Sé mía el día de San Valentín

Sé mía

Richard Ford

Editorial Anagrama (2024)

Regresar a un personaje es regresar a un paisaje. Todo ha cambiado, el árbol donde cobijabas tus lecturas ya no existe, el río lleva poca agua este año, tus hijas, que de pequeñas eran felices bañándose en la corriente helada, ya no te quieren acompañar. Tus padres son más mayores, están bien, muchas gracias. Y la abuela sigue relatando sus letanías: "Al santo enojado, con no rezarle ya está pagado". Todo sigue igual, aunque parezca distinto. Porque lo que falta lo condimentan los recuerdos.

Regreso a Frank Bascombe, un paisaje de mi juventud, esa que se evapora. De entre las novelas de la serie protagonizadas por este personaje, guardo con un profundo cariño Acción de gracias, porque la leí con mi club de lectura y todos sabemos que las lecturas compartidas nunca se olvidan. Y el asombro de José Vicente, su sorpresa (no todas son buenas) y cómo nos reímos con su interpretación irónica de las largas descripciones. Un abrazo a mi club de lectura y a todos los que siguen apagando el tiempo y encendiendo horas de esta bendita mentira que es la literatura.

Frank Bascombe nació en 1945 y él sabe que se acerca a "su asignación bíblica estipulada". Los que lo conocemos y lo hemos acompañado todos estos años sabemos que perdió a un hijo, que se divorció dos veces, que tiene otra hija y otro hijo, sobre el que descubrimos en la segunda página que tiene ELA. También que recibió un disparo y que superó un cáncer. Y que ha observado el devenir político y social de su país, Estados Unidos. Comienza la novela y la reflexión es sustanciosa porque se atreve a plantearnos qué es la felicidad. Quizás sea esta la clave de lo que significa leer. Abrir un libro, leer la primera página, cerrarlo y ponerte a pensar. ¿En qué consiste la felicidad? Por suerte lo vuelves a abrir y pasas unas semanas con Frank y con su hijo, Paul Bascombe.

El primer capítulo y el último llevan como título FELICIDAD. El resto, el grueso de casi cuatrocientas páginas, constituyen otra felicidad en minúsculas, el viaje de un padre y un hijo, a pesar de las circunstancias o, mejor dicho, debido a ellas. Una felicidad en minúsculas podría parecer, si no sonreímos con el hecho de que en el cine se elige La matanza de San Valentín, el martes anterior a San Valentín. Faltan tres días para el santo de los enamorados. Ya estamos en la Clínica Mayo, Rochester, Minnesota, donde Paul va a recibir su tratamiento y donde los lectores nos morimos de frío.

A Paul Bascombe le dan el alta y el viaje continúa con un destino: el monte Rushmore, Keystone, Dakota del Sur. "No hay fue. Sólo existe el es". Una autocaravana con nombre propio, Windbreaker. Cuatro presidentes esculpidos en roca que Frank visitó de niño con sus padres. Un viaje al que llegan el Día de San Valentín con preguntas que retumban en la memoria: "¿Sólo estamos enfermos cuando estamos despiertos?" o afirmaciones que nos comprometen: "Sé muy bien dónde está mi hijo. Está aquí conmigo". O esta que nos obliga de nuevo a cerrar el libro unos minutos: "Cuando estás a cargo de un hijo cuya salud se deteriora, no pasa mucho más".

Quizás la felicidad sea reconocer a la vida todo lo que tenga de bueno, como dice Richard Ford. Yo no lo sé. Pero sí sé que esta es una gran novela que nos increpa, que nos obliga a leer y a dejar de hacerlo para quedarnos con cada una de sus frases. "Si quieres hacer reír a Dios a carcajadas, sólo tienes que contarle tus planes". Eso sí, quizás, y otra vez quizás, la felicidad esté en haber llevado a cabo un plan.

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No pude ver a Richard Ford en España durante la Feria del Libro, ni he leído ninguna de las entrevistas que le han realizado. No he contado nada en esta reseña de su novela, soy consciente. Pero ¿por qué voy a hacerlo si tienen la oportunidad de leerla y de vivir este viaje? Yo me la llevaré al río de mi niñez y, aunque ya no haya árbol, sé que sabré ver el mismo paisaje de mi infancia. Como he reconocido a Frank Bascombe, ahora con 74 años. Sólo una cosa me causa estrago: quizás ya no lo volvamos a encontrar nunca más en un libro. A lo mejor, como se lee en el Eclesiástico de la Biblia del rey Jacobo de la madre de Frank, "De otros no ha quedado recuerdo…, desaparecieron como si no hubieran existido…" Pero yo no: yo no te voy a olvidar, Frank.

Tres breves conclusiones. Una: la literatura es mentira sólo para el que la escribe y nunca para el lector. Dos: el título de esta novela, Sé mía, es perfecto. Tres: No os enojéis, santitos, y menos tú, Valentín, porque no merece la pena.

* Sonia Asensio es profesora de Literatura.

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