Juan José Millás (Valencia, 1946) regresa con Solo humo (Alfaguara), una historia sobre la imaginación y el poder transformador de la literatura, en la que vuelve a algunos de los temas más representativos de su narrativa: la identidad, el desdoblamiento, los recovecos más oscuros de la realidad cotidiana o la paternidad. Una novela en la que reflexiona sobre la experiencia lectora, el impulso creativo y el poder de la imaginación a la hora de madurar como personas.
El Premio Nacional de Narrativa de 2008 retoma el interés por la profunda herida que deja la figura paterna a través de Carlos, un joven que se entera inesperadamente de la muerte de su padre el mismo día en que cumple dieciocho años. De esta manera abrupta dará el primer paso hacia la vida adulta enfrentándose al fantasma de su progenitor, al que nunca conoció, a través de la vida que este dejó a medias... y de su jugosa biblioteca.
El protagonista de Solo humo descubre inesperadamente el poder de la lectura, siguiendo los pasos de su desconocido y difunto padre a través de sus libros. ¿Esa es la idea central de esta novela?
No se puede extractar en realidad, pero sí te diría que uno de los motores fundamentales que me llevaron a la escritura de este libro fue hablar de lo turbadora que es la experiencia lectora. Contar algo que yo creo que nunca había contado, porque no hay en la vida experiencia más turbadora que la de descubrir la lectura, que te puede trastornar absolutamente la existencia. El motor que lo puso en marcha quizás fue esta idea. Pensar 'joder, para mí, el encuentro con la lectura, que fue casual, fue como el encuentro de alguien con la heroína, algo atroz, así, entre comillas'. No sé cómo habría sido mi vida, pero no habría tenido nada que ver con la vida que he tenido. Todo porque a los quince años leí por casualidad una novela que cayó en mis manos: Cinco semanas en globo, de Julio Verne. Si esa novela no hubiera caído en mis manos, yo no habría sido lector, porque en mi casa no había hábito de lectura.
No es el libro más citado de Julio Verne.
No lo es, pero cayó en mis manos por casualidad. En mi barrio había en la biblioteca, algo raro en los años sesenta en Madrid, más aún porque yo vivía en el extrarradio, en Canillas, que hoy es un barrio caro pero entonces la realidad terminaba allí y todo eran descampados. Mi calle era el final de la realidad, dabas un paso y estabas fuera. Pues misteriosamente allí había una biblioteca pública y como los críos nos pasábamos la vida en la calle, de vez en cuando nos metíamos en la biblioteca en invierno para no tener frío. No para leer, porque éramos golfos de la calle. Pero pasábamos un rato en la biblioteca, y un día me levanté y tiré de un libro que resultó ser Cinco semanas en globo.
Y fue un flechazo.
Bueno, es que me precipité dentro del libro, literalmente. Fue una cosa enloquecedora. Estaba dentro y fuera del libro, que me contaba una aventura delirante de cuatro personas embarcadas en un viaje en globo. Y cuando llegó la hora de cerrar la biblioteca, como no era socio, tuve que dejar el libro y regresar a la realidad de este lado, que me costó. Al día siguiente estaba en la puerta de la biblioteca una hora antes, no fuera que alguien cogiera el libro. A partir de ahí, cogí Viaje al centro de la Tierra, que me rompió la cabeza absolutamente y me convertí en lector por casualidad de la vida. Intento a veces imaginarme cómo sería Juanjo Millás si una tarde no se hubiera tropezado con esa novela por un conjunto de azares. Podría ser varios Juanjo, pero que no tendrían nada que ver con el actual.
¿Por qué hay gente lectora y otra no lectora?
Es un misterio, aunque en muchos casos es gente que no ha tenido oportunidad. Yo la tuve, por casualidad, como digo. Y es que la experiencia lectora es brutal porque leer implica, cuando estás leyendo una novela que te apasiona, una disociación total en la que tú estás fuera sujetando el libro pero, al mismo tiempo, estás dentro del libro. Y estás dentro y estás junto a los personajes del libro y eres invisible para ellos, con lo cual cumples un sueño que todos hemos tenido, que es el de ser invisible.
A tenor de sus palabras, me pregunto si tiene algo de inesperadamente autobiográfica esta novela entonces.
En realidad, no hay novela que no tenga un fondo autobiográfico, por más que uno metamorfosea su experiencia. Incluso a veces los libros más autobiográficos son los que en apariencia están más alejados de la propia biografía del autor. De ahí aquella fase famosa cuando preguntaron a Flaubert quién era Madame Bovary y respondió "se mua". Algo sorprendente porque en apariencia ese puede ser el libro más alejado de la biografía de Bovary. Lo que pasa es que se produce una metamorfosis y, seguramente, uno es mejor escritor o tiene más oficio cuando esa metamorfosis es más elaborada.
Se convirtió en lector por casualidad, pero es que la vida es una concatenación de casualidades. Lo vemos cada día y, en este caso en particular, lo vemos en Carlos, el protagonista de Solo humo, que vive esa misma sensación de desdoblamiento que nos explica.
Lo de casual es curioso, porque cuando uno alcanza cierta edad y analiza su vida con algo de perspectiva, se da cuenta de que todo, incluyendo los acontecimientos más importantes, fue producto del azar. Absolutamente. Un día sales de casa a las 9 de la mañana, vuelves a entrar a por un paraguas y vuelves a salir tres minutos más tarde, una decisión que puede cambiarte completamente la vida. Piensa la cantidad de coincidencias para llegar a conocer a tu mujer o a tu marido, que si no hubiera coincidido sus hijos serían otros. Pero si viviéramos con esa impresión de que todo es producto del azar nos volveríamos locos, por eso fingimos que todo es producto de la planificación. Vivimos como si la vida fuera producto de la planificación, pero de repente llega un covid y nos pone la vida patas arriba.
Por mucho que creamos que hemos planificado, todos hemos dejado pasar muchas posibles vidas, en ocasiones sin ser conscientes de ello.
Sí. A mí por eso me interesa mucho el tema de las vidas posibles y los futuribles. Hay una novela que recomiendo mucho que es El forastero misterioso, de Mark Twain, que tiene casi la estructura de un cuento. Habla de esto de los futuribles, ¿qué habría pasado si yo hubiera salido de casa más tarde? Lo ves y te asustas, porque es puro azar. Pero démosle la vuelta a eso, porque es muy curioso. La cruz o la cara de que todo es producto del azar es que todo está planificado, pero nos falta información.
Volviendo a Solo humo, tampoco está en absoluto planificado que Carlos entre de esa manera tan intensa en la lectura a través de los cuentos de los hermanos Grimm de la biblioteca de su padre.
Y además son los originales, no las versiones dulcificadas que se hacen ahora. Resulta que el punto de partida de la novela es un chico que cuando cumple la mayoría de edad hereda la casa de su padre, al que no había conocido. Y con la casa, una biblioteca. Pero él no era lector, no sabía qué hacer con eso, aunque tiene interés en saber quien fue su padre, como todos. Es entonces, moviéndose por la casa, cuando encuentra en la mesilla de noche del padre el último libro que estaba leyendo de los cuentos completos de los hermanos Grimm. Por ahí pasó su padre y por ahí empieza a buscarle.
Por cierto, ¿qué significa leer con responsabilidad?
Pues es otro misterio. El padre le deja una herencia llena de misterios, la biblioteca entre ellos, y esa frase que dice, 'no se lee por gusto, se lee por responsabilidad'. ¿Qué significa? Lo he dejado ahí colgando, pero por ejemplo que leer es uno de los modos de enfrentarse al mundo y conocerlo en la medida que la literatura es una representación de la realidad. Quizás la lectura es una responsabilidad y deberíamos ser lectores responsables, no juguetones, porque leer es un modo de conectar con el mundo. Leer responsablemente implica conectar con el mundo.
Como conectaban, ya que hablamos de ellos, los cuentos de los hermanos Grimm.
Sí. Cuentos que vienen de la tradición oral que se contaban alrededor de una lumbre no para pasar el tiempo, sino porque eran representaciones de la realidad. Cuando se contaban esos cuentos se advertía a los oyentes de que podían encontrarse con eso al día siguiente en el bosque. Lo que dicen los cuentos es que la vida es así, de manera que si uno lee responsablemente, lo que implica escoger bien la lectura, está conectando con las zonas más profundas del mundo.
Porque además, como dicen los personajes, sin lector no hay relato, ni tampoco personajes a su vez.
Claro. Los personajes se aburren si no hay lector. Como Dios cuando estamos quietos.
Los personajes de Solo humo viven situaciones nada convencionales. Lo que tenemos por ordenado y convencional en el mundo real vuela por los aires en esta historia.
Porque en este libro hay dos espacios: el espacio de los cuentos y el de la realidad real. A medida que progresa su existencia, se va pareciendo más a un cuento de los hermanos Grimm. Pero es que la vida se parece a un cuento de los hermanos Grimm, lo que pasa es que no lo vemos. La vida está llena de delirio, yo suelo decir que la realidad es un delirio consensuado. Pero ocurre que aquí se percibe de un modo más nítido cómo la realidad va imitando a un cuento. Es curioso, porque los seres humanos somos los inventores de los cuentos, pero luego generamos realidades idénticas a los cuentos. Es un proceso semejante al del lenguaje: el ser humano inventa el lenguaje como una herramienta para comunicarse, el ser humano es dueño del lenguaje, pero pasado el tiempo es el lenguaje es el que pasa a ser nuestro dueño porque hablamos de forma previsible. Y lo que intenta el escritor es, precisamente, no ser una herramienta del lenguaje, porque si fuera así escribiría cosas previsibles sin interés.
"Han desaparecido los tiempos muertos. La vida, antes de la aparición de estas nuevas tecnologías, estaba llena de tiempos muertos que, vistos con la perspectiva de los años, fueron los más vivos"
Pensando en ese poder de la lectura, venía yo a este encuentro en el Metro constatando que ya no es el vagón de lectura que era hace veinte años. Todo el mundo leía libros o prensa entonces, pero ahora todos vamos absortos con el teléfono.
Han desaparecido los tiempos muertos. La vida, antes de la aparición de estas nuevas tecnologías, estaba llena de tiempos muertos que, vistos con la perspectiva de los años, fueron los más vivos. Tú estabas esperando un autobús y era un tiempo muerto...
... y no sabías cuándo iba a pasar, no como ahora, que te pone los minutos.
Claro, ahora te dice faltan siete minutos. Pero entonces no, entonces era un misterio. Y mi infancia estuvo llena de tiempos muertos, porque no teniamos ni televisión, ni juguetes electrónicos, como mucho teníamos una pelota de trapo. Nos aburríamos mucho y nadie se preocupaba por nuestro aburrimiento. Ahora los padres se agobian si un niño está parado quince minutos, pero la vida de mi generación era así, con aquellos veranos larguísimos por la calle en el descampado con otros desarrapados más. Pues bien, aquellos tiempos muertos, te aseguro que fueron los más vivos.
Ahora tenemos que estar siempre produciendo o consumiendo, no nos dejan parar.
Y yo creo que los tiempos vivos de hoy como los que describes en el Metro son, en gran medida, tiempos literalmente cadáveres.
¿Cree que la gente es capaz todavía de leer una novela durante una hora seguida? Me parece algo heroico casi.
No lo sé, pero luego resulta que las estadísticas sobre lectura son buenas. Y la venta de libros físicos ha aumentado desde la pandemia, y cuando acabó la pandemia no disminuyó. Es otro misterio sobre el que nunca me atrevo a opinar, pero me pregunto cuantos lectores tenían Pio Baroja o Azorín en sus mejores momentos. Así que no lo sé, porque las informaciones que nos llegan sobre los hábitos de lectura son contradictorias.
¿Qué le gustaría que sintiera el lector cuando cierre el libro justo en el momento de haberlo terminado?
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Se suele decir que el lector reescribe los libros que lee. Por eso cada lector te cuenta una impresión diferente, aunque algunas pueden coincidir. Te gusta cuando te dicen que han vivido una aventura realmente turbadora y que no cierran el libro y se olvidan de él, sino que se quedan dentro de sus páginas durante algún tiempo.
Y además con final feliz en este caso.
Sí, porque a veces los finales felices son atroces.
Juan José Millás (Valencia, 1946) regresa con Solo humo (Alfaguara), una historia sobre la imaginación y el poder transformador de la literatura, en la que vuelve a algunos de los temas más representativos de su narrativa: la identidad, el desdoblamiento, los recovecos más oscuros de la realidad cotidiana o la paternidad. Una novela en la que reflexiona sobre la experiencia lectora, el impulso creativo y el poder de la imaginación a la hora de madurar como personas.