Los diablos azules
José María Merino y los peligros que nos acechan
El Merino que yo he tratado a lo largo de muchos años suele ser un hombre alegre, sensato y optimista, pero en este nuevo libro de cuentos, Noticias del Antropoceno (Alfaguara), se muestra, no sin razón, pesimista y crítico, preocupado por las consecuencias del cambio climático que tanto afecta al ecosistema y, en otro orden de cosas, por las tonterías mundanas que nos rodean. En obras suyas anteriores, en Las puertas de lo posible. Cuentos de pasado mañana (2008), y en una reciente recopilación, Cuentos de la naturaleza (Eolas, León, 2018, con edición de Natalia Álvarez Méndez), donde se recogen tres piezas que han acabado desembocando en el libro que nos ocupa, hallamos numerosos ejemplos de su interés por el primero de estos temas. Respecto al segundo, tampoco faltan muestras en sus narraciones.
Este nuevo libro está compuesto por cuentos breves, aunque sin llegar a la concisión extrema del microrrelato. Por lo que se refiere a sus partes, habría que destacar que prólogo y epílogo son aprovechados para darnos dos narraciones más. En total, el libro se compone de 47 cuentos, entre ellos dos series: “Basuraleza” (se refiere obviamente a la basura que afecta a la naturaleza) y “El sendero de las lágrimas”, con tres y dos cuentos respectivamente. El autor ha confesado en una entrevista que aunque el libro estaba concluido antes de que llegara la pandemia, ha añadido otro cuento titulado “Virología”, narrado en segunda persona, en el que relata una “ominosa historia”, el caso de tres científicos amigos que han contribuido a crear un virus, en realidad un arma, que ha infectado a las gentes de Wuhan, nocivo sobre todo para los ancianos y emigrantes, por lo que sus responsables intentan acabar ahora con los investigadores.
En relación con los dos conceptos que aparecen en el título del libro, el primero tiene reconocidos antecedentes, en obras —muy distintas— de Alfonso C. Comín (Noticia de Andalucía, 1970), Perich (Noticias del 5º Canal, 1977), Eduardo Mendoza (Sin noticias de Gurb, 1991), Gabriel García Márquez (Noticia de un secuestro, 1995) o Juan Miñana (Noticias del mundo real, 1999); y en cuanto al segundo, el Antropoceno, creo que es el nombre que le ha dado Paul Crutzen, premio Nobel de Química, a la era geológica actual, caracterizada por los perniciosos efectos del cambio climático, el calentamiento global y la contaminación (no solo la ambiental, sino también la lingüística, por la utilización de absurdos anglicismos), debido al poco respeto de los seres humanos por el ecosistema. Se queja Merino, o uno de sus personajes, de que ya no se vean golondrinas en las ciudades, que las abejas estén desapareciendo (no en Berlín, donde todos los veranos, en las terrazas de los restaurantes, se convierten en una pesadilla), que en las playas aparezcan cada vez más residuos de plástico y que la basura espacial pese ya muchas toneladas.
Si algo caracteriza a estos cuentos, sean realistas o fantásticos, es lo explícito del mensaje que transmiten, sus advertencias, el afán del autor por remover conciencias y denunciar nuevos hábitos actuales. Sus temas son, entre otros, la contaminación, las nuevas tecnologías, los males de la globalización, los virus mortales, la preocupación por el crecimiento inmoderado de la población, la manipulación genética, la presencia de los niños en programas de cocina de la televisión, la cirugía estética, e incluso el poliamor. Se trata, por tanto, de asuntos que preocupan a la gente. Asimismo, resultan significativos los diversos espacios en los que transcurre la acción (de la montaña y la playa a la ciudad); las diferentes edades y condición de los protagonistas; o la presencia de animales, ya sean zorros o jabalíes, ya virus y robots, como el mismo autor ha indicado.
Además, se muestra crítico Merino con la corrupción, el tráfico de órganos, el racismo, el trato que se da a los refugiados, las mentiras presentadas como verdades, lo exaltado de los juicios de Podemos, lo políticamente correcto y la reduplicación del lenguaje, las instalaciones artísticas, los deportes de riesgo, la confusión de los turistas, la cirugía estética, la lata de los monopatines y patinetes eléctricos, el empobrecimiento del lenguaje que suponen los emoticonos y el amor a través del guasap.
Resaltaría, en cambio, la atractiva ilustración de la cubierta, y en otro orden de cosas, la defensa del pensamiento simbólico, la beneficiosa relación entre las distintas generaciones, ya sea entre abuelos y nietos, ya entre tíos y sobrinos, y la reaparición de Eduardo Souto, su personaje fetiche. En “La biblioteca fantasmal” lo vemos jubilado y viudo, en un momento en que la realidad se descompone por la “mordedura del tiempo que todo lo devora”, cuando quizá ya esté muerto, condición que le permite visitar la biblioteca del título y solo “la costumbre de casa”, título de una de sus narraciones recogida en los Cuentos del Barrio del Refugio, le hace creer que sigue vivo. Y aunque muchos de los asuntos tratados puedan parecer propios de lo fantástico, el mismo autor ha confesado que todo lo que cuenta es real, confirmándose una vez más el lugar común de que la realidad supera la ficción. “¿Quién soy yo?” es el otro cuento protagonizado por Souto, quien ahora ha alquilado con Celina una casa junto a un acantilado. Se trata en esta ocasión del Souto más existencial, con mucho de Merino, que le presta su biografía y se vale de él como personaje interpuesto para preguntarse por su identidad. Cuando se acerca el afortunado desenlace, tras la crítica a los independentistas catalanes y vascos, partidarios de una identidad única e inmutable, defiende Souto otra múltiple y cambiante, sustentada en la lengua materna y en el amor de su mujer. Así, en las últimas líneas, cuando le pregunta a Celina ¿quién soy yo?, que funciona en la narración como un leitmotiv, ella le responde: “El hombre al que quiero (...) ¿Te parece poco?”.
Además de los relatos que acabo de comentar, destacaría “Metal, madera, piedra, corazón”, “Los cuentos de la nieta” y “El cuento de los amóviles”. El primero se presenta como la confesión que un joven periodista le hace a su médico según la cual se había enamorado de la escultura de mármol de una sirena, a la que le hablaba, como antes le había ocurrido al ingeniero Pantín, quien se quedó prendado de una palmera, junto a cuyo tronco se suicidó. Quizá deba leerse como una parodia de los amores alternativos. El segundo cuento citado incluye una versión desternillante de Blancanieves, que Lauri, una niña de 8 años, le cuenta a su abuela, con su propio lenguaje y realidad, tras abandonar la consulta de su tableta con desgana, junto a otras versiones casi tan heterodoxas de Cenicienta y Caperucita, aunque algo más sobrias. El caso es que la madre de Lauri acepta como normal el desparpajo y la imaginación de su hija al contar, lo que a la abuela también le agrada, aunque la inquiete. Los protagonistas son tres generaciones de mujeres de una misma familia en un cuento que, a su vez, incluye tres narraciones populares.
Mientras que en el tercero, que transcurre en la playa de La Franca, espacio de la primera narración de Merino, La novela de Andrés Choz, durante uno de los encuentros de escritores y críticos que organizan la Universidad de Salamanca y el Ministerio de Cultura, se halla dedicado al declinar de la utilización del libro en la educación, a la narrativa y, más en concreto, a los superventas. Todos los datos que utiliza Merino, a ese respecto, son reales. Pero una vez enmarcado, el cuento se centra en la disputa entre los escritores ancianos y los jóvenes, uno de estos últimos es el narrador, dado que el otro, trasunto de Merino, ha escrito un relato muy criticado en las redes sociales (se trata de “La Inteligencia Definitiva”, recogido en la antología de Ricard Ruiz GarzónMañana todavía, 2014, reelaborado en el que ahora me ocupa), al cuestionar la utilización de los medios electrónicos. En esta narración, un grupo de gente, los llamados amóviles, se aísla en la denominada Última comarca, homenaje al lugar donde habitan Bilbo y Frodo Bolson en El hobbit y El señor de los anillos, para vivir al margen de la sociedad tecnológica, educando a sus hijos en el humanismo tradicional. En un momento dado ambos escritores se conocen, conversan, el joven lee el cuento cuestionado y el escritor veterano le da una lección final, cargada de ironía, pues confiesa usar el ordenador y el correo electrónico y consultar Google, tras haber dejado en evidencia al joven por el empleo que hace de numerosas, amontonadas y ridículas reduplicaciones.
Como hemos señalado, los cuentos aparecen enmarcados entre un prólogo y un epílogo, titulados “Una revelación” y “Sin remedio”. El prólogo, además de explicar el título del libro, anuncia las materias que vamos a encontrarnos, la entrada en una nueva era, el Antropoceno, que ha sustituido al Holoceno. Se trata, por una parte, de una denuncia de la degradación del paisaje, debido a la agresividad humana; y, por otra, del cambio que se ha producido en las relaciones personales, de la aparición de los denominados nativos digitales y de la posverdad, eufemismo que alude a las mentiras de siempre. Mientras que en el epílogo, de título más significativo aun, el optimismo inicial del narrador, la esperanza, acaba tiñéndose de un realismo pesimista ante las informaciones de la prensa y la carga que suponen los años.
El valor de gran parte de estas narraciones estriba en su conjunto, aunque haya relatos que destacan del resto como hemos visto, pero también me gustaría llamar la atención sobre “La pesadilla del papa Francisco” y “El séptimo continente”, con los que se inicia el libro. En el primero, Dios dimite al darse cuenta de que la creación del hombre ha sido un fracaso, pues se trata de “una especie sin capacidad de progreso moral”, “un ser espantoso, abominable, cuya existencia me avergüenza: ha llenado el planeta de ambición irracional, de hambre, de horribles explotaciones humanas”. Pero cuando Dios pide candidatos para sustituirlo, solo se ofrece el Ángel Caído, que se jacta de no haber creído nunca en el ser humano. El título de la narración anuncia que se trata de una pesadilla, pero lo significativo, sin embargo, es que desde el mismo inicio del libro sepamos lo que podemos esperar de los humanos, por lo que no nos extrañarán los desastres que se relatan en las narraciones siguientes.
El segundo cuento tiene su origen en Redención, obra dramática de Ana Merino, hija del autor y reconocida escritora, a quien está dedicado el conjunto. Aquí, un par de científicos, Adán y Eva Zelorio, pertenece a una expedición que estudia “el continente de la basura”, denominado “el séptimo continente”, pero que podría llamarse también el Gran Veneno, pues la basura que se comen las medusas, alimentan los peces que forman parte de nuestra dieta. El caso es que Adán y Eva se enamoran y acaban haciendo el amor en medio de un mar de plástico, aunque no en el Edén, sino en el Apocalipsis de los desechos, todo ello adobado con unas pizcas de humor.
Los problemas del Antropoceno, concluyo, no son ya solo aquellos que afectan al cambio climático, sino también a algunas nuevas costumbres, al papanatismo y a la tontería imperante, producto de las grandes tragaderas que tenemos. Merino se muestra pesimista con el futuro de la especie, debido a la estupidez rampante de los humanos, pero no me parece apocalíptico, ni siquiera catastrofista, pues su desazón aparece paliada por el humor, un registro poco frecuente en su obra, la ironía y la sátira. Nos encontramos, por tanto, con el Merino más ecologista, respetuoso con la naturaleza y con la fauna animal, y también con el más crítico e incluso a veces sarcástico.
Lo invisible, lo intangible
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José María Merino acaba de cumplir 80 años y ha anunciado que publicará una nueva novela en el 2022. A quienes hemos seguido su trayectoria desde sus inicios nos alegra verlo tan en forma, pleno de ambición, nuevos proyectos y fuerzas literarias renovadas, con el espíritu crítico intacto.
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Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.Fernando Valls