Los libros de los Lara y otros negocios

Quien espere encontrar en Los Lara (Galaxia Gutenberg y La maleta de Portbou), de José Martí Gómez, una trayectoria de la editorial Planeta, no la hallará, aunque sí una información valiosa, en parte nueva, utilísima para componer una historia que sigue estando sin hacer. El título del libro y las dos fotos que se contraponen en la cubierta son lo suficientemente expresivos y nos proporcionan pistas certeras sobre lo que vamos a leer. En la de la derecha aparece el fundador de la casa, observando sonriente –por el fotomontaje— la imagen de su hijo; mientras que en la de la izquierda, José Manuel Lara Hernández mira a la cámara, con un rictus peculiar suyo. El ausente es Fernando Lara Bosch, el hijo menor y el preferido de sus padres, nombrado heredero contra pronóstico, pero fallecido prematuramente en 1995.

Lo que se cuenta gira en torno a dos ejes: los avatares de la editorial, convertida con el tiempo en un grupo multimedia, y las relaciones familiares y profesionales que se establecen, sobre todo, entre las dos primeras generaciones de la familia Lara, además de las que mantienen con los empleados (así los llamaba el patriarca, incluyendo entre ellos a Gimferrer) más cercanos y con sus competidores. La tercera generación solo cobra protagonismo, aunque significativo, en el tramo final del libro.

 

Lara, padre, llegó a Barcelona en enero de 1939, entró con las tropas de Franco, como teniente de la legión. Antes había sido seminarista, luego formó parte del coro de Celia Gámez, y trabajó también vendiendo galletas María y en la Pirelli, hasta que fundó la Academia Lara. En 1941 se casó con María Teresa Bosch, una joven de la burguesía catalana, de quien Fabián Estapé reconoce haber estado prendado, por decirlo con palabras antiguas, una mujer que por educación y carácter se encontró siempre en las antípodas de su marido. Tras comprar la editorial Tartessos y fundar la editorial Lara, que no funcionaron, en 1949 nace Planeta, cuyo primer libro fue el mítico best seller de Frank YerbyMientras la ciudad duerme. Tres años después se fallaría el primer Premio Planeta que obtuvo En la noche no hay caminos, de Juan José Mirá. Sobre algunos de los ganadores se cuentan detalles curiosos, y a veces divertidos, como la anécdota final sobre González Ledesma. En 1965 se inicia la expansión de la editorial por Hispanoamérica y, un par de años más tarde, empieza la comercialización de la Enciclopedia Larousse, de cuyos suplementos fui colaborador, coordinando –digamos— la sección de literatura española e hispanoamericana, un trabajo mal pagado, por cierto. Lara, que padeció a lo largo de su vida profundas depresiones, decía que solo había tenido tres amigos: el periodista Manuel del Arco, al que le publicó varios libros de entrevistas; el fiscal Romero de Tejada, con quien jugaba al golf y que incluso llegó a ser su consejero literario; y un tercero que no sabemos quién fue.

Distingue Martí Gómez la realidad de las leyendas que circulan sobre el padre (así, es falso lo de las 50.000 pesetas que le dio Queipo de Llano para fundar la editorial, o la amenazas con pistola a los papeleros...). En cambio, comenta que Lara podía ser simpático, pero también déspota, y a menudo un bocacharco; que al principio no pagada a los proveedores cuando debía, ni abonaba los derechos de autor; que era depresivo e hipocondríaco; que solía tener una conducta poco ética con sus competidores, como cuenta Carlos Plaza, dueño de la editorial Plaza & Janés; y a veces se equivocaba al nombrar a alguno de sus autores, así Ignacio Agustí era Agustín y Vázquez Montalbán, Ricardo Montalbán, por el galán de Hollywood, cuando no les ponía motes, como a Pombo, a quien llamaba el Gordo; que perdió un pleito por los derechos de Baroja; que le gustaba tentar a los autores de éxito de Anagrama (Álvaro Pombo, Alfredo Bryce Echenique y Soledad Puértolas sucumbieron, aunque de las tres novelas que el santanderino presentó al premio, curiosamente premiaran la peor), y que el responsable de esas dudosas maniobras era Rafael Borràs, denominado “el hombre del maletín”; que el padre y el hijo mayor no se llevaban bien, pero en cambio los hermanos sí. No cuenta, sin embargo, Martí Gómez la infinita paciencia que tuvo el viejo Lara con Carmen Laforet, quien a pesar de recibir varios adelantos a menudo incumplía sus compromisos con la editorial, como cuentan Anna Caballé e Israel Rolón en su biografía de la autora. Resalta también una de sus mayores virtudes, la de haber sabido rodearse de buenos colaboradores y consejeros: Manuel Lombardero, Antonio Prieto, el sabio Carlos Pujol quien –sin ignorar sus defectos— solía hablar bien del viejo Lara, y Silvia Bastos (la más eficiente responsable de prensa que he conocido, hoy agente literaria). E incluso consiguió tener cerca a sabios asesores: Martín de Riquer, José María Valverde (ambos dirigieron una excelente Historia de la literatura universal, estropeada en su versión reducida), José Manuel Blecua, su hijo Alberto, ahora el miembro más veterano del jurado del premio, o Pere Gimferrer.

Más allá de la editorial, los Lara se implicaron en la gestión del R.C.D. Español, y J.M. Lara Bosch fue empresario de medios de comunicación (La Razón, el Avui, La Sexta, el diario gratuito ADN), pero también fundó el colegio Aula, potenció el Instituto de Empresa Familiar y presidió el Círculo de Economía a partir del 2005 (el tratamiento que le da Martí Gómez a este último, o a la llamada guerra de las televisiones, resulta prolijo), a pesar de que los Lara nunca llegaran a formar parte de las familias que llevan gobernando Cataluña desde la noche de los tiempos. El mismo Lara Bosch salvó de la ruina a Edicions 62, mientras que los prohombres nacionalistas, esos que tanto suelen lamentarse por la lengua y por la cultura catalana, miraban hacia otro lado cuando tenían que rascarse el bolsillo. Y como los Lara tenían huevos en todas las cestas, el hijo mayor compró La Razón para acceder en Madrid a los círculos del poder conservador, para lo que contó con el asesoramiento de Mauricio Casals, a quien se tacha aquí de príncipe de las tinieblas. Su hermano, Pedro Casals, un discreto autor de novelas policiacas, fue finalista en dos ocasiones del Planeta, y recuerdo que hubo una época en que día sí y día también aparecía en las páginas del Abc. Como de igual modo fue finalista del premio Juan Benet, a quien engañaron, y de paso humillaron, situándolo tras un modesto escritor y guionista de cine. Asimismo, el autor cuenta numerosas anécdotas, como la afición al bridge de toda la familia, o la obsesión del patriarca por ganar siempre, fuera al juego que fuese, incluso haciendo trampa.

Lara Hernández se declaró franquista en numerosas ocasiones, aunque en 1976 se consideraba de centro derecha, entre Fraga y Pío Cabanillas. Casi dos décadas después, en 1994, el rey le concedió el marquesado del Pedroso de Lara, título ridículo donde los haya. Con todo, me parece importante recordar que a la hora de publicar libros no distinguía entre ideologías, y que en el catálogo de Planeta, junto a los políticos franquistas, no faltan escritores comunistas (del citado Juan José Mira a Jorge Semprún, con un libro muy crítico con el Partido, y Vázquez Montalbán). Su hijo mayor –tenía fama de decir en público lo mismo que decía en privado, según cuenta López Burniol en un artículo reciente— parece ser que se encontraba cerca del PP, aunque se definiera como hedonista, "libertario de derechas" y católico pero anticlerical. Y se mostró valiente al plantar cara a los continuos desafueros del independentismo catalán. Y, sin embargo, cuesta trabajo entender que financiara a la vez a La Razón y al Avui, ejemplos del peor periodismo, de ideologías opuestas. Martí Gómez concluye diciéndonos que los Lara Bosch fueron, en esencia, según los testimonios recogidos, "buenas personas" (p. 100). Tiene mucho interés la entrevista final con José Manuel y Pablo Lara García, los dos hijos varones de J. M. Lara Bosch, hoy al margen de la gestión directiva de la editorial, como el resto de los miembros de la tercera generación.

Llevo muchos años leyendo a José Martí Gómez, otro hijo ilustre de Morella, que ahora cuenta 82 años. Colaboró en diversos periódicos de Barcelona, en la revista Por favor, del grupo Planeta, y en programas de radio, pero yo recuerdo sobre todo sus memorables entrevistas hechas junto a Josep Ramoneda (¿cuándo van a recogerse en un volumen?). El libro de Martí Gómez, en suma, tiene mucho interés y se lee con gusto, pues está escrito con fluidez y amenidad, aunque en algunos momentos me parezca que se va del tema. En otros, sepa a poco y debiera seguir ampliándolo para una posible próxima edición. Por ejemplo, Crehueras, García-Píriz, cuñado de J.M. Lara Bosch, y Carlos Pujol, merecen más espacio; o la historia del libro y del supuesto plagio de Cela, en La cruz de San Andrés, que sigue sin un fallo definitivo, que yo sepa. Algunos pequeños errores podrían haberse evitado, como cuando llama a la novela de Vargas LlosaLituma de (por en) los Andes; cuando afirma que Ángel Vázquez desapareció como escritor tras obtener el Planeta en 1962, olvidándose de la excelente novela La vida perra de Juanita Narboni (1976); la Universidad que hizo doctor honoris causa a J.M. Lara Bosch fue la Nebrija, no Lebrija; y el autor de best seller se apellida Falcones, no Falcone, apellido del juez asesinado por la mafia (pp. 44, 47, 103 y 283).  Por último, sus hijos comentan que J.M. Lara Bosch dejó al morir unas memorias. Como diría un modelno: ¡Ya están tardando en salir!

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P.S. Quien quiera constatar, una vez más, hasta qué punto está podrido el periodismo nacionalista catalán, puede ver el tratamiento que se le da a este libro en El nacional. _____

Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.

Quien espere encontrar en Los Lara (Galaxia Gutenberg y La maleta de Portbou), de José Martí Gómez, una trayectoria de la editorial Planeta, no la hallará, aunque sí una información valiosa, en parte nueva, utilísima para componer una historia que sigue estando sin hacer. El título del libro y las dos fotos que se contraponen en la cubierta son lo suficientemente expresivos y nos proporcionan pistas certeras sobre lo que vamos a leer. En la de la derecha aparece el fundador de la casa, observando sonriente –por el fotomontaje— la imagen de su hijo; mientras que en la de la izquierda, José Manuel Lara Hernández mira a la cámara, con un rictus peculiar suyo. El ausente es Fernando Lara Bosch, el hijo menor y el preferido de sus padres, nombrado heredero contra pronóstico, pero fallecido prematuramente en 1995.

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