'Destierros', de María Agra-Fagúndez

Trinidad Gan

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A veces, para construir otra mitología de la supervivencia que nos sirva de apoyo en estos tiempos convulsos y desesperanzados, es preciso tomar distancia, alejarse de lo que son nuestras raíces, de los antiguos afectos, de esa rutina cómoda a la que creíamos estar abocados.

Y nada puede ayudarnos más a tomar una nueva perspectiva que la lectura de nuevas voces, que el dejarnos atraer por autores que inician su camino poético con un interesante poemario, como es el caso de Destierros que, en la editorial Valparaíso, acaba de publicar María Agra-Fagúndez, y que es el tercer libro de esta joven escritora, ya que anteriormente ha publicado Genealogía del alma (en 2009 junto con su padre Javier Agra) y el volumen de relatos Cualquiera podría quererte más que yo (de 2014).

Estamos ante un conjunto de estupendos poemas que, debo confesarlo, en una primera lectura me sorprendieron mucho por la intensidad y sinceridad con la que la autora volcaba, en palabras sencillas y cercanas a todos pero iluminadas por una mirada poética muy personal, las coordenadas de un tiempo al que llamar por fin suyo, los motivos para el regreso a la propia gente, al propio centro y los trazos de una nueva mitología (tan necesaria ahora para la supervivencia).

El poemario despliega un viaje iniciático de juventud, pero no ese despreocupado año sabático de paseo por Europa que realizan en las películas algunos jóvenes norteamericanos como paso previo a su inmersión en ese futuro prometedor del American dream (que hoy mismo, y por desgracia, ya no tiene nada de prometedor ni de sueño), sino otro viaje muy distinto: ese que ella misma desgrana en sus textos hablando de  lo que ocurre “cuando te vas de casa”, cuando tiene lugar esa separación de lo conocido. Esta poeta afronta esos difíciles momentos (y lo vemos ya en el mismo título Destierros, en el subtítulo que ha elegido: “Poemas del exilio”, incluso en uno de sus poemas donde escribe que va “pisando los alfileres del exilio”) como un recorrido por el territorio de la pérdida y de la soledad. Un exilio que es dura iniciación en la incertidumbre y la desesperanza al estar marcado por esa lacra a la que el injusto sistema económico y social de este país obliga a nuestros jóvenes: la emigración laboral.

En este libro hay pues un viaje, exterior aparentemente. que nos va ofreciendo las imágenes de una ciudad extraña en 51 poemas. Muchos de ellos alzan de las páginas una “niebla que no existe” (son sus palabras)  pero que se puede presentir de fondo y, detrás de esa niebla, casi podemos oír el choque metálico de un columpio recién abandonado por una niña en un parque madrileño, los toques sincopados del bastón de Chaplin y el silbato de un bobby londinense que patrulla las calles. O presentir también, difusos, los perfiles del ala de un avión a punto de despegar, unas aristas de hierro antiguo del banco donde quizá aún se posan las manos de Blake, Auden, Juarroz o Cernuda, escribiendo en la distancia (“Ya la luz era el filtro de la distancia”, escribe ella), quizá también el corte violento de los faros de ese autobús que cruza Abbey Road con una pasajera rubia tras una de las ventanillas.

Pero una vez disipada la neblina, descubrimos que lo que María nos cuenta, que lo que en realidad cada poema va mostrándonos, es el progreso de otro camino, de un viaje más interior: esa ruta de autodescubrimiento en la que, desde la escritura de la “soledad de uno mismo”, ella se va despojando de pasado y a la vez enfrenta la otra cara de la esperanza. Así nos dice: “El viaje comienza aquí, en la decisión del olvido, / en el desechar la esperanza de un lugar al que volver”.

María construye en este libro un mapa poético en el que los versos escritos van dibujando los hitos y las anécdotas que jalonan un viaje real, pero también hilvanando las reflexiones de una valiente deriva hacia la verdadera inteligencia sentimental, aquella en la que “reaprenda el ser mujer”  .

En los primeros poemas, el destierro físico del país se tiñe con los colores de otra despedida: el exilio del amado. La poeta parece pasear las nuevas calles (unas calles que querrían ser “su Madrid” pero que ella ve como “arañas ajenas”) de la mano del amor ausente, en conversación constante con su fantasma, pero notamos cómo va creciendo a la vez en la búsqueda de un equilibrio entre la felicidad recordada y las visibles heridas que ha dejado la ruptura. Hasta llegar a tener, son sus palabras, “el convencimiento de la distancia como redención”. Hasta alcanzar esa tabla salvadora que, en todos los naufragios vitales, puede ser la poesía. Hasta conseguir aferrarse a las palabras como instrumento para combatir la extensión de la nada (“esa nada que necesita ser escrita para llenarse”, nos dirá) y marcar un punto de transición en el viaje con estos versos: “Porque yo, que siempre quise ser poeta / primero debo nacer a la vida / aprender y defender el silencio, y ser poesía”.

En esa parte central (de despojamiento y búsqueda, de educación sentimental donde comprende que “tenemos que aprender a dejarnos ir”) están algunos de los poemas mejores del libro: “Ajax Road” (un paisaje con retrato de mujer), “The black lion” (esa delimitación de la diferencia entre nostalgia y melancolía), “The first day” y “Post Office”.

A partir del poema “Mosaicos” (con esa afirmación final “Solo un corazón roto es capaz de amar”), el viaje comienza a abrirse imparable hacia ese universo nuevo que rodea a la poeta, dando entrada en su mundo a otros aromas, otras voces, otras sonrisas con las que trabar complicidades. Estos pequeños hallazgos los recogerá como nuevas luces sobre la página, sabiendo que podrá, bajo su brillo, dar ahora justo lugar a aquellos recuerdos que quiere conservar y revivir : la madre, el padre en el poema “Raíz” ( “Mi corazón se bifurca / entre la raíz de mi existencia, y la raíz de donde nací”), el país de la infancia, incluso la propia lengua como en el hermoso poema “Petricor”.

Ya, a partir de aquí, veremos cómo logra encarar de otra manera el sentimiento de pérdida inicial, arriesgando el corazón en nuevas pieles, ensayando otro arte de amar, otro modo también de sumergir su mirada en el paisaje extranjero y de expresarlo después con imágenes llenas de afilada poesía, como hace en estos versos de “Kilburn”: “ayer pude ver la luna / es naranja y está partida, como un limón en llamas”.

Página a página, hemos llegado al final de nuestro viaje con María, de este Destierros  y, en los poemas de cierre (de los que anoto los estupendos “La mitología del agua”, “The beginning” o “Epílogo: cuatro amigos”), nos deja no sólo buenos motivos para  volver a iniciar el viaje, para volver a leerlo, sino además todo un canto de gratitud a la amistad, a los encuentros, a la vida.

Con sus versos ha alzado un espacio propio donde mirar de frente la ausencia, el dolor que nos deja la distancia, todas las incertidumbres que quizá queden por venir en la vida, pero ha trazado también un lugar para nosotros, un territorio antes extranjero que ahora es una llamada a la esperanza, a abrir nuevas mañanas que compartir con los amigos, con otros viajeros encontrados en el camino, con los que somos sus lectores desde ahora.

*Trinidad Gan es poeta. Su último libro, Trinidad GanPapel ceniza (Valparaíso Ediciones, 2014).

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