La mujer que amaba a las abejas
José Luis Martín Nogales
Menoscuarto (Palencia, 2023)
El autor de esta novela goza de un prestigio bien ganado como uno de los mayores conocedores de la historia de la novela española, el cuento (tiene un libro sobre los relatos de Ignacio Aldecoa y codirigió la revista Lucanor) y el artículo (publicó en Cátedra una antología con Francisco Gutiérrez Carbajo y ha prologado una recopilación de Pérez Reverte), en un periodo que abarca de la posguerra a nuestros días, pero también como crítico literario en el Diario de Navarra, entre otros medios, y como gestor educativo y cultural (durante muchos años dirigió el centro de la UNED en Pamplona, fue el organizador y alma de los premios de relatos NH y, en la actualidad, es el eficiente secretario de la AECL). A todo ello se añade ahora su labor como narrador de ficción. Esta es su quinta novela y creo que la más ambiciosa y lograda, tras La mujer de Roma (2008), Herederos del paraíso (2012), y las narraciones juveniles El faro de los acantilados (2013) y Veréis caer una estrella (2020).
No se trata de otra novela más sobre la guerra civil y la posguerra, de las muchas que se han publicado, cargadas de buenas intenciones y escasa pericia literaria. Para darse cuenta de la dimensión que ha adquirido la cuestión, pueden consultarse a este propósito los volúmenes que viene publicando AMESDE, coordinados por José Manuel Pérez Carrera, como continuación de los que editó Maryse Bertrand de Muñoz, o el reciente libro de estudios, al cuidado de Joan Oleza, pues nos permite darnos cuenta del peso y la relevancia que ha tenido la guerra civil en la narrativa de las décadas posteriores, hasta el presente.
Martín Nogales ya había tratado este mismo asunto en su novela del 2013, cuya acción, como la de esta que ahora nos ocupa, transcurre durante la guerra y la primera posguerra. Las tres citas iniciales, de Mario Benedetti, Henry Roth y John Donne, anticipan, en cierta forma, lo que vamos a leer. La novela se compone de tres partes, tituladas La guerra de las abejas, El niño que perdió un caballo y El secreto, de manera simbólica las dos primeras. A su vez, esas partes se dividen en cinco, ocho y cuatro apartados, respectivamente, aunque si nos atenemos al número de páginas, la primera y la segunda resultan equivalentes, mientras que la tercera debía ser mucho más breve, dado su contenido.
El significativo título (páginas 82, 90, 104, 105, 226 y 330) hace que, desde el principio, nos preguntemos quién es la mujer que amaba a las abejas. No en vano, la metonimia del colmenar, de la vida de las abejas, con los distintos trabajos que desempeñan y sus jerarquías, no aparece solo en el título, sino también en la denominación de la primera parte y en el desarrollo del conjunto, adquiriendo sentido conforme avanza el relato, como metáfora de las arbitrarias relaciones que suelen establecerse en la sociedad. Pero quizá lo más significativo sea la aparición explícita de fechas, pues la primera parte, la exposición, transcurre entre 1937 y 1939, aunque sea en este último año cuando arranca la acción; la segunda, en la que el tiempo –digamos– aparece expandido, sigue la cronología, entre 1943, cuatro años después de que haya acabado la primera parte, y 1951, ocho años en total, por tanto; mientras que la tercera parte, en la que el tiempo aparece concentrado, la acción transcurre durante el mes de diciembre de 1978, veintisiete años después de que acabara la parte anterior, cuando Luis, ya adulto, regresa al pueblo para intentar desentrañar el secreto de la muerte de Aurelio, el Moreno, el primer marido de su madre, a quien se describe como "un hombre joven y bueno". En fin, de lo que se trata es de saber quién lo mató y por qué, pero también de conocer el pasado de su familia y su propia identidad. En la primera escena, nos encontramos con el cadáver, cuyo asesinato no se desentrañará hasta el final. En suma, son casi cuarenta años de vida los referidos, aunque no sepamos nada, hasta el desenlace, de lo que ocurre entre 1951 y 1978: con la guerra, la primera posguerra y los comienzos de la transición. Esta novela es una clara muestra de la importancia que puede tener el Índice, pues su consulta funciona, en este caso, como un tablero de dirección.
Si el tiempo de la acción es importante, no lo es menos el narrador en tercera persona, que a veces utiliza la omnisciencia y tiende a la reflexión e incluso se muestra sentencioso; así como los personajes y el espacio, aunque la tercera parte esté contada en primera persona, por Luis. Sin embargo, la auténtica protagonista es Delia, una "mujer hermosa" que aspira a construirse su propia vida, en circunstancias adversas, aunque hacia la mitad de la novela empieza a compartir protagonismo con su hijo Luis, mientras que otros personajes van diluyéndose, como ocurre con don Rafael, el terrateniente y cacique local, "un gallo en celo", y su esposa, la altiva doña Berta; Antonio Nogales (el autor le cede su segundo apellido al personaje, como les presta el primero a Aurelio, don Rafael y Álvaro, quizá para decirnos que él está en todos ellos, en los buenos y en los malos), el padre de Delia; Aurelio, llamado el Moreno, su primer marido, asesinado unos meses después de acabada la guerra, que volverá a adquirir protagonismo en el desenlace; su padre, el herrero Ismael; Cándida, la cocinera de los Martín, otra víctima de la lujuria desatada del hacendado; Juan Gil Nogales, quien huyó del pueblo al estallar la guerra y tiene que esconderse; y Álvaro, el segundo marido de Delia, el hijo desheredado de don Rafael, quien ejerce como médico en el pueblo y en otras localidades cercanas, sumándose en la guerra a los sublevados.
Si la novela, como género, supone cambio, transformación, aquí puede observarse en definitiva, lo hemos anticipado, cómo algunos personajes van adquiriendo protagonismo en detrimento de otros, siempre al servicio de lo que se nos cuenta. Pues, como nos recuerda Carmen Martín Gaite en sus Cuadernos de todo (Areté, Barcelona, 2002, página 215): "Tiene que haber proceso, tiempo. Las personas no son estáticas".
La acción transcurre en un escenario rural, en un pequeño pueblo ficticio, Valdeálamos, situado a 20 kilómetros de Aranda de Duero, en la provincia de Burgos, cerca del río Esgueva, en esa España profunda que durante la guerra formó parte de la retaguardia, quedando en el bando nacional. En suma, la guerra les afectó, aunque no fuera un lugar de batallas; sacó de los personajes sus sentimientos mejores y peores, sobre todo en las dos familias protagonistas: los Nogales y los Martín. Fueron tiempos difíciles, de penuria, resistencia y dificultades. Así, la amistad y la fidelidad, el amor, los celos, los abusos sexuales y el adulterio, el odio, la amargura, la envidia, las desilusiones, la corrupción, el amor por la libertad y la enfermedad (el asma bronquial que padecen Aurelio, Delia y Luis; y la neumonía de Álvaro), aparecen condicionando la vida de los personajes. Pero también desfilan por sus páginas la guardia civil, los inspectores de abastos, el estraperlo de los Nogales con la harina, y la prepotencia falangista, ejemplificada en unos señoritos cazadores, amigos de Álvaro, zánganos que perturban con sus ostentaciones la tranquilidad del pueblo; pero también la historia simbólica del niño que buscaba a su padre montado en un caballo blanco, intercalada al final de la segunda parte (páginas 264, 265, 271 y 312). En cuanto a la ambientación, destaca el paisaje rural, el viento sur que sopla, "un aire que calienta el cerebro de los hombres desequilibrados" (página 159), comenta el narrador, y los olores (el romero, la miel, el tomillo, el orégano, los membrillos…) que brotan constantemente en la narración. Podría decirse también que hay un homenaje a Delibes, al paisaje de Castilla y a tantas mujeres que lucharon, o fueron víctimas, en una época poco propicia, como Delia o Cándida. Además, en el desenlace se cuenta la suerte que ha corrido alguno de los personajes, o se insinúa de quién era hijo realmente Luis.
El relato de Álvaro sobre su experiencia en la guerra como médico, sobre el infierno que es la guerra, en el frente de Teruel, se cuenta entre las mejores páginas de la novela (páginas 122-125); así como la escena en la que discuten Delia y Álvaro, mientras que Luis, su hijo, niño, turbado, se hiere el dedo con una piedra, partiendo avellanas (páginas 191-195).
Se trata, en suma, de un triángulo amoroso singular y de un drama rural (recuérdese la rica tradición española, tanto en la narrativa como en el teatro, con Lorca a la cabeza, de este subgénero), de una buena novela tan bien tramada como escrita (la única pega que le pondría son las innecesarias anticipaciones del narrador), en la que un asesinato y las relaciones conflictivas entre dos familias, la una republicana y la otra partidaria de los sublevados, nos alerta contra las confrontaciones, tanto en lo estrictamente personal como en lo familiar y en lo social, apelando a la concordia. Pues, lo señala Luis, cuando se acerca el desenlace, conocíamos la mirada del niño y ahora se nos proporciona la del adulto: "No buscamos a los demás en el pasado, sino a nosotros mismos (…) Saber qué fueron ellos, para entender cómo hemos llegado a ser nosotros lo que somos" (página 317). No es mala lección –entiéndanme- en los convulsos tiempos que corren.
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* Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.