Jugar con fuego

Pablo Núñez

Unos meses antes de la muerte de Franco, un joven poeta, por aquel entonces maestro nacional y estudiante de Filosofía y Letras, daba a la imprenta en Avilés el primer número de la revista Jugar con fuego, escrito íntegramente por él. Sus cuatro colaboradores iniciales no eran sino heterónimos con los que aquel solitario José Luis García Martín (Aldeanueva del Camino, Cáceres, 1950) inventaba un grupo de amigos para "discutir, intercambiar poemas, tratar de transformar el mundo", según él mismo explica en el epílogo a la edición facsimilar de la revista, publicada recientemente por Ediciones Ulises. "Yo era Pedro Tordasens, que escribía sonetos postistas, y Alfonso Sanz Echevarría ('Solo amo palabras / que nada significan: / luz, amor, todavía') y el italiano Luigi Durutti, del que yo aparecía como traductor, y Bernardo Delgado, que firmaba las reseñas finales", señala García Martín, profesor de la Universidad de Oviedo.

Cuando funda Jugar con fuego, García Martín solamente había publicado un libro, Marineros perdidos en los puertos (1972), y el verdadero desarrollo de su obra se inicia en el seno de la revista. En sus páginas se adelantan poemas de su segundo libro, Autorretrato de desconocido (1979); se publica el tercero, como una sección de la revista, "Los fantasmas del deseo" (1981); aparecen las primeras notas de su diario; y se asienta una manera de entender la literatura que fundamenta todo su quehacer tanto creativo como crítico.

En Jugar con fuego están presentes la reivindicación de la Generación de 1950, que culminó en la tesis doctoral del autor ―defendida en 1980 y publicada seis años después bajo el título La segunda generación poética de posguerra―, y la apuesta por el grupo de poetas del 70 que no se identificaba con los novísimos, que supuso una referencia crítica nacional al cristalizar en la antología Las voces y los ecos (1980). Como señala el poeta y editor Abelardo Linares, Jugar con fuego "funciona como revista generacional y es sin duda una de las más representativas, si no la más representativa de esos años en los que empezaba a disolverse la influencia novísima y empezaba, al mismo tiempo, a surgir una poesía del yo, cercana a la que luego sería llamada la poesía de la experiencia".                                                                        

Además de heterónimos, y de poemas apócrifos que más de un entendido creyó auténticos ―supuestos poemas de Eugénio de Andrade, Francisco Brines, Víctor Botas, Fernando Ortiz, Sandro Penna, Luis Antonio de Villena―, en Jugar con fuego también hubo un espacio importante para poemas auténticos de los ya mencionados Botas, Brines, Ortiz y Villena, así como de Francisco Bejarano, Antonio Colinas, Ángel Crespo, Ángel González, Félix Grande, Abelardo Linares, Justo Jorge Padrón, Juan Luis Panero, Carlos Sahagún, Eloy Sánchez Rosillo, Jaime Siles o José María Valverde, entre otros. El hecho de conocer las versiones primigenias de los poemas que más tarde se recogieron en libro, detenerse en los cambios, o acceder a un poema que solo se recogió en la publicación periódica, tiene interés no solo para los investigadores, sino para cualquier lector atento y curioso.

En las páginas de crítica, centradas en las dos generaciones que ya se han mencionado, encontramos interesantes aproximaciones, por ejemplo, a la poesía de Francisco Brines (por partida doble: en los números I y III-IV), y de Ángel González (en el número III-IV), por mencionar dos de los estudios más significativos. Pero también aparecen aproximaciones a José Agustín Goytisolo, Carlos Sahagún, Jenaro Talens, José Ángel Valente, José María Valverde, etcétera. Asimismo, se reseñan las novedades editoriales del momento ―el número VIII-IX llega a incluir una docena de "notas de lectura"― y, en el número XI, algunas de las novedades se comentan en un jugoso coloquio entre García Martín y dos heterónimos suyos, Manuel Eguren y Armando Rojo León, en el que estos casi parecen cobrar vida propia.

Por otra parte, el décimo número incluye cinco entrevistas ―es el único número en el que este género periodístico está presente― con los poetas María Victoria Atencia (curiosamente, de las respuestas se encarga su marido), José Bento (en portugués), Felipe Boso, Aquilino Duque y Rosendo Tello Aina, todas ellas firmadas por Alfonso Sanz Echevarría.

Con Jugar con fuego García Martín fundó una revista cuyo interés histórico para la creación y la crítica poéticas todavía permanece, estableció las bases de toda su obra posterior y puso en marcha una tertulia literaria ficticia que se haría realidad con la Tertulia Óliver. La edición facsimilar, que reúne la colección completa en un solo volumen —ocho números, dos de ellos dobles, publicados entre 1975 y 1981—, les permitirá a los lectores descubrir cómo aquel joven García Martín comenzó a configurar, y en cierto sentido a inventar, el particular mundo literario que todavía hoy le rodea.

*Pablo Núñez es poeta. Pablo Núñez

Unos meses antes de la muerte de Franco, un joven poeta, por aquel entonces maestro nacional y estudiante de Filosofía y Letras, daba a la imprenta en Avilés el primer número de la revista Jugar con fuego, escrito íntegramente por él. Sus cuatro colaboradores iniciales no eran sino heterónimos con los que aquel solitario José Luis García Martín (Aldeanueva del Camino, Cáceres, 1950) inventaba un grupo de amigos para "discutir, intercambiar poemas, tratar de transformar el mundo", según él mismo explica en el epílogo a la edición facsimilar de la revista, publicada recientemente por Ediciones Ulises. "Yo era Pedro Tordasens, que escribía sonetos postistas, y Alfonso Sanz Echevarría ('Solo amo palabras / que nada significan: / luz, amor, todavía') y el italiano Luigi Durutti, del que yo aparecía como traductor, y Bernardo Delgado, que firmaba las reseñas finales", señala García Martín, profesor de la Universidad de Oviedo.

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