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'Hacia la democracia. La nueva poesía (1968-2000)'

Leopoldo Sánchez Torre

Hacia la democracia. La nueva poesía (1968-2000)Edición de Araceli IravedraVisorMadrid2016Hacia la democracia. La nueva poesía (1968-2000)

Las antologías se han ido convirtiendo, desde principios del siglo xx, en una de las más poderosas herramientas de construcción del relato histórico-literario, muy en especial para el campo de la poesía. Esta no es solo una convicción bien asentada en la conciencia de los lectores, que buscan en ellas, con independencia de los soportes y los formatos que adopten, descubrimiento o confirmación de tendencias, nombres y obras, sino que a esas mismas conclusiones nos conduce la ya compacta red de investigaciones que se han generado sobre este singular producto canonizador para dirimir su naturaleza, su tipología y sus funciones. De ellas ha estado muy al tanto, para elaborar Hacia la democracia. La nueva poesía (1968-2000), Araceli Iravedra.

Su propuesta está fundamentada en sólidos criterios históricos, pero no le falta lo que Alfonso Reyes denominaba “temperatura de creación”, pues se trata no solo de la antología sobre poesía española reciente con un mayor número de poemas debidamente contextualizados y comentados —es decir, reubicados en el nuevo continuum que en ella se dispone (más de 500 textos de 34 autores)—, sino de la selección con mayor nivel de exigencia y de rigor académicos aplicados a su ámbito de conocimiento y la que acredita asimismo el mayor grado de autoconciencia, claridad y rigor en la exposición de sus objetivos, criterios y métodos.

Lo que se persigue es “la revisión desde la serenidad académica del relato historiográfico” (pág. 63) de la poesía española entre 1968 y 2000, período en el que asistimos al surgimiento y a la madurez y plenitud de dos generaciones sucesivas, las que de forma mayoritaria se conocen hoy como del 68 y de los ochenta. No ha de sorprender, ni constituir motivo de objeción, que se incluyan poemas anteriores y, sobre todo, posteriores a tal arco cronológico. Y es que nos hallamos, en la mayoría de los casos, ante “itinerarios abiertos” que siguen “solicitando nuevos juicios y forzando alteraciones”, lo que resulta plenamente compatible con el hecho de que el objetivo del trabajo no sea “arriesgar apuestas sino confirmar valores” (pág. 168).

En las páginas de su extensa introducción general, se examinan las principales antologías que han ido dando cuenta de la poesía de estas décadas. Buena parte de ellas son “documentos historiográficos de primer orden”, no solo “en tanto instrumentos interpretativos de una realidad en formación”, sino también por cuanto “condicionan e intervienen en la reconfiguración del campo literario” (pág. 170), tarea a la que no cabe duda que está llamada, de modo concluyente, Hacia la democracia. La inmediatez a los hechos de algunas de ellas, la parcialidad desde la que se ordenan, la distorsión a que someten no siempre involuntariamente el tramo que acotan no se libran del escalpelo de la antóloga, que lo aplica sin titubeos para desvelar carencias, operaciones promocionales vagamente encubiertas, inconsecuencias y extravagancias varias.

La atención a las antologías se armoniza con el análisis de las redes estéticas generacionales y las trayectorias y los textos individuales. Las sucesivas “poéticas” —así, en plural, pues, aunque sea posible aislar “un diferenciado paradigma que asume su condición de dominante estética” en cada momento, es más exacto hablar, para todos los que aquí se revisan, de los “componentes de un eclecticismo” (pág. 31)— se desgranan siempre tras el esmerado relato de los principales hitos y episodios de manifestación generacional. El examen particular de los poetas se concentra en las presentaciones y en las notas críticas que se dedican a cada uno; aquí, Araceli Iravedra, en un despliegue admirable de contención y minuciosidad, pone a nuestro alcance información siempre útil para enriquecer el mero contacto con el texto con aclaraciones y detalles de orden léxico, cultural, sociopolítico y literario, así como sugerencias de lectura, muchas veces inducidas de comentarios y testimonios de los autores (como “fuentes de información significativa”, no como “argumentos irrebatibles de autoridad”, pág. 833).

Esta que su autora define, en línea con Pedro Salinas, como muestra “histórica” o “notarial” se ha guiado por dos criterios principales: “representatividad” y “calidad”, sin ocultar una sensibilidad y un gusto personales que se reivindican con la voz prestada y autorizada de Gerardo Diego (pág. 168). Es verdad, sin embargo, que las directrices editoriales han impedido su total aplicación a la hora de proceder a la elección de los poemas, que, salvo en unos pocos casos, ha sido responsabilidad de los autores. Debido a la omisión de textos, de libros y hasta de épocas enteras de su trayectoria, el retrato que los poetas trazan de sí mismos no siempre resulta ilustrativo. Tales lagunas provocarán en el conocedor del panorama poético de esos años la misma “incomodidad” o “frustración” que la antóloga admite haber experimentado (pág. 169). Para paliar esta disfunción y reforzar el carácter “histórico” de la obra, la profesora Iravedra ha sabido proporcionar, en las presentaciones que preceden a los poemas de cada autor, una visión cabal y detallada de sus travesías creativas.

El álbum de estos más de treinta años de poesía se abre con la “fotografía rutilante de lo nuevo” (pág. 20) que proyecta Nueve novísimos con su exitosa estrategia publicitaria: un producto estético de consumo que no podía dejar de funcionar en aquellos años en los que se estaba ultimando la desafección realista. Pero hoy ya podemos observar con nitidez las grietas de un edificio que se sustentaba sobre precarios cimientos, por mucho que sus habitantes, en el momento de acceder a esta vivienda compartida, tratasen de visibilizar un acuerdo que sus mismas palabras desmentían a poco que se descuidasen (por ejemplo en su formación, más literaria y más “nacional” de lo que quisieron dar a entender, como oportunamente se prueba aquí). Aunque el proceso evolutivo de los poetas del 68 es ya bien conocido y ha suscitado casi un discurso tipo, el de Araceli Iravedra, de la mano de otros compañeros de viaje crítico pero con pulso propio y firme, es el más documentado y congruente del que disponemos hasta la fecha.

La consolidación del modelo realista como dominante estética tiene lugar desde principios de los noventa. A la hora de describirlo, y como ocurre con los poetas del 68, se prefiere hablar de una escritura que discurre por “cauces plurales y muy diversas premisas ideológicas” (pág. 97). Sin embargo, igual que en el caso anterior, “no es imposible identificar un sistema de referencias, un conjunto de principios teóricos y de procedimientos discursivos” comunes (pág. 81), que Iravedra expone con argumentos y ejemplos elocuentes. Se pasa revista a continuación a las opciones más o menos distantes de la poesía de la experiencia (neosurrealismo, “nueva épica”, metafísica y silencio), esas “otras vías” que muchas veces se quisieron reducir a una sola, contrapuesta a la también hipotéticamente uniforme vía realista. Y se registran los movimientos de autocrítica ante los síntomas de fosilización de las poéticas más declaradamente experienciales, las reservas de los jóvenes a verse integrados en ellas y las transformaciones que se produjeron: “un ensanchamiento de la noción de realismo” y “la construcción de una conciencia crítica” (pág. 127). Aquí estarían radicadas las diversas formulaciones que adquiere el “compromiso posmoderno”, a las que Iravedra ha dedicado numerosos y decisivos trabajos.

Un comprensible afán de exhaustividad —rasgo distintivo del talante y del talento de la investigadora— la lleva a ocuparse finalmente del relevo generacional que se produce en el cambio de siglo. En efecto, aunque no sea materia propiamente dicha del marco temporal establecido, se decide a abordarlo porque muchas de las rutas que recorren los nuevos poetas “constituyen una consolidación y profundización en los caminos estéticos abiertos por los autores más tardíos o menores en edad de la generación precedente” (pág. 150), con los que comparten de hecho determinantes proyectos editoriales.

No se había acometido hasta ahora un proyecto de tal envergadura para este tramo de nuestra poesía. Que Araceli Iravedra es una “superlectora de primerísimo rango”, también en el sentido valorativo de la expresión que acuñara Claudio Guillén, ya había quedado demostrado en aportaciones anteriores como Poesía de la experiencia (2007) o El compromiso después del compromiso. Poesía, democracia y globalización (Poéticas 1980-2005) (2010). Aquí, como allí, la autora rastrea y presenta los principales acontecimientos que articulan el panorama que inspecciona, pero abre también su discurso, que no se conforma con ser una simple crónica, a la cooperación reflexiva del lector y, en consecuencia, al debate, consignando sus siempre fundados y muy matizados puntos de vista. En las más de mil páginas de Hacia la democracia. La nueva poesía (1968-2000) se nos brinda un portentoso tejido que supera los límites al uso para convertirse casi en una monografía: la que de forma más cumplida sistematiza el discurrir de la poesía española de las últimas décadas y la que con más sensatas claves interpretativas nos permite pensar sus formas y sus sentidos.

Estos son los autores incluidos en Hacia la democracia. La nueva poesía (1968-2000):

En poesía, casi todo es contienda

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Antonio Martínez Sarrión, Juan Luis Panero, Antonio Carvajal, Pere Gimferrer, Antonio Colinas, Miguel d’Ors, Jenaro Talens, Guillermo Carnero, Leopoldo María Panero, Eloy Sánchez Rosillo, Luis Alberto de Cuenca, Olvido García Valdés, Ana Rossetti, Jon Juaristi, Jaime Siles, Luis Antonio de Villena, Andrés Sánchez Robayna, Andrés Trapiello, Fernando Beltrán, Juan Carlos Mestre, Luis García Montero, Felipe Benítez Reyes, Carlos Marzal, Benjamín Prado, Aurora Luque, Jorge Riechmann, Manuel Vilas, Roger Wolfe, Vicente Gallego, Juan Antonio González Iglesias, Ada Salas, Luis Muñoz, José Luis Piquero y Lorenzo Oliván.

*Leopoldo Sánchez Torre es profesor de Literatura.Leopoldo Sánchez Torre

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