LOS DIABLOS AZULES Especial Navidad

Los internacionales del bisiesto

El instinto bélico y la metralla de rencor han estremecido muchas páginas durante el 2024. El ataque japonés a Pearl Harbour, a finales de 1941, provocó el encierro en campos de concentración de nipones migrantes en Estados Unidos. Cercaron uno de estos centros de venganza y vergüenza en California, sobre un secarral porque Los Ángeles, ciudad deslumbrante y líquida, absorbía el agua rural. Sed que asedia. “No puedes salvar lo que no amas”, sostiene Marianne Wiggins, en Las propiedades de la sed (Asteroide). 

El abrazo (Alfaguara), de Anne Michaels, arranca en el anterior estrago, la Primera Guerra Mundial. “¿Por qué habríamos de creer que la muerte dura para siempre?”, cavila la novelista y poeta canadiense. Desarrolla y desenlaza el enigma entre los brazos de cuatro generaciones de mujeres, que palían la violencia con evocación solidaria: “¿… qué ocurre cuando somos recordados?” 

Nacida cuando todo estalló, Margaret Atwood entresaca el conflicto que acribilló el mapamundi a mediados del XX. Rememora a los que militaron contra el espanto. Quienes volvieron del frente jamás fueron los mismos que se fueron. Lo narra en Perdidas en el bosque (Salamandra). Semejante a una novela sobre las vicisitudes de una pareja, entreverada por relatos. Alguno, con los mimbres futuristas de El cuento de la criada.  

La hora del destino (Alfaguara), cuarta y penúltima entrega de Antonio Scurati sobre M.: Mussolini. El fundador del fascismo pende del cordón umbilical de Hitler, ejerce de secuaz del alemán. Con un ejército inane, el italiano multiplica sus enemigos declarados para obtener una mayor porción del hipotético botín. Se estamparon contra el muro de nieve soviético. Uno de los campos de batalla de los trasalpinos, Etiopía, fue antes el trono de Theodoros (Impedimenta), un emperador de cruz y crudeza, creado por el rumano Mircea Cartarescu. Le inspira un personaje real, apenas una apariencia en esta épica de tanta sangre como soledad.                                                                                                  

Huesos más recientes, desechados pero sin olvido, emergen en Imposible decir adiós (Random House), de la Nobel del curso, la surcoreana Han Kang. La memoria contra las atrocidades en un país donde han revocado la penúltima pulsión totalitaria. Como en La vegetariana y La clase de griego, las mujeres asumen la búsqueda de la razón. Existencias insólitas como la de La soldada (Periférica) israelí Paulina Tuchschneider. La obligatoria supresión de la identidad en un conflicto cotidiano con quienes visten idéntico uniforme. En medio, la tensión pertinaz por la contienda de su país contra Hezbolá en el Líbano. El terror que ocasiona recuperar el territorio enajenado lo encabeza Fernand Iveton, único francés guillotinado por respaldar la independencia de Argelia, donde nació. Joseph Andras rememora la decapitación en De nuestros hermanos heridos (Anagrama).

En arenas argelinas germinó el integrismo de los asesinos de doce periodistas y dibujantes de Charlie Hebdo en enero de 2015, en París. En noviembre, nueve intransigentes islamistas cometieron la mayor matanza de la Francia continental: murieron ciento treinta personas, la mayoría en la sala Bataclan. Integristas, os odio gritó la francomarroquí Leila Slimani, en uno de los artículos incluidos en El diablo está en los detalles (Cabaret Voltaire). Palabras contra el dogmatismo, que laceró el cuerpo y cegó un ojo de Salman Rushdie el 12 de agosto de 2022, en un anfiteatro de Chautauqua, estado de Nueva York. En Cuchillo (Random House) narra, por primera vez, cómo quedó del lado de la vida por “un milímetro tal vez”. Las puñaladas de “A.” (su asesino frustrado) cumplían la condena a muerte, dictada por Jomeini en 1989, por Los versos satánicos del escritor indobritánico. Erradicar radicales de teocracias y tiranías: objetivo de una primavera árabe de revoluciones melancólicas. Libia, un paradigma de ineficacia. Un escenario de Los amigos de mi vida (Salamandra), de Hisham Matar. Londres es otro.      

Las convulsiones íntimas y de la sociedad victoriana en la capital británica componen el telón de fondo de la La impostura (Salamandra), de Zadie Smith. Un retrato del arte del engaño para lograr una fortuna que se propone desenmascarar la protagonista. Aunque precise de la simulación para lograrlo, como la joven Veronica de Nada es verdad (Asteroide), de la italiana Veronica Raimo. La familia, cuando gripa su motor y mengua el crecimiento. Lo experimentó la adolescente Annie Ernaux. Desterronó su “mejor agosto” en Lo que ellos dicen o nada (Cabaret Voltaire): despertó el deseo, nacieron los secretos. A sus padres “se les escapó el cuerpo” de su hija. La decisión sobre los misterios de la carne y la piel, la propiedad de lo, quizá, más propio de una mujer, el embarazo. Y su reverso, el aborto voluntario. Los tiempos de interrupción prohibida en Francia son contexto y tema de El silencio y la cólera (Salamandra), segunda toma de Los años gloriosos, de Pierre Lemaitre. El edadismo de género en las relaciones: voraz con ellas, benévolo con ellos. Uno de los ángulos de Intermezzo (Random House), de Sally Rooney. También quiebra lo femenino, cuando condena, el estigma de la estética: La inquebrantable belleza de Rosalind Bone (Siruela), de Alex McCarthy.   

La maldición de nacer negra y esclava. Un infierno original que se puede apagar con un carácter resistente a la derrota de serie y destino. Lo narra Jesmyn Ward en Este mundo ciego (Sexto Piso). Mark Twain del revés. La metamorfosis de Jim, de Las aventuras de Huckleberry Finn. Ahora, Percival Everett desclava de su destino al esclavo. James (De Conatus) representa el ascenso social que otorgan el saber y la perspectiva.    

En un no-lugar del Oeste

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Afroamericanos libres, negros como él -y como Ward y Everett-, son los personajes de Colson Whitehead, en Manifiesto Criminal (Random House). Negocian su vida con trampas y trompicones en el Harlem violento de los setenta. El baile por una pervivencia amueblada de Ray Carney comenzó con El ritmo de Harlem. Más clase media, el Brooklyn de Paul Auster. Con dolor y un tratamiento extenuante contra el cáncer, escribió Baumgartner (Seix Barral), una novela sobre la memoria y la muerte, un testamento antes de caer en el “gran vacío”. La enfermedad, también, hiere Sé mía (Anagrama), de Richard Ford. El último viaje de Frank Bascombe con su hijo, que padece ELA. Una reflexión sobre la felicidad encaminados hacia el monte Rushmore, labrado con las efigies de cuatro presidentes básicos de Estados Unidos. Un país con dos fértiles colonias provenientes de Irlanda e Italia. Coinciden en Long Island (Lumen), donde Colm Tóibín continúa su Manhattan. Y divergen porque mantienen sus códigos singulares y un pasado de retorno constante a la raíz. Mafiosos irlandeses campan con sus normas sin reglas en Golpe de gracia (Salamandra). Dennis Lehane narra el rechazo de los padres de alumnos blancos católicos a compartir aulas y autobuses con estudiantes de diversas razas y creencias. Deploran el fin de la segregación.  

Las inquietudes sociales atraviesan la novela negra. Los recintos arqueológicos griegos atraen inversiones especulativas. Las quieren enterrar un grupo de mujeres: La revuelta de las cariátides (Tusquets), de Petros Márkaris, una vuelta del comisario Kostas Jaritos. El rey de Os (Reservoir Books), del poliartista Jo Nesbo. La construcción de una autopista estatal que atravesará uno de los múltiples espacios vacíos de Noruega, donde dos hermanos con trayectoria opaca rigen una gasolinera y un balneario. Previa a la reciente caída de la dictadura de Bachar Al Assad en Siria, una obra de David McCloskey, exanalista de la CIA. Gestó allí Estación Damasco, una intriga de espías, secuestros y represión de manifestaciones, con armas químicas incluso. La ficción aventura la realidad, que urde acontecimientos para voltear la historia.

* Prudencio Medel es periodista.

El instinto bélico y la metralla de rencor han estremecido muchas páginas durante el 2024. El ataque japonés a Pearl Harbour, a finales de 1941, provocó el encierro en campos de concentración de nipones migrantes en Estados Unidos. Cercaron uno de estos centros de venganza y vergüenza en California, sobre un secarral porque Los Ángeles, ciudad deslumbrante y líquida, absorbía el agua rural. Sed que asedia. “No puedes salvar lo que no amas”, sostiene Marianne Wiggins, en Las propiedades de la sed (Asteroide). 

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