno como si fuera propio, aunque, en realidad, se están comiendo toda la mierda que la empresa les echa encima bajo esa especie de mantra, digamos, positivo que les está imponiendo".
Daniel Ruiz me sigue contando que sí, que no hay un solo personaje en la novela que no sufra y proyecte violencia, a pesar de que ninguno es consciente de su mala leche. "Eso es una cosa que está en el ambiente, una especie de podredumbre ambiental en la que viven los personajes como si fuera propia. Esa es la mala canalización de la violencia, si partimos de la tesis (que mucha gente me contesta) de que hoy en día ir a trabajar es, en sí mismo, un acto violento. Y esa violencia, extremada por la crisis económica, se vuelve aún más dañina. Con lo cual, como decía Almudena Grandes, yo creo que con muy buen criterio, ésta es una novela de terror, el terror de la violencia ejercida contra el trabajador, que más que como ciudadano, no ya siquiera como 'consumidor', es tratado simplemente como un ser productivo, rebajado a mera rentabilidad. Ese conflicto he intentado reflejarlo de manera que se note que está presente no sólo en el paisaje laboral, sino también en el doméstico, donde sigue. De manera que las dinámicas laborales absorben la vida entera de los individuos, que en realidad es lo que persigue el mundo del trabajo en el postcapitalismo contemporáneo: tragarse al individuo entero, más allá de sus ocho horas laborales, convirtiendo el trabajo en un motivo de ocupación y preocupación las 24 horas del día, siete días a la semana".
Esta no es una novela corriente, de las que siguen modas o patrones acomodados, Daniel Ruiz lo sabe, se apasiona comentando cómo, debajo de la trama rápida y dolorosa (como un puñetazo directo a la nariz) de La gran ola, hay un pensamiento crítico en desarrollo de extraordinaria agudeza social. Sin ir más lejos, con su lectura implacable, de la "happymentira" que vende poesía del éxito. Pienso en un personaje, Estabile. "Al final, el criterio de juicio sobre la efectividad de un trabajador es cada vez más emocional, lo que implica un importante grado de subjetividad en estos métodos de evaluar quién es emocionalmente competente y quién no lo es. Desde el momento en el que una empresa mide la idoneidad emocional de un trabajador, está incluyendo unos criterios muy peligrosos, que fundamentalmente van en contra del individuo, de manera que se considerará como persona 'tóxica' dentro de la organización a aquella que sea, en verdad, la persona crítica con esa misma organización. Un asunto que no sólo ha llegado a la manera de gestionar las empresas, sino que se ha colado en todas las capas de la vida que estamos viviendo ahora, con esta sublimación de cualquier cosa que tenga ver con lo emocional, las nuevas líneas del storytelling, de vender a través de las emociones, las microcápsulas esas de la Coca-Cola o del anuncio de la lotería de Navidad... Todo eso lo que esconde es un discurso que pretende que huyamos de lo racional y que, a través de lo emocional, adquiramos nuevos hábitos de consumo o de entrega sin condiciones a la empresa, tanto da".
PREGUNTA. Con este discurso lo que nos hacen creer es que el único responsable de lo que sucede, bueno o malo, es el individuo, borrando cualquier posibilidad de crítica al funcionamiento del sistema, ¿no? Si te desahucian, por ejemplo, el único culpable de tu desdicha eres tú, que no sabes entender como “positiva” esa “lección para la vida”, etcétera.
RESPUESTA. Sí, es lo que cuenta Byung-Chul Han en su ensayo Psicopolítica (Herder), donde dice más o menos eso, que hay un objetivo generalizado en el discurso dominante de erradicar lo negativo y él hace la analogía (porque al final esto tiene unos componentes religiosos importantes) entre el sacerdote, que es un curandero para librarte del pecado, y todos esos chamanes que lo que busca con su coaching empresarial es librarte del pecado moderno, eso nebulosamente llamado “la negatividad”, bajo la concreción de que todo aquello que sea entendible como negativo no es productivo y entonces no vale. Lo que pretenden es conseguir plantillas de trabajadores absolutamente positivas, aunque el fin de ese positivismo es conducirte directamente a la bobería, al buenismo, siempre que ese buenismo signifique decir sí a todo lo que manda la empresa, sin ningún tipo de límites, de manera que lo que en realidad se busca no son plantillas felices, sino esclavos.
P. Quizá eso a donde lleva, cuando revienta tanto “buenismo” frustrado, es a un tipo de violencia proyectada no contra el sistema, sino contra otros individuos, a menudo culpables de nada, pero siempre más débil.
R. Claro, esa violencia, que no sólo se expresa en el ámbito de la empresa, sino en todo lo cotidiano: en las relaciones de los niños en los colegios, en el deporte... Yo he tenido alguna experiencia cercana viendo a los padres en los partidos de equipos infantiles de fútbol comportarse como auténticos energúmenos, como hooligans fomentando la competitividad salvaje... Lo mismo en el ámbito de las relaciones entre padres e hijos o en el de la pareja... Digamos que esa violencia se expande a todos los ámbitos de la vida y uno vive con crispación y con miedo. Al fin y al cabo esta crisis de valores, cuya muestra más evidente es la crisis económica, no es en realidad sino una crisis espiritual, una crisis de sentido que genera ese clima de miedo en el que hoy están inmersas nuestras vidas. Yo veo un montón de miedo en todos aquellos que me rodean, miedo a perder el puesto de trabajo, miedo a perder el estatus social; un miedo que se orienta hacia el ejercicio de una violencia loca, como ocurre en la novela con ese padre que le da una hostia al niño y al final lo que está realmente haciendo es proyectar esa violencia reprimida, de tal forma que no es capaz ni de entenderla ni de digerirla, cuando quizá la proyección más lógica de esa violencia que siente dentro es la que pretende Gertru: ponerle una bomba a la empresa.
P. Eso me lleva a una de las siete “aes” con las que Estabile quiere optimizar el rendimiento del personal de la empresa Monsalves, es la "a" de amor, curiosamente, lo único que no hay en ninguno de los personajes de la novela.
R. Llevas razón, de entre la serie de tópicos en ese pensamiento naíf destaca el amor. En la novela está ese personaje que remata todos sus speechs con un abrazo y eso tiene que ver con lo que hablábamos antes, esa apelación a las emociones, pero con una solución tan prefabricada que es totalmente mentirosa, genera lo contrario de lo que pretende, mucha desconfianza, resulta un embuste, cuando lo cierto es que el único amor del que se habla en toda esta literatura del éxito es el amor a ser más productivo, para así darle más beneficios a la empresa...
Ese personaje que al final llega a otra de las “aes”, la de ataraxia, pero al final no se sabe si lo que tiene es un derrame o que se le ha ido la pinza o ha entregado la cuchara y ya no puede más con la presión. Hay un doble discurso en ese tipo de literatura positiva que, en verdad, defiende una cosa muy distinta de la que aparentemente dice. Esa constante apelación al pensamiento crítico que uno lee en toda la literatura de autoayuda y motivación, sobre todo en la orientada al mundo de la empresa, siempre bajo la advocación de los nuevos gurús, como Bill Gates o Steve Jobs, que resalta la importancia de saber decir no, de ser críticos... Todo muy bien formulado, queda muy bonito sobre el papel, pero después cuando ves las prácticas, cómo esos gurús y sus emuladores llevan verdaderamente las ideas grandilocuentes a su terreno, te das cuenta de que están en otra cosa, no quieren cerca nada ni nadie crítico con la organización. Tanta asertividad, tanta resiliencia y otros términos de moda por el estilo, lo que esconden es simplemente una patraña.
P. Saltemos ahora a otra cosa, si te parece, a tu escritura. A mí la técnica de composición de La gran ola me pareció prodigiosa: perfecta conjunción de alta literatura, convenciones de género, ritmo narrativo de telefilme (lo digo como un acierto, no como una crítica negativa)... Me ha sorprendido especialmente la naturalidad de los diálogos, por lo demás, cargados de información, no hay adornos decorativos, todo es lo que tiene que ser.La gran ola
R. Cuando me pongo a escribir, mi mayor obsesión es evitar la adiposidad, porque como lector me irrita mucho la “grasa” novelística, aunque hay escritores a los que acudo también precisamente por su maravilloso exceso de grasa. Pero el caso es que a mí como escritor, lo que me gusta es una narrativa muy fibrosa, en la que todo esté orientado hacia la eficacia del relato. Es algo a lo que he llegado con los años, porque al principio me gustaba recrearme en la escritura; ahora, en cambio, busco estructuras muy musculadas y con poco aditamento, por eso los capítulos están muy cerrados.
Para ello, tengo que hacer una operación de fiscalización previa (si noto algún exceso, lo elimino de inmediato) y otra posterior de poda, en la que voy eliminando todo lo que sea superfluo o que no aporte nada a la trama. Además de eso, hay otro aspecto importantísimo para mí que es el ritmo narrativo, busco una literatura rítmica, cosa que no importó mucho en la novela tradicional, como tampoco en la música clásica, el ritmo que lo ordena todo es cosa del jazz y de músicas posteriores. Para mí la literatura es también eso: la posibilidad de hacer una narrativa rítmica a partir de elementos musicales o matemáticos, que están presentes, por supuesto, en muchos autores modernos y tan distintos como Carpentier, Cortázar o Kerouac. Personalmente, busco ese ritmo por medio de recursos como aliteraciones, repeticiones, el estilo sincopado, el uso combinado de frases cortas y frases largas y, por supuesto, también en la escritura de diálogos ágiles, que permitan leer con avidez. Para mí el mejor halago que pueden hacerme los lectores es que me digan que se han leído la novela de un tirón y que se quedaron con hambre de más. Sí que es un recurso muy de género y de bestseller, pero a mí me interesa, porque con los nuevos hábitos de lectura y la primacía de lo audiovisual, es una forma de conectar con el lector. Yo no soy de esos autores que reniegan de la incorporación de elementos del discurso visual en la literatura.
Estuve una vez en una de esas reuniones donde se había montado una mesa redonda sobre la influencia de le literatura en el cine y, al día siguiente, otra acerca de la influencia del cine en la literatura. Yo compartía la segunda mesa con Carmen Riera y Antonio Soler. Allí yo planteaba que los tiempos habían cambiado y que la literatura no podía estar ajena a otros discursos como el cinematográfico y que ello no debería ser considerado con menosprecio (hemos vivido tiempos en los que la novela que se dejaba influenciar por lo cinematográfico era calificada como basura). Me pidieron ejemplos y yo puse el de L.A. Confidential, de James EllroyJames Ellroy, que escribe con una narrativa muy cinematográfica, con un ritmo brutal, y me respondieron que eso no era literatura. A mí me parece que defendían una idea de la literatura absolutamente apegada a lo decimonónico, cosa que creo que es un error.
P. En cierto modo, La gran ola, por su manera de enfocar desde la alta literatura temas que sólo habían interesado, a lo que parece, a esa cosa llamada bestseller, me recordaba, aunque de lejos, la mirada literaria de Chuck PalahniukLa gran olabestseller.
R. Lo he leído algo, pero a mí se me queda como demasiado moderno. Quizá mi trabajo literario te recuerde al suyo, porque él también se ha acercado a nuevas realidades o a realidades con poca implantación en la literatura, llamemos, “seria”, y eso me interesa también a mí. Huyo del tópico y busco nuevas formas de expresión del realismo, temas como la política entendida como negocio, en Todo está bien, o el asunto de las consultorías de comunicación para las empresas, en La gran ola. Es cierto que son temas que el realismo tradicional no ha tocado como objetos narrativos, pero yo los enfoco desde una postura que podríamos llamar “de resorte”, escribo sobre ellos porque son algo que me inquieta; me salgo así de la idea tradicional de la literatura social. Por esta misma razón, por su acercamiento a las nuevas realidades de lo social, me interesa lo que escriben Houellebecq o Jonathan Franzen.
P. Al tuyo lo llamaría yo realismo ácido y muy pop.
R. Bueno, lo cierto, es que hay nuevos elementos de la vida social que sin duda van a tener contestación en la literatura. Por ejemplo, el tema de internet y las redes sociales, la enorme influencia en la creación de estados de opinión de los youtubers... Yo creo que eso, al final, tiene que entrar en la literatura... De hecho ya ha entrado, pienso que Franzen hace algo de eso. Ha sido siempre así, cuando Proust introducía el cinematógrafo, aquello llamaba la atención, incluso Galdós también incluyó en sus novelas algunos elementos de la naciente sociedad de masas, que a algunos les parecía un sacrilegio. La novela realista tiene que adaptarse a los nuevos fenómenos sociales, incluso antes de que estén consolidados, porque el escritor tiene la necesidad de reaccionar ante lo extraño o de ponerse un poco en lo que está pasando. Si no es así, ya parece que uno está escribiendo casi una novela histórica.
Por otra parte, la dimensión satírica de mi novela, que tú apuntas, no es algo tan raro en la literatura española, hay muchos elementos en La gran ola de la picaresca del Siglo de Oro; la historia de uno de sus personajes, Riberita, es en realidad la misma de Lázaro de Tormes, incluso su final reproduce la misma visión moral. Es una tradición, ese gamberrismo de la literatura española, por nuestro propio carácter, supongo. El pequeño Nicolás es una perfecta expresión del pícaro, por ejemplo. En ese sentido, pienso que La gran ola es una novela de pícaros; de hecho, pretendí que la novela tuviera esa maldad insana de la literatura española más característica. En ese sentido, me considero también muy cervantino, porque uno escribe desde la visión del mundo que ha mamado y que, lo quieras o no, siempre está en el ambiente en el que vives. A mí no me saldría una novela de tesis sobre un programa social, no forma parte de mi herencia como escritor, como tampoco me saldría una cosa plúmbea de estilo alemán, aunque hay que reconocer que mi novela tiene un planteamiento bastante oscuro. Coradino Vega me decía el otro día que para él La gran ola tenía más que ver con el planteamiento más pesimista del Guzmán del Alfarache, que con ese humorismo algo más amable del Lazarillo, donde al fin y al cabo hay una cierta redención del personaje. Me parece que sí, que como escritor me sitúo conscientemente dentro de una tradición, absolutamente. ***Y así las cosas, pedimos otra copa y seguimos charlando. Rosario se suma a la conversación, hasta ahora había permanecido respetuosa con los rituales de la grabadora y los hábitos periodísticos, pero esta no-escuela de escritores sevillanos es una cosa muy de amigos, escriben desde la periferia y quizá están dibujando poco a poco los límites del nuevo centro de la literatura española, nadie se queda sin andar atento a lo que escriben los amigos y sin compartir una cerveza con cualquier pretexto. Otros dos novelistas andan presentes en espíritu, Coradino Vega que salió a colación en la entrevista y Sara Mesa, que presentó en Sevilla esta última novela de Daniel Ruiz hace unos días, comentamos también la labor aglutinante de Estado crítico, el blog de crítica literaria por el que han pasado todos alguna vez... Esas cosas, charlamos un poco más, sí, pero no mucho, hay que volver a casa a ocuparse de los hijos.*Carlos Serrato es profesor de Literatura.#dts iframe {display:none!important;} #dts #txt iframe, #dts .col8-f1 iframe {display:block!important;} NicolásLa gran ola Coradino Vega La gran ola Guzmán del Alfarache
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*Carlos Serrato es profesor de Literatura.Carlos Serrato