El 'decimonónico' Lemaitre novela el siglo XX

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El silencio y la cólera (Los años gloriosos 2)

Pierre Lemaitre

Salamandra (2024)

Pierre Lemaitre es, probablemente, el escritor con más rasgos propios de los grandes autores franceses del siglo XIX, por cómo engarza las tramas y perfila los personajes. Él mismo se define como "el último escritor vivo del siglo XIX", una rama de Flaubert, Víctor Hugo y Balzac, troncales. Le diferencia, quizá, su parquedad descriptiva. Un decimonónico empeñado en narrarnos el Veinte. Inició su visión de la centuria reciente con una denuncia de las corrupciones derivadas de la Primera Guerra Mundial, los tenebrosos negocios con los combatientes muertos y los monumentos conmemorativos: Nos vemos allá arriba (premio Goncourt 2013) principió la trilogía Los hijos del desastre. Siguió con la inquietante crisis económica al estrenar los treinta: Los colores del incendio, la historia de una venganza, secuela en femenino de El conde de Montecristo, de Dumas. Y la finalizó al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. La picaresca, la huida urgente, masiva de París por la invasión y las persecuciones de los nazis y los colaboracionistas: El espejo de nuestras penas.

Lemaitre está embarcado en una travesía por Los años gloriosos (un economista signó así las tres décadas transcurridas desde 1945 y la crisis del petróleo en los setenta). Inmerso en su "idea romántica" de recorrer "miles de páginas" con una misma familia: los Pelletier. Los padres, tres hijos y una hija. Nos los presentó en El ancho mundo, en Beirut, sustentados por Jabones del Levante. El vástago menor, Étienne, protagoniza la primera entrega. Amante de un militar destinado en Indochina, adonde va (recuerdo de Marguerite Duras, con una obra melancólica de ese lugar. Nació allí). El pequeño Pelletier, víctima, un idealista succionado por la telaraña del fraude y las sectas. Lemaitre revela el lado sórdido del colonialismo (casi simultáneo, Éric Vuillard, francés también, publicó Una salida honrosa. Mordaz, evidenció los conflictos de codicia durante los estertores de su país en Extremo Oriente. Indochina le duele tanto a Francia como Vietnam -surgido de aquel territorio- a Estados Unidos). El mayor, Jean, pusilánime con pulsiones criminales. Sus hermanos, Hélène y François, comienzan a trabajar en un periódico, Le Journal du Soir, en París. Los padres siguen en Líbano. 1948.

Cuatro años más tarde, "empezaron los buenos tiempos", el ámbito de El silencio y la cólera. Un homenaje a Zola, a su Germinal, naturalista y minera. Emergen los derechos sociales y personales de las mujeres. La protagonista, Hélène. Fotógrafa y, además, redactora de Le Journal du Soir, donde François asciende a jefe de Sucesos.

Un tríptico: el aborto, una presa y unas trabajadoras. Interrumpir el embarazo suponía penetrar en "un mundo subterráneo que todo el mundo conocía". La clandestinidad. Quedaban rescoldos del régimen hitleriano de Vichy, cuando abortar, o ayudar a culminarlo, se consideraba un "crimen de Estado", acarreaba la pena capital. En 1943, guillotinaron a Marie Louise Giraud (Isabelle Huppert la representó en Un asunto de mujeres, de Claude Chabrol) y Désiré Pioge, aborteras. Las últimas ajusticiadas por ese delito. Lo recuerda Lemaitre (se reconoce deudor de El acontecimiento, de la Nobel Annie Ernaux) en la disputa de Hélène Pelletier con un inspector de la Oficina de la Protección de Menores y la Natalidad, subsistente entonces. La periodista reprocha al inquisidor sus métodos: "hostigamiento, acusaciones sin pruebas, intimidaciones, propuestas de violar el secreto médico". "Si el aborto era cosa de mujeres, su represión estaba en manos principalmente masculinas". Costaba más de veinte mil francos, "tan caro en provincias como en París", causa de una práctica umbría no apta para cualquiera. Los abortos "eran un asunto de dinero; o sea, de poder". Las mujeres sin recursos "se hundían agujas de tejer o perchas para la ropa y acababan en urgencias… no todas sobrevivían". En la década del "auge del mito de la maternidad" (Lemaitre nació en 1951), tildaban de "enemigas de la nación" a quienes truncaban las gestaciones. Arriesgaban penas de cárcel o inhabilitaciones profesionales. El silencio. En Francia, doscientas mil mujeres abortan cada año. Una decisión voluntaria, cercana al blindaje en su Constitución.

La reportera Pelletier acude a Chevrigny, un pueblo de mil habitantes. Inminente pasto del agua, lo va a ahogar un pantano. La presa, ocho metros de altura y doscientos cincuenta de longitud, estaba "tapando el horizonte bruscamente, cerrando el valle, anulando el paisaje". Ecología. "Representaba todo aquello que le cerraba el camino", metáfora de Hélène. Sobrecogida, "incapaz de reproducir la desolación" que observa. Apenas quedan ya los menores de doce años y los mayores de cincuenta. El embalse hidroeléctrico, un regalo para los jóvenes: "se fueron a la ciudad y se compraron un coche con el que vienen a ver a sus padres, que esperan a que los inunden". Llega para relatar "una causa perdida" porque "administrativamente, Chevrigny no existe". Fundan un sucedáneo para los desahuciados, Chevrigny-le-Haute, donde les ofrecen "un cuchitril". Para consumar el "necesario sacrifico... por el bien común", dinamitan los edificios de mayor tamaño: el ayuntamiento, correos, la iglesia… Escombros, piedras calladas, para erradicar la "nostalgia", la historia del pueblo, arrojada por "el precipicio de la burocracia". Resignación, cólera silenciada. Como ocurrió en Tignes, localidad de los Alpes tragada por la presa de Chevril. Ha inspirado a Lemaitre. Erigieron otro Tignes, seductor de esquiadores y montañeros, hoy.

En España, unos quinientos pueblos duermen en la ciénaga de los pantanos, ligados a la modernidad expresión de la novela que fascinó al franquismo desarrollista. Algunos despiertan entre el limo cuando disminuye el caudal, como Mansilla de la Sierra, en La Rioja. Allí quedó "anegada toda mi infancia", sentenció Ana María Matute: "todo está ahogado, viviente y ahogado a un tiempo", por el río que "nos traicionó". Irguieron otro enclave, blanco meridional, pero "no es Mansilla" para la Cervantes barcelonesa. Las sequías obstinadas en Cataluña alumbran el templo lombardo de Sant Romá de Sau, imagen acostumbrada. Un barrunto de liquen, caja negra donde aguardan nombres y pretéritos. En Portomarín, Lugo, deconstruyeron la iglesia de San Nicolás y, sillar a sillar, la izaron en un monte orillado del Miño. Y el último gran embalse, Riaño, engulló con suspense varios municipios, alguno rehecho después. Progreso o derrota: Distintas formas de mirar el agua, la perspectiva de Julio Llamazares. A Vegamián, su pueblo leonés, lo asfixió el lodo del pantano del Porma o Juan Benet, ingeniero que lo proyectó antes de ser escritor. El drama y las letras.

Cólera también de las trabajadoras de la tienda Dixie. Implica a los dos hermanos, Jean, empresario, y François, periodista. Lemaitre considera los cincuenta del Veinte como la "victoria del capitalismo", etapa de pleno empleo. Sin embargo, en el comercio del Pelletier primogénito, a las mujeres les pagan el setenta y cinco por ciento del salario mínimo, "les descuentan las pausas porque emplean mucho más tiempo que los hombres en ir al baño y la productividad se resiente". Brecha salarial sin suturar. Solidarias con una compañera despedida por un hurto insignificante, convocan una huelga a pocos días de inaugurar el negocio. Para eludir este "complot comunista", el gerente sin escrúpulos contrata a esquirolas. Los policías, "muy incómodos por tener que enfrentarse a mujeres", impiden un choque violento. Jean, comerciante atípico, y François, con información filtrada, aquietan la rabia, desactivan la protesta. Nace una manera de vender. Las compradoras -es una tienda de prendas femeninas- no necesitan dependientas porque "todo estaba expuesto y al alcance de la mano". Facilita el incipiente gran consumismo.

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Fin de la segunda parte de aquellos años gloriosos. François protagonizará el próximo episodio de la tetralogía. Un homenaje al cineasta Hitchcock y al escritor Le Carré. El tema, el espionaje, elemental. Estajanovista del escribir, Pierre Lemaitre olvidará su pertenencia al Diecinueve y nos relatará el XX desde el Veinte. Llegará un "como decíamos ayer…" o "en el capítulo anterior", los Pelletier… Continuarán. Su piel guarece la cápsula de un tiempo de euforia auténtica o magnificada por la distancia.

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* Prudencio Medel es periodista.

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