El libro interminable

2

El infinito en un junco

Irene Vallejo

Siruela

Madrid

2019

Año

Entono el mea culpa por el retraso de esta reseña cuando El infinito en un junco se aproxima sin duda a la décima edición. Pero mi excusa tiene que ver con el amor y en el amor todo se perdona. Espero.

Regresar a las personas, a los lugares y a las páginas que amas, una y otra vez. Es imposible terminar el libro de Irene Vallejo. Está tocado por la magia que lo hace infinito, inagotable, 500 páginas que deseas comenzar una y otra vez. Y el temor, la inseguridad, la certeza de que no conseguiré aproximarme con unas pocas palabras a la belleza que desprende su lectura.

El infinito en un junco es una declaración de amor a la literatura. A la historia de la escritura, esta voz dibujada, a las bibliotecas, a las librerías, a los libros. Cito textualmente a la autora: "Lo más importante para mí es que los lectores sepan que se trata de un ensayo peculiar, fronterizo, con ingredientes poco habituales (humor, poesía, narración, autobiografía a través de los libros). Y que está escrito con el mimo y la exigencia estética con la que trabajo la ficción. En cuanto al contenido, escribí el ensayo para revelar a los lectores de hoy que son partícipes de una milenaria aventura".

El infinito en un junco es un libro lleno de sabiduría, un libro sobre el mundo contemporáneo, porque si algo somos es de donde venimos. Los clásicos llevan siglos siendo actuales. Hoy nos escribimos constantemente, whatsapeamos, tuiteamos gracias a los fenicios, a quienes se les ocurrió pintar los sonidos. Con la invención del alfabeto pudimos y podemos guardar el conocimiento y la imaginación. En la Biblioteca de Alejandría, en casas particulares, en talleres de escribas, en monasterios, en librerías, en buscadores de Internet, en papiro y en páginas web. Y algo de importancia tendrá cuando los libros han molestado tanto. "La palabra escrita ha sido tenazmente perseguida a lo largo de los siglos, y son más bien extraños los tiempos de paz en los cuales las librerías solo tienen visitantes tranquilos, que no enarbolan estandartes, ni agitan dedos fiscalizadores, ni rompen escaparates, ni encienden hogueras, ni se abandonan a la atávica pasión de prohibir".

Como decía Irene Vallejo, este ensayo es muy particular. Fue un riesgo y un gran acierto incluir pasajes de su vida privada, por ejemplo. La humanidad que transmite el libro no hubiera sido posible sin sentir que estás leyendo al lado de quien escribió sus páginas. Para construir este castillo nos cuenta su arquitecta que concibió su estructura como una escaleta de un guion de cine. Llenó la pared de su despacho de post-its de distintos colores que sirvieron para que los pilares que sostienen estas historias sean gruesos, firmes y estables. Bajo su sombra nos cobijamos con Platón, con Sócrates, con Safo, con Iron Maiden, con Antígona y Electra, con Edipo, con Marcial, con Coetzee, con Heródoto, con Kapuscinski, con Alejandro, con Shakespeare, Cervantes o Genet. En Roma, en Líbano, en Atenas, en Macedonia, en Zaragoza, en todos los sitios donde el hombre y la mujer han sido felices y desgraciados.

"Siempre he creído que este oficio consiste en construir belleza y esperanza: es una forma de rebeldía ante la agresividad imperante". Esto me dice Irene Vallejo, esta autora que tras una apariencia frágil lleva dentro de sí la fuerza irremediable de las palabras. "Cuando yo era niña, mi madre desplegó ante mí el universo de las historias susurradas, y no por casualidad. (…) Ahora mi madre y yo susurramos las historias de la noche en los oídos de mi hijo. Aunque ya no soy aquella niña, escribo para que no se acaben los cuentos. Escribo porque no sé coser, ni hacer punto; nunca aprendí a bordar, pero me fascina la delicada urdimbre de las palabras. Cuento mis fantasías ovilladas con sueños y recuerdos. Me siento heredera de esas mujeres que desde siempre han tejido y destejido historias. Escribo para que no se rompa el viejo hilo de voz".

Irene Vallejo: "Todos somos frágiles, reconocerlo es una llamada a la colaboración"

Ver más

Con emoción termino mis palabras tecleadas con veintisiete letras que hacen posible el infinito agradecimiento a uno de los libros que me acompañará siempre. Como Safo, treinta siglos después, yo afirmo: "Alguien se acordará de ti siempre, Irene". Enhorabuena y gracias.

_____

Sonia Asensio es profesora de Literatura.

El infinito en un junco

Más sobre este tema
>