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El final de la Feria

Carmen Peire

Cada uno cuenta la Feria del Libro según le va. Y a mí me gusta la Feria. Y la música y el baile. Por supuesto, los libros. Como conservo mi infancia caribeña, me gusta nadar, zambullirme en el paseo de coches del Retiro y dar brazadas entre casetas, libros y hojas. Entre marcapáginas y folletos de novedades editoriales. Oler el papel, ir de espaldas, a contracorriente, dejarme chocar con la caseta de información, o la de las actividades infantiles, o con la gente. Tirarme de cabeza, quedar sepultada en libros, como el tío Gilito cuando se bañaba en billetes de dólar. Sé que a muchos la Feria no les gusta, unos porque no leen, otros porque la consideran muy del vulgo, poco elitista, y más en primavera, con la saturación de pólenes, qué molestia, siempre lleno de gente. Pues una se toma un antihistamínico, se queda grogui y va dando tumbos, que es más divertido eso, bucear en casetas un poco drogada. Yo lo hago y te das cuenta de que el mundo tiene otro color, que el mundo está ahí, encerrado en esas páginas que no puedo comprar porque no llega para todo y tengo que abandonar la compulsión para hacerme listas ordenadas, pasearme al principio y luego, al final de la feria, o a mediados de la misma, decidir.

Me gusta la Feria en días de diario, primera hora de la mañana o de la tarde, poca gente, tranquilidad para charlar con los libreros o editores, dejar que te aconsejen, pero no mucho, porque las cervicales crujen con las medusas-libros a la espalda, dentro de la mochila.

Y además de ir en día de diario, que es como ir a nadar a la piscina a la hora de comer porque tienes un carril para ti sola, tengo mis casetas preferidas. Sobre todo las editoriales independientes y las librerías pequeñas, que hacen el esfuerzo de estar ahí, atendiendo peticiones. No, para ti no es nadar a mariposa, menos braza, más crol o espalda. Y los que saben de mis gustos me informan de ese libro que acaba de salir, te va a encantar. Y así voy encontrándome con Viviana, la especialista en literaturas africanas de Traficantes de Sueños, nadamos juntas cuando coincidimos. En invierno y en verano. Y Alberto, de la Méndez, o Igor, de Muga, o los Tipos Infames o Lola, mi querida Lola Larumbe, de la Alberti.

Me gusta la feria por lo que tiene de independiente. Como me gusta nadar sin monitor, sin clases, a mi ritmo, el tiempo que quiero y como quiero, el día y la hora que me da la gana. Y por eso me gusta rebuscar en las editoriales independientes, en las ínfimas diría yo, que apenas tienen hueco en las librerías, que es difícil hallar sus libros a diario, como cada vez es más difícil encontrar cangrejos de arena en la playa, peces de orilla, lombrices para pesca e incluso conchas. Habitar la literatura, el riesgo. Así que compro para todo el año. Nado entre Bartleby, Demipage (siempre juntos en la feria) y me llevo el libro de poemas de Luis Pastor, De un tiempo de cerezas. Paso por Periférica y me llevo Tú no eres como otras madres, de Angelika Schrobsdorff; paso por Visor y me llevo el último de García Montero, Balada en la muerte de la poesía. En Páginas de Espuma compro Calila e Dimna, edición de José María Merino y el último tomo de los Cuentos de Chéjov, edición Paul Viejo. Me gusta también Menoscuarto, sección cuento, por ser cuentista de toda la vida, y me llevo el último de Pepe Cervera, Alguien debería escribir un libro sobre Alejandro Sawa. De la Editorial Baile del Sol compro El retrato de Irene, de Alena Collar. A mis alumnos del taller juvenil les paseo por la colección compactos de Anagrama (más baratos) para que se lleven La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, ya por la 50º edición. También les llevo a Debolsillo y Alianza Editorial, donde cae un clásico, El guardián entre el centeno, de Salinger. También les recomiendo Andarás perdido por el mundo, de Oscar Esquivias, porque el cuento El chino de Cuatroca les encantó cuando lo leímos.

Y caen más libros africanos. Encuentro en Acantilado, Tres mujeres fuertes, de Marie Ndiaye, premio Goncourt 2009; Las que aguardan, de Fatou Diome, editorial El Aleph y El Cobre; Condiciones nerviosas de Tsitsi Dangarembga, en Nadhari Narrativa; El libro de los secretos, de Boubacar Boris Diop, editorial Almuzara y Un grano de trigo del eternamente nominado a premio Nobel Ngugi wa Thiong'o, en ediciones Zanzíbar.

Y luego, libros de amigos, cuentistas y no cuentistas, que publican en editoriales, no ya independientes sino mínimas, con gran esfuerzo. Y compro, compro, porque tiene que ser así, porque es la única manera de mantener el afán de otros. Y porque con todos ellos, la lista es muy larga para nombrarla, tengo lo que llamo la comuna literaria, que no la sociedad literaria, un espacio energético donde nos alegramos de corazón de que un libro vaya bien, o al menos cubra gastos, que un amigo publique ese libro que tanto esfuerzo y tantos tumbos le ha costado hasta que por fin alguien se interesa por él.

infoLibre en la Feria del Libro de Madrid

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La montaña de libros pendientes se acentúa tras la Feria. Menos mal que llega el verano para escalarla.

*Carmen Peire es escritora. Su último libro es Carmen PeireEn el año de Electra(Evohé, 2015).

Cada uno cuenta la Feria del Libro según le va. Y a mí me gusta la Feria. Y la música y el baile. Por supuesto, los libros. Como conservo mi infancia caribeña, me gusta nadar, zambullirme en el paseo de coches del Retiro y dar brazadas entre casetas, libros y hojas. Entre marcapáginas y folletos de novedades editoriales. Oler el papel, ir de espaldas, a contracorriente, dejarme chocar con la caseta de información, o la de las actividades infantiles, o con la gente. Tirarme de cabeza, quedar sepultada en libros, como el tío Gilito cuando se bañaba en billetes de dólar. Sé que a muchos la Feria no les gusta, unos porque no leen, otros porque la consideran muy del vulgo, poco elitista, y más en primavera, con la saturación de pólenes, qué molestia, siempre lleno de gente. Pues una se toma un antihistamínico, se queda grogui y va dando tumbos, que es más divertido eso, bucear en casetas un poco drogada. Yo lo hago y te das cuenta de que el mundo tiene otro color, que el mundo está ahí, encerrado en esas páginas que no puedo comprar porque no llega para todo y tengo que abandonar la compulsión para hacerme listas ordenadas, pasearme al principio y luego, al final de la feria, o a mediados de la misma, decidir.

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