Exilios y regresos
Max Aub, José Monleón y Nuria Espert — prólogo de José Ramón Fernández
Primer Acto (Madrid, 2023) (Ed. de Esther Lázaro Sanz y Ángela Monleón)
El manantial literario de Max Aub no parece agotarse nunca: nuevas versiones de sus obras, epistolarios, numerosos estudios... A las recientes ediciones de sus Cuentos ciertos (Cátedra, Madrid, 2022. Ed. de Eugenio Maggi); de su Teatro mayor (Punto de vista, Madris, 2023. Prólogo de José Ramón Fernández), con obras tan importantes como San Juan (1964) o Morir por cerrar los ojos (1944); el volumen IX de las Obras completas, dirigidas por Joan Oleza, con el tomo II de sus Ensayos (recoge los ensayos teatrales y los retratos de Cuerpos presentes), y del dossier que acaba de dedicarle la revista Primer Acto (núm. 365, II/2023, pp. 43-144); se suma ahora un nuevo volumen en el que vamos a centrarnos.
Exilios y regresos se compone de una Nota preliminar, un Prólogo, una sustanciosa "Introducción", dos epistolarios (con el crítico y dramaturgo José Monleón y con la actriz Nuria Espert), otras tantas evocaciones del autor (resulta de sumo interés la de la actriz, aunque igualmente sustanciosa la del crítico, páginas 123-126 y 127-148), dos textos dramáticos (Paso del señor director de seguridad y la versión teatral que hizo Monleón de La gallina ciega, estrenada en 1983) y una Bibliografía final.
Diría, además, que el libro tiene cuatro protagonistas principales. Tres de ellos forman parte de lo mejor que dio el teatro español en la segunda mitad del siglo XX, mientras que el cuarto es la joven actriz, dramaturga e investigadora Esther Lázaro, quien pone sus muchos conocimientos sobre el teatro de Aub al servicio de la edición, para que entendamos mejor el contexto y sentido de la estrecha amistad que surgió entre un autor tan quisquilloso como era Max Aub, un crítico y una actriz. El resultado redunda en un mayor conocimiento del teatro español y de Max Aub, en particular, y supone un nuevo eslabón en el inmenso epistolario del escritor, quizás el más copioso y clarificador de la segunda mitad del pasado siglo.
El caso es que cuando en 1969 Max Aub regresa por primera vez a España, tras su exilio en México, Monleón y Nuria Espert se convierten en dos de sus mayores cómplices y valedores. Esta falta general de reconocimiento le hace exclamar al escritor: "¡Cómo me repudrí!" (página 61). El primero, además del amistoso trato personal, lo avaló desde la revista Triunfo, donde colaboraba como crítico de teatro, y en Primer Acto, revista que fundó y dirigió, editando sus textos y analizando sus obras; y la actriz, invitándolo a leer sus piezas en el Teatro Fígaro y dándole noticia de los avatares de dos de sus grandes montajes, hoy legendarios: Las criadas (1969) y Yerma (1971).
En el plano internacional, aparte de la repercusión fuera de nuestras fronteras que obtuvieron esos dos montajes dirigidos por Víctor García, llaman la atención las referencias a grandes directores y teóricos del teatro europeo del siglo XX: Meyerhold ("su Hamlet en Leningrado, en 1933, fue una de las mayores impresiones de mi vida", comenta Aub, página 68), Piscator, Tairov (recuérdese, además, que la esposa de Tairov, Alisa Koonen, alumna de Stanislavski, representó en Moscú la Manuela Sánchez de Arconada), Brecht o Peter Brook (páginas 59, 68, 71, 72, 103 y 119). Y en lo que se refiere a las obras de Aub en concreto, destacan las numerosas noticias sobre las ediciones, lecturas y posibles representaciones.
Todo ello no hace más que ratificar lo que ya sabíamos: lo importante que fue el teatro para Aub, por sí mismo y en el conjunto de su producción literaria, aunque en vida no le proporcionara tantas satisfacciones como la narrativa, pues cree que en la España de 1971 no hay público para sus obras dramáticas. Hasta el punto de que podría decirse que el exilio lo convirtió en el gran escritor que ahora ya sabemos que es; y que la imposibilidad de representar su teatro en México, que tampoco había llegado a montarse en condiciones antes de la guerra, lo condujo probablemente —entre otras poderosas razones— a la narrativa, al fin y a la postre más valiosa que su teatro.
A Max Aub, que fue tan aficionado a la historia contrafáctica (recuérdese el discurso imaginario de ingreso en la Academia, 1971; y el cuento "La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco"), podríamos aplicarle esas mismas especulaciones con respecto a su propia trayectoria literaria: qué hubiera sido de sus piezas teatrales de haberse representado en condiciones adecuadas en el momento en que él las compuso; ¿hubiera creado una obra narrativa de tanta entidad? Es probable que su existencia, como persona y escritor, hubiera sido diferente. Se repite, una vez más, el motivo de la vida en un hilo.
Sea como fuere, durante la época en que se gesta esta correspondencia, hay años que resultan especialmente significativos: 1964 (San Juan aparece publicada en Primer Acto), 1969 (primer viaje a España de Aub), 1971 (aparece en Taurus un volumen con su Teatro, al cuidado de Monleón, autor del primer libro sobre El teatro de Max Aub, y Primer Acto le dedica por ello un monográfico), 1972 (segundo y último viaje de Aub a España) y 1983 (se estrena en el María Guerrero, del CDN en manos entonces de Lluís Pascual, una lectura dramatizada de La gallina ciega, en versión de Monleón, dirigida por José Carlos Plaza).
El epistolario empieza en diciembre de 1969, con una carta que le escribe Monleón. De todas estas misivas, las de Nuria Espert habían permanecido inéditas. Los temas son, sobre todo, el teatro, pero también los otros libros de Aub que iban apareciendo o que aspiraba a publicar, como Campo del moro (1969) o Campo de los almendros (1968, en España en 1981); la recepción que tenía su obra entre nosotros; los libros que estaba escribiendo: La gallina ciega (1971), Buñuel, novela (2013) y Lamentos del Sinaí (1981); y Carmen Balcells, su agente desde 1964, que no parece entender cuáles son las auténticas repercusiones comerciales del teatro de Aub, a la vez que intenta conseguir el mayor beneficio posible para el autor. Asimismo, aparecen alusiones a la importancia de la revista Triunfo, a la polémica con el periodista Emilio Romero; y sobre todo a la censura (a cargo de los hermanos Robles Piquer: el malo y el algo menos malo, como los definen), siempre impidiendo el normal desenvolvimiento de la vida cultural española. Así, por ejemplo, no solo se ceba con las obras del exiliado, sino que también prohíbe en 1971 un montaje de La lozana andaluza que había propuesto Nuria Espert, quizá porque la versión era de Alberti, otro exiliado republicano y comunista.
Quizá la carta más importante sea la muy extensa que Aub le dirige a Monleón el 21 de mayo de 1971, a cuyos asuntos ya nos hemos referido (pp. 59-69). En una hipotética antología de su correspondencia, que está por hacer, esta misiva debería ocupar un lugar principal. Y no menos significativa es la Carta de una actriz que quería estrenar una obra mía este año (páginas 115-119), recogida en La gallina ciega, sobre la historia y el presente del teatro español, que zanja sentenciando: "dime qué teatro tienes y te diré quién eres". El canon que establece, sin embargo, tanto del teatro extranjero como del español resulta discutible, pues se olvida nada menos que de Valle-Inclán, y minusvalora el teatro extranjero que surge tras la Segunda Guerra Mundial.
En un par de ocasiones, Aub comenta el escaso aprecio que siente por su obra Deseada, "es una obra que odio, la única fabricada" (páginas 60 y 62). Además, se muestra crítico, a la vez que intenta comprenderlo, con Benavente ("si maricón, no fue hijo de puta", página 67), Casona, Álvaro Custodio y con Neville, Jardiel ("si no era maricón, sí fue hijo de puta", página 67) y Mihura, aunque en el caso de estos tres últimos, más con las personas que con su teatro.
En un momento dado, Monleón piensa en exiliarse y Nuria Espert en tirar la toalla, y es entonces cuando el viejo Max los anima a perseverar, a no dejarse vencer, a no abandonar el país y seguir en la brecha. Son los años en que su hija Elena y su marido Federico Álvarez se instalan en Madrid, al mando él de la sede del F.C.E.
Podría haberse añadido la correspondencia que mantuvo el escritor con el crítico y narrador Ricardo Doménech, otro de sus mayores valedores en España; y desde luego resultan imprescindibles, para mejor entender lo que aquí tratamos, la lectura de las memorias de Monleón y de Nuria Espert, que por supuesto Esther Lázaro tiene en cuenta.
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En suma, estos epistolarios de Max Aub nos proporcionan, además, una imagen de cómo era el escritor, de su carácter y opiniones. Así, podríamos afirmar que se trata de un hombre sincero que a menudo se expresa con total libertad, alabando o criticando con sus nombres a personajes que pululan por la vida cultural de entonces, lamentándose de la pervivencia de la dictadura y soñando con una España en libertad de la que no pudo disfrutar, pues murió en 1972. Nos hallamos, por tanto, ante la complicidad que se produce entre tres gigantes del teatro español.
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* Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.