Literatura-locomoción

Carmen Peire

Tranvía 83Fiston Mwanza MujilaTraducción de Rubén Martín GiráldezPepitas de CalabazaLogroño2017Tranvía 83

 

El sello Pepitas de Calabaza, que debe su nombre al diálogo con la calabaza de la película Amanece que no es poco y que tiene por lema ser “una editorial con menos proyección que un cinexín”,  ha publicado la primera novela de este escritor, una de las voces africanas que, desde el terreno llamémosle francófono, está teniendo gran repercusión. Con esta primera novela, publicada por primera vez en 2014, ha irrumpido causando la sorpresa en el mundo literario. Ha sido traducida a diversos idiomas y ahora llega al nuestro de la mano de Rubén Martín Giráldez.

Lo que plasma Fiston Mwanza Mujila (Lumumbashi, República Democrática del Congo, 1981) es la decadencia de sociedades desestructuradas, donde el dinero fácil, extraído de las minas, va de la mano de la corrupción y de la forma de vida que conlleva. No es tanto el tema que aborda, casi común a muchos de los escritores jóvenes que están irrumpiendo con fuerza en el panorama literario, lo que me llamó la atención, sino, sobre todo, la forma de hacerlo. Él mismo lo llama literatura-locomoción y plasma muy bien esos ambientes que se podrían traspasar a todos los escenarios donde ha existido la fiebre del oro, con buscavidas, prostitutas, generales corruptos, ladrones que roban a ladrones.

Todo ocurre en una Ciudad-País imaginaria que puede recoger el ambiente de todas las ciudades africanas con la misma problemática, como el mismo Fiston opina. Tranvía 83 es un local, un antro o garito, bar, prostíbulo, discoteca, centro de negocios, todo al mismo tiempo, por donde pasan los habitantes a gastarse el poco dinero que tienen, en busca de sexo pagado y alcohol. Y donde siempre, siempre, suena la música, un elemento central en la novela, sobre todo el jazz, sobre todo John Coltrane. En ese local transcurre toda la historia, lo más importante. La calle, el resto de la Ciudad-País apenas se vislumbra, salvo las minas, custodiadas, abiertas o cerradas según el capricho de un general rebelde, para que todo el mundo las explote:

 

“No todas las noches observaban la misma cronología de cerveza, de música, de baile, de madres solteras de nueva hornada, de brochetas de perro y de locura. Los que salían de noche conocían la intriga, la prosodia, digamos, de los acontecimientos, la convulsión de las circunstancias, las lúgubres procesiones hacia lo desconocido. A veces empezaban con las madres solteras adulteradas, encadenaban la danza poética sobre los catres del burdel Cara a Cara de la abuela Cuerpo a Cuerpo, continuaban con jazz, prolongaban con vino caliente, degustaban un civet de gato con olivas, arroz hervido, brochetas de perro y patatas al azafrán, fumaban cáñamo indio, bajaban  al Polígono de la mina de la Esperanza armados hasta los dientes, las noches eran canela fina para quien supiera aprovecharlas, las noches de verdad eran largas y populares, las noches de verdad siempre eran ricas en acontecimientos, las noches de verdad no estaban libres de corrupción y otros golpes bajos, las noches de verdad apestaban a neuralgia, escupitajos y traumatismos que construían aquel hermoso mundo roto…”.   (Capítulo 28: “Elogio de una noche de transgresión”.)

En ese ambiente aparece Lucien, aspirante a escritor, en realidad un soñador que cae allí huyendo de la persecución política que sufría en Trans-País. Su alter ego, su compañero, su hermano, quien le acoge nada más llegar es Requiem, acostumbrado a la violencia y a la corrupción, que se mueve como pez en el agua en ella. Dos formas de ver el mundo, contradictorias y complementarias, las dos caras de una misma realidad.

Compuesta de 33 capítulos que se presentan cada uno de ellos con un breve resumen previo, a veces con sentencias, a veces con una sola frase, al estilo de los capítulos quijotescos, nos va desgranando con una escritura en apariencia caótica, circular, saltando de un tema a otro, como si fueran solos de saxo dentro del local, los avatares de su protagonista Lucien, caído en desgracia frente el triunfador Requiem, y nos va dejando ver en la evolución del libro, cómo Lucien prospera en su literatura y consigue publicar y cómo Requiem termina siendo defenestrado por sus propios amigos, solo por el interés.

Mientras, nos habla de prostitutas, del Apocalipsis y pasajes de la Biblia, de la religión de la piedra, de la jungla, del elogio a la tortura, porque antes se torturaba bien, con método y conocimiento de las partes del cuerpo, pero con el tiempo se tortura de cualquier manera, sin haber aprendido el oficio. No deja títere con cabeza. Y el humor negro —perverso, diría yo—, esa capacidad humana de reírse de todo para salir adelante en las situaciones extremas, recorre todo el libro. Un ejemplo:

 

“La tortura es uno de los puntos que diferencian a una república bananera organizada de una república bananera caótica o desorganizada, por decirlo de otra manera… El antiguo país, que hoy no existe más que sobre el papel, provenía de una república bananera organizada. Los verdugos operaban en condiciones bastante buenas. Tenían a su entera disposición cantidad de utensilios de tortura: potros, ruedas de carreta etc. Se beneficiaban de cursos de formación  y de  prácticas de profesionalización fuera del país…”. Pero en la Ciudad-País “los tipejos que torturaban eran todos pobres arribistas cogidos de aquí y allá a lo largo de diversas guerras de liberación. La mayoría no tenían ningún instrumento de tortura, ningún potro, nada que pudiera llamarse soga…Aparte de la técnica de la toalla mojada, que aplicaban de oídas, desconocían las técnicas básicas. A menudo se limitaban a golpear con palos y taburetes.” (Capítulo 22. Elogio de la tortura.)

Esta novela tiene elementos comunes con otras novelas poscoloniales de la zona llamémosla francófona, con ciertas diferencias de los escritores negros nacidos bajo influencia de colonización anglófona. El humor, el baile, la locura desorbitada y el lugar donde ocurre, o sea, el bar, suelen estar muy presentes en ellas. Solo hace falta leer, por ejemplo, Vaso roto, del también congoleño Alain Mabanckou, para poder comprobarlo.

Fiston Mwanza reside en la actualidad en la ciudad austriaca de Graz y  aparece como un escritor obsesionado con la música. En sus obras tiene un papel fundamental el jazz y en sus conversaciones se menciona siempre un saxofón que él mismo asegura que es un sueño recurrente para él. Quizá por ese motivo, explica en una entrevista publicada en Le Point que escribe como si compusiera y que a todos los textos les atribuye un ritmo:

 

“Intento asignar a cada texto un tempo. (…) Este ritmo es diverso : es el saxofón soñado, la circulación de los trenes que unen Lumumbashi con Mbuji-Mayi (la ciudad natal de mi familia), la rumba, los ruidos de Kinshasa, la soledad, el río Congo … Lo que importa no es sólo el sujeto, sino el ritmo agitado o la polka de las palabras en una hoja de papel”.

Tranvía 83 no es una novela autobiográfica aunque sí transmite la visión que tiene el escritor sobre El Congo y el mundo. Y en él, la visión del intelectual africano: “En un país en el que todo el mundo habla de dólares, es una locura pretender ser escritor”.

Las esperanzas rotas

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En una entrevista con la Agencia EFE, Fiston Mwanza Mujila comenta que se fijó en varias ciudades mineras muy importantes de su país y también Kinshasa, "donde hay música por todas partes". El escritor indica que para los niños que trabajan en las minas de la República Democrática del Congo "la infancia no existe, está enterrada, son utilizados para llegar a los sitios más difíciles". "Como escritor quería hablar de ello", subraya. Fiston Mwanza Mujila sabe que, en general, en el Congo la gente "hace siempre fiesta, porque no sabe si en el más allá habrá música, por lo que hay que aprovechar el ahora, mientras se está vivo".

*Carmen Peire es escritora. Su último libro, Carmen PeireCuestión de tiempo (Menoscuarto, 2017).

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