Los diálogos de Emilio Lledó

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Pensar es dialogar con uno mismo. En ese diálogo no suele aparecer una verdad original, ni una ocurrencia inmotivada, sino las consecuencias de un sedimento de lo vivido, de lo aprendido, de lo dudado. Por eso cuando se lee o se escucha a un maestro parece que la conversación nos sale de dentro, que estamos hablando con nosotros mismos. Esa es la experiencia que he tenido al leer Dar razón. Conversaciones (KRK, 2017), el libro en el que Juan Á. Canal ha ordenado un numeroso conjunto de entrevistas con Emilio Lledó. Los distintos interlocutores buscan las opiniones de Lledó sobre los asuntos que han caracterizado su inquietud: la palabra, la memoria, la educación, la ética y la libertad.

El diálogo es algo más que una invitación a hablar. Se trata de una manera de entender la verdad y el conocimiento. Educarse es hacerse a uno mismo y en el hacerse uno está el descubrimiento de la alteridad, la manera de prepararse para escuchar al otro como un requisito imprescindible en el dialogar con uno mismo. Los clásicos griegos van siempre en el equipaje del maestro; pero también la poesía, la palabra de Antonio Machado: "Se miente más de la cuenta / por falta de fantasía: / también la verdad se inventa". O también: "¿Tu verdad? No, la Verdad /, y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela".

La conversación es por tanto un deseo de estar con uno mismo y con el otro, un deseo de ser y de convivir. Esta imagen del saber no encaja bien con una idea de libertad que se funde en la posibilidad de decir, pero se desentienda del aprendizaje de escuchar. Tampoco con la dinámica de precipitarnos a decir lo que se nos ocurre, antes de pensar bien lo que decimos. La verdad no es algo concedido, revelado. Es algo creado, compartido. Lo máximo que podemos pedir es que nos den razón, que nos muevan a compartir la búsqueda.

Pero puestos a pensar en el mundo que habitamos hay una imagen que crea inquietud. El individuo solitario, sin memoria y sin preocupación por el futuro, que se limita a vivir en el instante. Se trata del tiempo mercantilizado propio de la sociedad de consumo, el tiempo de un individuo también mercantilizado y sin lejanías. Y la paradoja moderna es que este individuo, hecho puro presente, sólo puede tener una relación lejana con el mundo a través de realidades que le llegan por medio de las redes sociales. Si convivir en el diálogo supone que los individuos con memoria compartan la cercanía del mundo (una interpelación de lo que está ahí), las nuevas formas de comunicación facilitan otra posibilidad: individuos sin memoria, sin lejanías, hablan y deciden sobre un mundo por el contrario lejano y desconocido. Invitaciones a la inexistencia, estas dinámicas empujan a deshacerse en lo ya deshecho, a dejar de ser en lo otro. Y no hay silencio, sino el ruido tumultuoso de la nada, retórica sin poesía, la acumulación de verdades no inventadas en común, sino asumidas en soledad. Supercherías que conforman a su antojo un yo que no es dueño de sí mismo. El súbdito de una democracia oligárquica.

Ponerse filosófico o poético sólo significa preocuparse por la vida. A Emilio Lledó le gusta repetir una frase del Gorgias platónico: “Déjate de historias y dime de una vez cómo hay que vivir”. Es decir, cómo debemos pensar y hacer la justicia, la educación, la libertad, el amor y la economía.

La ética es una costumbre de ser, una guarida que nos permite resistir dentro del campo de desplazados y dentro del vértigo de los movimientos migratorios en el que se ha convertido el mundo con la mercantilización de las lejanías. La lectura supone un refugio a campo abierto, un modo de dialogar con uno mismo en presencia del otro. La palabra escrita nos devuelve lo ausente, nos permite sostener el diálogo a través del tiempo, nos hace herederos, nos consolida en la memoria. De nuevo la poesía y la filosofía juntas, en este caso de la mano de Quevedo, en la conversación de un retiro habitado por la historia. Es el diálogo con sus doctos libros juntos: "Si no siempre entendidos, siempre abiertos, / enmiendan, o fecundan mis asuntos; / y en músicos callados contrapuntos / al sueño de la vida hablan despiertos". Un diálogo de vivos, palabras vivas que salen de la boca o de los ojos gracias a los libros. Según Lledó, la literatura es el contrapunto de la vida que necesita despertar,  un medio efectivo para romper la monotonía de los discursos imperantes cuantos las sociedades caen en la indiferencia, el dogmatismo o la zafiedad.

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El pensamiento vivo y vinculado de Dar razón parece salir del interior de los lectores. Los maestro convierten su palabra en una cita con nosotros mismos. Y eso es lo que ha hecho Emilio Lledó a lo largo de muchos años en su tarea de escritor y profesor: dar sentido al diálogo, mandar recado con un lugar y una hora para la cita.

*Luis García Montero es poeta y profesor de Literatura. Su último libro, Luis García MonteroBalada en la muerte de la poesía (Visor, 2016).

Pensar es dialogar con uno mismo. En ese diálogo no suele aparecer una verdad original, ni una ocurrencia inmotivada, sino las consecuencias de un sedimento de lo vivido, de lo aprendido, de lo dudado. Por eso cuando se lee o se escucha a un maestro parece que la conversación nos sale de dentro, que estamos hablando con nosotros mismos. Esa es la experiencia que he tenido al leer Dar razón. Conversaciones (KRK, 2017), el libro en el que Juan Á. Canal ha ordenado un numeroso conjunto de entrevistas con Emilio Lledó. Los distintos interlocutores buscan las opiniones de Lledó sobre los asuntos que han caracterizado su inquietud: la palabra, la memoria, la educación, la ética y la libertad.

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