La publicación del facsímil de una revista literaria es siempre una buena noticia, sobre todo para los investigadores y estudiosos de la actividad literaria que, gracias a estas ediciones y a la digitalización de fondos, han visto cómo se ha aligerado el imprescindible trabajo de investigación documental, una tarea ardua y de inciertos resultados hasta hace poco. Para valorar el interés de la edición que nos ocupa, se debe saber que entre las revistas literarias del periodo republicano —y es el caso de Floresta de Prosa y Verso— sigue habiendo títulos muy poco conocidos y de difícil acceso; que de algunas revistas se han conservado solo unos pocos ejemplares, rara vez reunidos en series completas, y de otras, números de los que solo queda un original en franco deterioro y en riesgo cierto de pérdida irreparable. Dicho esto, debemos señalar que la meritoria labor de editoriales como el grupo Renacimiento, empeñadas en la recuperación y difusión de esta parte de nuestro patrimonio cultural, no siempre recibe de las instituciones culturales el reconocimiento y apoyo que necesitarían y desearían.
De Floresta de Prosa y Verso se publicaron seis números como serie cerrada coleccionable entre enero y junio de 1936. Frente a lo que se pudiera pensar, la actividad cultural y literaria se desarrolló durante este periodo crítico de nuestra historia reciente con plena normalidad. No decayó la intensidad con que se había desenvuelto en años anteriores y hasta dejó sucesos y fenómenos memorables. La vida literaria ofrecía entonces un panorama rico y complejo, con líneas estéticas bien diferenciadas, aun con sus puntos de intersección, y un nuevo grupo generacional que demandaba un espacio propio.
Fue fundada y sostenida por un grupo de jóvenes estudiantes de la entonces innovadora Facultad de Filosofía y Letras de Madrid: Joaquín Díez-Canedo, Francisco Giner de los Ríos, Antonio Jiménez-Landi, Nieves de Madariaga y Carmen de Zulueta, entre otros. Contaron para la edición y promoción de la revista con la ayuda de Enrique Díez-Canedo, Juan Ramón Jiménez y otros notables de la época. El poeta moguereño, uno de los principales referentes estéticos del grupo, aportó colaboración de otros jóvenes escritores, como Juan Ruiz Peña, editor de Nueva Poesía, o Margarita de Pedroso, joven aristócrata perteneciente a su más íntimo círculo de amistades. Su influencia se aprecia tanto en la creación literaria como en el diseño de la propia revista, que siguió como modelo el de Obra en marcha (Diario poético) y Sucesión.
Sólo publicó creación literaria. No llevó editorial de presentación ni más nota que la breve necrológica de Valle-Inclán que cerró el primer número. Prescindió también de las habituales secciones de notas de actualidad y crítica, por lo que el lector de la serie debía situarse sin más orientación que su propio criterio ante un conjunto misceláneo, muy representativo de la creación de los jóvenes que comenzaban entonces su actividad literaria por la diversidad de las corrientes estéticas e ideológicas que muestra.
Escritores consagrados de las diferentes generaciones en activo presidieron cada uno de los números: Juan Ramón Jiménez, en dos ocasiones, Federico García Lorca, Azorín y Vicente Aleixandre, del que se publicó en la penúltima entrega “No existe el hombre”, el poema inicial de Mundo a solas (Clan, Madrid, 1950). La excepción fue el tercer número, un especial conmemorativo del centenario de Bécquer que llevó en su primera página la rima 27 (IX) del poeta sevillano. Tras ellos, las páginas de la revista ofrecieron originales de los editores y de un numeroso grupo de colaboradores, la mayoría estudiantes también de la Facultad de Filosofía y Letras, caso de Arturo del Hoyo, Gregorio Marañón Moya o Joaquín González Muela, por ejemplo. El conjunto presenta la creación primeriza de algunos de los más jóvenes escritores del grupo generacional que comenzó su actividad literaria durante el periodo republicano, incursiones en busca de un estilo propio en las rutas más transitadas por la creación literaria desde mediados de la anterior década en unos casos; en otros, en las más recientes o en las que se estaban abriendo entonces en circunstancias muy diferentes y en el marco de un sistema literario renovado.
Revista de espíritu abierto e integrador, hubo entre sus colaboradores militantes de Falange, como Rafael García Serrano, Manuel Aznar Acedo o Félix Utray, y escritores vinculados al grupo conservador Los Jóvenes y el Arte, como José María Marín Silva, Margarita de Pedroso o Dolores Catarineu. También, por supuesto, jóvenes republicanos, liberales y progresistas: Gabriel Celaya, aún con su primer nombre y apellido, Rafael Múgica; Ceferino Palencia Oyarzábal, exiliado junto a su familia en México; Manuel Rubio Sama, fallecido en 1937 como combatiente republicano; y David Tarancón, colaborador de La Barraca fallecido en las mismas circunstancias. Entre quienes sobrevivieron y mantuvieron tras la guerra su actividad literaria, se hallan figuras destacadas del exilio y autores representativos de las corrientes más diversas de la posguerra en España. Merece la pena detenerse en las páginas del número 4, donde encontramos reunidos en fecha tan próxima al inicio de la guerra a Rafael García Serrano y Gabriel Celaya. El primero, con su “Manifiesto a los poetas”, 72 endecasílabos blancos de expresa orientación fascista dedicados a ensalzar la guerra y a clamar por la derrota de la sensibilidad romántica, del decadentismo de las vanguardias y del surrealismo; el segundo, con “Tierra”, un buen ejemplo de la poesía combatida por García Serrano que se publicó de nuevo once años después en La soledad cerrada. Con este libro Celaya ganó en julio de 1936 el premio Lyceum Club convocado con motivo del centenario de Bécquer. La guerra impidió que Aguilar lo editara según lo convenido.
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La vida de la revista concluyó al acabar el curso académico de forma natural, sin que ninguna circunstancia externa determinara su fin. El folio adicional para la encuadernación que se entregó con el último número sugería el inicio de una segunda serie de la revista a la vuelta de la temporada estival. El golpe de Estado lo desbarató todo. Ya en el exilio, Francisco Giner de los Ríos y Joaquín Díez-Canedo dirigieron en México a partir de 1945 la colección de poesía Nueva Floresta, título evocador de su primera experiencia como editores.
*Ángel Luis Sobrino es Doctor en Filología Hispánica y autor del prólogo del facsímil.
La publicación del facsímil de una revista literaria es siempre una buena noticia, sobre todo para los investigadores y estudiosos de la actividad literaria que, gracias a estas ediciones y a la digitalización de fondos, han visto cómo se ha aligerado el imprescindible trabajo de investigación documental, una tarea ardua y de inciertos resultados hasta hace poco. Para valorar el interés de la edición que nos ocupa, se debe saber que entre las revistas literarias del periodo republicano —y es el caso de Floresta de Prosa y Verso— sigue habiendo títulos muy poco conocidos y de difícil acceso; que de algunas revistas se han conservado solo unos pocos ejemplares, rara vez reunidos en series completas, y de otras, números de los que solo queda un original en franco deterioro y en riesgo cierto de pérdida irreparable. Dicho esto, debemos señalar que la meritoria labor de editoriales como el grupo Renacimiento, empeñadas en la recuperación y difusión de esta parte de nuestro patrimonio cultural, no siempre recibe de las instituciones culturales el reconocimiento y apoyo que necesitarían y desearían.