A veces, el tema central que recorre la obra de un escritor es esquivo. Se esconde detrás de los personajes y las tramas, cambia de forma, y resulta un completo desconocido incluso para su autor. No sucede así en el caso de Juan Diego Botto (Buenos Aires, Argentina, 1975), galardonado este jueves con el Premio Nacional de Teatro por su labor como actor y dramaturgo, “hombre de teatro integral” en palabras del jurado. Al otro lado del teléfono, después de un día de alegría, cariño y un sinfín de llamadas, Botto parece saber perfectamente cuál es su tema. Su obsesión. El que conduce Una noche sin luna, en la que encarna —en el sentido casi literal del término— a Federico García Lorca, que sale de la fosa en la que sigue enterrado para contar en primera persona por qué lo asesinaron los fascitas. Y el que movía Un trozo invisible de este mundo, la obra que le mereció el aplauso unánime de la profesión en 2012, cinco monólogos que iban desde la Argentina que la izquierda se veía obligada a abandonar hasta la España que recibe a palos a los migrantes.
“La memoria”, arranca, con el aplomo de quien lleva pensándolo un tiempo. “La memoria es una obsesión mía. He hablado de la memoria de la dictadura argentina, de la memoria del exilio, de la memoria de la dictadura española. La memoria contra la impunidad. Es el tema de mi teatro”. Y a él no se le caen los anillos por decirlo claramente: el suyo es un teatro comprometido, un teatro político, un teatro social. No ve en esos apelativos la vergüenza que ven otros: la de un texto que no puede volar con altura, porque se ve lastrado por el peso de la ideología. De hecho, tampoco parece importarle mucho al jurado de este premio otorgado por el Ministerio de Cultura, que reconocía “su profundo y permanente compromiso con la escena como vehículo de transmisión de realidades políticas y sociales incómodas”. Y esto ya es más raro, porque a menudo la cultura comprometida es expulsada del canon como una especie de excrecencia de la cultura verdadera, la que no obedece a nada más que al arte.
¿Qué ha cambiado para que una carrera comprometida se reconozca no pese a su compromiso sino por su compromiso? “No sé qué ha cambiado”, responde Juan Diego Botto, tratando de ser humilde en un día dedicado a celebrar su talento. “Lo que sé es que una de las cosas más bonitas que me han traído estos textos es lo que habitualmente se llama un texto social, más allá de los premios que gane y de las críticas que pueda tener, sea un éxito comercial”. Otro adjetivo que a Botto no le pesa: comercial. Sus textos han sido un éxito de taquilla, y a mucha honra. Un trozo invisible de este mundo estuvo representándose entre 2012 y 2015. Una noche sin luna se estrenó en noviembre de 2021 y va a alargar su gira al menos hasta 2022. En cuanto se empezó a correr la voz en ambas obras —la primera tardó un poco más, para la segunda fue inmediato—, las entradas se agotaron. En el Teatro Español, en Madrid, una sala tan llena como lo permitía el aforo reducido aplaudía en pie durante largo rato cada día de representación.
Ver másJuan Diego Botto, Premio Nacional de Teatro 2021
“Existen ciertos estereotipos, de que si esto no es comercial, que si esto no funciona, que si esto a la gente no le interesa… Y tenemos muchos ejemplos de que eso no es así”, defiende. Y nombra a Andrés Lima, a Alberto San Juan o a Sergio Peris-Mencheta, director de sus dos últimas obras. ¿Quién iba a pensar que Lehman Trilogy, un musical sobre el nacimiento del sistema capitalista estadounidense, iba a convertirse en un éxito comercial bajo la batuta de Peris-Mencheta? “Y lo fue”, celebra. “A veces, eso de que a la gente no le interesa tal o cual tema es una excusa para no atreverse”.
El jurado del Premio Nacional de Teatro también reconoce esta capacidad de hacer llegar esas realidades políticas “al gran público a través de un lenguaje claro y sencillo pero cargado de poesía”. Su capacidad de comunicación que hace que los dos espectáculos mencionados sean descritos a menudos como “emocionantes” y que no sea tan extraño ver llorar a sus espectadores. ¿Sabe ya Botto por qué sucede esto? "Lo único que creo es que quizá cuando uno es generoso, en el sentido de que pone mucho de sí en el texto, hay algo genuino que se transmite. No sé si sería capaz de hacerlo otra vez, no es una fórmula mágica. Pero sí creo que eso, quizá, consigue traspasar”. En Un trozo invisible de este mundo, la conexión personal era obvia. El actor Diego Fernando Botto, su padre, fue uno de los miles de desaparecidos de la dictadura de Videla. La actriz, productora, directora y profesora teatral Cristina Rota, su madre, se exilió a España huyendo de ella en 1978. Lleva en su historia familiar la violencia de la dictadura, el exilio, el desarraigo. Pero también está en ese García Lorca asesinado en 1936. Está su miedo por el auge de la extrema derecha, y su rabia, y la certeza de que si volviera a suceder —“Para que nunca más”, cantaban en Chile— él seguramente engrosaría, en el mejor de los casos, los números del exilio.
Botto se dio a conocer como actor, primero en películas como Martín (Hache), Historias del Kronen o Plenilunio, luego en Vete de mí, La mujer del anarquista o Las viudas de los jueves. Pero el jurado del Premio Nacional hace mención expresa, obviamente, a su trabajo como dramaturgo. “Me hace mucha ilusión que la condición de dramaturgo, que es un espacio en el que siempre me he sentido un extranjero, un visitante, se reconozca”, dice. Cuando pronuncia la palabra dramaturgo sí parece sentir un poco de pudor, de vergüenza. Como si le hubieran sentado en la mesa de los mayores. Dice que se siente “cada vez más cómodo escribiendo teatro” y que espera seguir descubriendo esta nueva profesión que se le adjudica. Ya tiene un tema. Qué más se necesita.
A veces, el tema central que recorre la obra de un escritor es esquivo. Se esconde detrás de los personajes y las tramas, cambia de forma, y resulta un completo desconocido incluso para su autor. No sucede así en el caso de Juan Diego Botto (Buenos Aires, Argentina, 1975), galardonado este jueves con el Premio Nacional de Teatro por su labor como actor y dramaturgo, “hombre de teatro integral” en palabras del jurado. Al otro lado del teléfono, después de un día de alegría, cariño y un sinfín de llamadas, Botto parece saber perfectamente cuál es su tema. Su obsesión. El que conduce Una noche sin luna, en la que encarna —en el sentido casi literal del término— a Federico García Lorca, que sale de la fosa en la que sigue enterrado para contar en primera persona por qué lo asesinaron los fascitas. Y el que movía Un trozo invisible de este mundo, la obra que le mereció el aplauso unánime de la profesión en 2012, cinco monólogos que iban desde la Argentina que la izquierda se veía obligada a abandonar hasta la España que recibe a palos a los migrantes.