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Las huellas de la corrupción

¿Qué consecuencias tiene para los hijos la inmoralidad de los padres? En concreto, ¿qué consecuencias tiene la corrupción en los herederos de los corruptos?

Todo queda en casa (Distrito 93, 2019), novela de Santi Fernández Patón, explora esta circunstancia desde el punto de vista de un hijo y su sentimiento de culpa, su deseo de alejarse de la familia, la decisión de mantener un desapego cuyas consecuencias no puede prever.

La novela está narrada en primera persona por el joven Daniel, quien decide quedarse en Edimburgo y no regresar nunca al lado de la segunda esposa de su padre, Maribel, y de la hija de ambos, su hermana Irene, una niña de seis años con la que estaba muy unido y a la que no volverá a ver hasta dieciséis años después. Su decisión está relacionada con un oscuro episodio de corrupción, y el posterior juicio, en el que están involucrados Maribel y su padre, que murió poco después de esos hechos. A lo largo de la novela, Daniel repasa una vez y otra su involuntaria participación en la desaparición de unas pruebas cuyo valor no conocía entonces, ni conoce aún ahora.

El silencio ha acompañado durante años esta decisión, que Daniel ha mantenido oculta, de forma quizás inconsciente, a sus amigos y a su novia, que no resiste su posterior confesión del abandono de la niña y se separa de él. Un silencio que pretende borrar los sentimientos que provocó aquel acto, sin conseguirlo.

Del resurgimiento de esas emociones trata esta novela, escrita con precisión y agilidad, pero sin abandonar nunca la elaboración literaria, la ambición estética que, demasiado a menudo, se encuentra ausente en gran parte de la narrativa actual que conozco. El desencadenante de la revisión biográfica que constituye el cuerpo de la historia es un mensaje de Irene, ahora una joven emancipada, periodista como su hermano, que le solicita un encuentro: "Soy Irene, tu hermana".

Este argumento se expande para abarcar asuntos como la precariedad de los jóvenes, los partidos surgidos tras el 15M, la esperanza y la solidaridad. En el plano personal, Daniel intentará comprender aquella decisión del pasado y conocer a Irene, y experimentará en carne propia el abandono cuando las circunstancias lo tengan a él como víctima de la decisión de marcharse de otro. Su apertura a una nueva relación de pareja, la templanza de Silvia, la solidaridad y la sororidad entre mujeres luchadoras, el retorno de comportamientos corruptos que no parecen dejar de extinguirse, el precariado y la inmigración son aspectos que matizan un texto que se lee con interés. El lector sigue la historia con gusto porque la proximidad y la complicidad que se establece con esa primera persona autorreflexiva convierte lo que le suceda a Daniel en algo que también le importa, que le concierne.

Fernández Patón hace uso de la analepsis de forma medida y pertinente, sujeta siempre a las necesidades de la historia, que avanza desde ese mensaje de Irene hasta el momento final, donde el autor muestra una posible, si bien improbable, reparación, que demuestra la integridad moral del protagonista. Y si digo improbable no es porque el gesto de Daniel no se justifique perfectamente con el diseño del personaje, sino porque se trata de un gesto poco frecuente que, al ser mostrado aquí, pone el dedo en la llaga de una moral opuesta a la del corrupto: la de quienes pretenden guiar sus actos por un comportamiento ético. Los efectos redentores de este gesto final quedan apuntados para el futuro de Daniel, que intenta liquidar con él su sentimiento de culpa.

Hay un episodio, que no desvelaré, que marca el acmé de la obra proporcionando un punto de giro definitivo; un episodio sorprendente, tratado con la misma elegancia que el resto de la novela. Con igual solvencia, asistimos al descubrimiento de una motivación inconsciente que determina la imprevista conducta de Irene tras ese episodio que le afecta profundamente: la transmisión transgeneracional se convierte aquí en motivo central, que el autor explota con audacia.

El rescate

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Málaga, sus barrios, sus gentes, sus terrazas, el Palo, la Térmica, los aciertos y desaciertos municipales de sus ediles –Daniel es periodista en el Ayuntamiento– se erigen en personajes secundarios, como también lo son Rodrigo y Silvia, Maribel y los amigos que rodean al protagonista. El conjunto, en suma, compone una obra eficaz, ganadora del II Premio de novela Negra y de denuncia Auguste Dupin, que encuentra el equilibrio necesario entre la crítica social y la exploración humana, y donde una y otra se nutren y se enriquecen.

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Lola López Mondéjar es psicoanalista y escritora. Su último libro es Qué mundo tan maravilloso (Páginas de Espuma, 2018).

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