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María Negroni, un viaje corazón adentro

El corazón del daño

María Negroni

Penguin Random House (Barcelona, 2023)

El último libro de María Negroni (Rosario, 1951) convoca una extrañeza que imanta. Y es que su forma de novela no esconde su condición poemática: sin anécdota apenas, poblada de silencios y recuerdos, su ritmo se hace casi respiratorio. Novela medular, hecha de tuétano, su incisiva memoria busca domeñar el dolor de la ausencia. Escarba en las palabras como si lo hiciera en la tierra, para nombrar a la madre muerta, el desasosiego de esa pérdida, y también el recuerdo de la relación conflictiva con una mujer que, inevitablemente, representa el mundo de la infancia y la palabra. Y que atrae, sirenaica, con una voz que es a un tiempo caricia y peligro.

Ese germen autobiográfico es anunciado por Negroni desde el comienzo de El corazón del daño, con un epígrafe de Clarice Lispector —"voy a crear lo que me sucedió"— que sitúa este libro entre la autoficción, el ensayo y el poema. Como un artefacto narrativo que busca exorcizar la pesadumbre de la orfandad, sin sentimentalismos y también sin evitar el ajuste de cuentas o el cuestionamiento de la maternidad como mito.

Poeta, ensayista y narradora, Negroni es autora de una obra amplia y personalísima. En el terreno de la novela ya publicó en 2007 La Anunciación, donde encontrábamos ingredientes vivenciales que regresan en su último trabajo: la dictadura, la insurgencia, el exilio. Y antes, en El sueño de Úrsula, de 1998, nos ofrecía una novela de mujeres que indagaba en esas sombras que la gran Historia ha borrado.

Creadora de un mundo propio donde las palabras actúan en complicidad con los silencios, la escritura de Negroni es inteligente, sobria, aquilatada. Y en este nuevo libro, cada línea es una cuerda pulsada que queda resonando en el vacío, ese abismo previo a la siguiente línea, casi verso. A través de sus páginas regresa sin concesiones al tiempo de la infancia y la juventud, despojada de nostalgias o idealismos, con una prosa que nos galvaniza y nos seduce hasta el final, por su belleza, por su misterio. La madre se constituye ahí en fuente de la luz y de la sombra, y sobre todo del lenguaje, una herencia que Negroni le tributa a su vez en este singular réquiem.

El corazón del daño está construido como un diálogo plural: la autora conversa consigo misma, con los libros que ha recorrido, con la madre ausente. Y declara desde el principio sus intenciones: dedicarle a ella "un pequeño libro de mi puño y cuerpo, seguramente errado en su tristeza". Un libro para conjurar la pena. Para alzar preguntas. Y de ahí el salto atrás, al mundo de la niñez y adolescencia, dominado por esa figura, objeto del amor y fuente del temor también. "Nunca amaré a nadie como a ella". "Como la hija modelo y lisiada que era, como la nena más dulce del mundo, obedecía". Se trata, en definitiva, de un viaje a ese corazón de tiniebla, esa selva oscura que es el útero, fuente de la palabra, de la vida.

En ese proceso, los recuerdos de Negroni se mueven como los peces de un acuario, con sus destellos de luz antigua. Un padre que juega al póker con sus amigos entre el humo y el alcohol. Una madre que va a buscarlo, con su hija de la mano. La niña observa. Traduce en palabras. "La rabia me salva de la vida". El viaje interior a la infancia se va haciendo viaje por el lenguaje, y también por los libros propios. Versos, ensayos y ficciones de la autora se traban de manera natural en estas páginas como parte de un todo, de una búsqueda, de un tejido que dibuja su retrato.

En él tiene cabida el ajuste de cuentas hacia esa progenitora ríspida —"se cortan con cuchillo tus frases (...) La literatura es una forma elegante del rencor"—, y también lo inquietante, lo siniestro incluso. "La reina blanca sigue donde estaba, sobre el casillero negro". De fondo, la frustración por no saber cumplir la exigencia de ser una hija modélica. Y la dedicación a la escritura para poder ofrecérsela a esa madre enfermiza, adusta, aquejada de migrañas, de asma, cuyos comentarios duelen como espinas. "La muñeca cierra los ojos y después se pasa la vida entera en el agujero negro de las palabras". Inevitable recordar a Alejandra Pizarnik, en esa enajenación del sujeto, que encarna en muñecas turbadoras, dominadas, dominantes. Discurren así en la prosa líquida de Negroni innumerables escenas del pasado. Infancia y palabra se funden. Y a pesar del inevitable rencor, de la tensión, late una idea clara: "Ya lo dije: mi madre es el gran amor de mi vida".

Negroni se mueve en una órbita afín a la de otras autoras argentinas actuales —como Selva Almada o Maria Gainza—, herederas de Borges en su búsqueda de una escritura que es a la vez lúcida, poética, aquilatada y cercana. Sobre El corazón del daño gravita, por otra parte, la tradición del sacrificio ritual del hijo —como en sus antecedentes, Isaac o Ifigenia—, y también una ancha biblioteca donde están Hugo y Dostoievski, Cervantes y Carpentier, además de Sartre, Kafka y Nietzsche, o Camus, Hesse, Malraux. Y los poetas: Pizarnik, Gelman, Borges, Juarroz. La vida puede contemplarse a través de esos libros, en esos años sesenta de formación de la autora. Con sus barricadas, sueños, utopías. Sus traumas históricos también. Como el drama de Trelew, al que antes Gelman dedicó versos estremecidos: corría 1972, y fueron dieciséis los fusilados.   

En ese recorrido por el tiempo y la escritura se suceden igualmente las contradicciones. Las dudas. Las preguntas. "Escribí poemas que son prosas, ensayos que no creen en nada, biografías apócrifas, y hasta dos engendros de novelas que proliferan hacia adentro como una fuga musical". La reflexión metaliteraria es recurrente. "La poesía es la continuación de la infancia". "Un libro es un cementerio hermoso. También es una máquina de pensar".

En conjunto, El corazón del daño cumple la paradoja de cuestionar la figura de la madre y abrazarla como ídolo quebrado e imprescindible, en un gesto que parece representar una pietà inversa: la hija sosteniendo a la madre abatida. "Nos entendimos siempre a las mil maravillas: vos circulabas por mi cuerpo como otra sangre". La escritura se hace así, además, un extraño exorcismo de ese fantasma. Para cantarle. Para ahuyentarlo. Para aferrarse a él.

El resultado es un libro óseo —medular—, vibrante y luminoso, que nos habla de la distancia tan corta que hay entre el odio y el amor. De ahí ese título, que sugiere un viaje. "Un barco se dirigía al cielo. / Con un cargamento insólito: la raza de los hijos".

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Negroni desgrana las palabras en su novela con la misma maestría que lo hace en el poema. Y construye con ellas un viaje interior, en lo oscuro, donde destellan como luciérnagas. Una novela, en fin, distinta, y que se lee con verdadero placer, por su musicalidad, por su delicadeza y su ritmo respiratorio, tal vez el mismo que comparten una madre y una hija en su universo amniótico.

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*Selena Millares es escritora, su último libro es Lámpara de madrugada. También autora de las novelas El faro y la noche y La isla del fin del mundo.

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