Juegos y paradojas en los relatos de Peri Rossi
El museo de los esfuerzos inútiles
Cristina Peri Rossi
Menoscuarto (Palencia, 2023)
Se reedita oportunamente este libro de cuentos y microrrelatos que ya había publicado Seix Barral en 1983. En aquella primera edición, aparecía en la cubierta un cuadro de Hopper, pintor muy apreciado por la autora (el cuadro Habitación de hotel dio título a un libro suyo de versos, y el poema Cuarto de hotel, de Las musas inquietantes (1999), estaba dedicado a Hopper, para ella uno de los pintores que ha mostrado mejor la soledad de las grandes ciudades), mientras que —en esta edición— se ha sustituido por Sísifo, de Tiziano, que me parece que representa mejor las inquietudes que recorren el volumen.
El atinado título general proviene de una de las mejores narraciones; no en vano, la metáfora del museo aparece de forma recurrente en su narrativa. La misma autora ha comentado que, junto con el mar y el viaje, son símbolos importantes en su obra, aunque creo que podría añadirse también el exilio y los amores. Y respecto al mar, cuya presencia en forma de olas gigantes aparece en un par de narraciones, recuérdese, además, que El agua y los sueños, de Gaston Bachelard, se cuenta entre los libros preferidos de Peri Rossi.
El conjunto se compone de 30 narraciones, de las cuales podría decirse que 5 se leen mejor como microrrelatos, otras 7 son cuentos, y del resto diría que son cuentos muy breves, más cercanos al microrrelato que al cuento clásico. Sin embargo, a la autora no le gusta diferenciar entre estos dos géneros, aunque en ambos casos destaque entre sus características la concentración, la capacidad de síntesis, la ambigüedad y la búsqueda de la verdad. El libro aparece encabezado por cuatro lemas, destacando el de Novalis, pues podría representar las intenciones de la autora: "El auténtico cuento debe ser, al mismo tiempo, representación profética –una representación ideal— y una representación absolutamente necesaria. Los auténticos escritores de cuentos son visionarios del futuro".
El caso es que estamos ante uno de sus libros en los que se aprecian las huellas de Cortázar, tal como puede observarse en La grieta, cercano al célebre Instrucciones para subir una escalera, recogido en sus Historias de cronopios y de famas (1962). No sé si es necesario insistir en la relación de la hispanouruguaya con Cortázar, que ella misma ha relatado en Julio Cortázar y Cris, también reeditado por Menoscuarto en el 2014 (en su primera versión, del 2000, solo llevaba el nombre del autor argentino).
Muchos de estos relatos se centran en situaciones paradójicas o sorprendentes, sobre las que, a veces, el narrador da vueltas y revueltas, ahondando en los entresijos de sus historias. Debido a ello, creo que los relatos no podrían tener una dimensión mayor, en la medida en que lo contado no lo propicia. La escritora ha confesado que, hasta que no tiene la primera frase del texto, no se pone a escribir, pues el inicio es para ella fundamental; mientras que el final debe suponer un golpe de efecto para el lector. Otras veces, se vale de la digresión, a la que se considera adicta, como lo fue Faulkner, nos recuerda. Quizás a los lectores les llame la atención que utilice casi siempre el masculino, pero como le confiesa a la escritora Susana Camps en una entrevista de 1987, publicada en la revista Quimera, a propósito de Solitario de amor: "Me siento completamente identificada con el personaje protagonista, a pesar de que es un hombre. Creo que en este caso es irrelevante. Que el protagonista sea una mujer o sea un hombre no cambia nada".
Entre todas las narraciones destacaría la que da título al libro, La Navidad de los lagartos, La grieta, Cartas, Miércoles, Las bañistas, Cuadernos de viaje y La ciudad, sin desdeñar por ello a las demás, aunque quizá las menos logradas sean La oveja rebelde, un cuento cruel que se vale del tópico de contar ovejas para lograr dormirse, y la titulada Darles margaritas a los cerdos, en el que juega con una frase hecha, que en España decimos "echarles margaritas a los cerdos". Frase que se toma al pie de la letra, llevando a la práctica lo que expresa el enunciado. Con este relato se cierra el libro, aunque no me parece que sea el más adecuado para ello. Los cuatro primeros, por su parte, pasarán a integrar sus Cuentos reunidos (2007).
Del conjunto de las narraciones que nos parecen mejores, El museo de los esfuerzos inútiles no solo da título al conjunto, sino que también marca —en cierta forma— la pauta que seguirá el resto de los relatos: entre otras, la necesidad de recordar, de reactivar la memoria. A ese curioso museo, diría que borgiano, acude el narrador para consultar los casos que ocurrieron en 1922 y que han podido documentarse, para darse cuenta de la gran cantidad de esfuerzos inútiles que se llevan a cabo. Así, por ejemplo, se recuerda a aquellos hombres que han realizado largos viajes en busca de ciudades que no existen, quizá como ocurre en el sueño, una pesadilla, que aparece en La ciudad.
Destaca también La Navidad de los lagartos, atípico cuento de Navidad con un comienzo excelente, en donde se barajan tres historias: el nacimiento del Niño en la iglesia, la caza de los lagartos que lleva a cabo el narrador y la espera a que llueva por parte del abuelo en el fondo de un pozo. El caso es que los protagonistas de la segunda y la tercera historia, abuelo y nieto, acaban coincidiendo en su objetivo de atraer la lluvia. En La grieta, de estructura circular, cuyo comienzo y final se vinculan, cuenta de manera simultánea dos historias que tratan de las vacilaciones del narrador en una escalera y de la grieta que este observa en una pared cercana. Cartas muestra también una estructura circular y un final —digamos— lírico (aunque las cartas no le lleguen, el narrador nos dice "que hay gente que las escribe y siempre es posible leerlas en las alas de los pájaros, o en el fondo de una botella, o en la arena húmeda del mar", página 89). Pero el relato se centra en las explicaciones que el narrador nos proporciona sobre sí mismo: un individuo sin domicilio fijo, a quien las cartas no siempre le llegan, ni puede contestarlas todas, así como en la conversación —más bien, en las réplicas y contrarréplicas que se intercambian— que mantiene con el cartero.
En "Miércoles" se cuenta la conversación que el narrador, un joven innominado, mantiene con dos ancianas, una de ellas llamada Clara. Los tres se quejan del mundo deshumanizado en el que viven, ruidoso y contaminado, en el que nadie se preocupa ni de los ancianos ni de los jóvenes. Clara y su amiga, buenas samaritanas, le dan de comer y de beber al joven, e incluso le ofrecen una chocolatina. Tanto este como una de las ancianas han huido de su casa, sin que nadie se haya preocupado por ellos, y duermen en la calle, donde pueden. Entre tanta desolación, aparece un hombre bueno, un anciano que trabaja como sereno en una vieja estación en desuso, y que le permite a Clara dormir en ella, aunque las normas lo prohíban y se arriesgue a perder su empleo. En suma, creo que el sentido del cuento podría resumirse en un par de afirmaciones del narrador: "este mundo no es bueno para nadie" y "marcha mal" (páginas 142 y 143). El título del relato remite al simbólico día del encuentro entre los tres personajes. En la conclusión, tras separarse, el narrador comenta: "el atasco continuaba y no vi ningún pájaro en el cielo" (página 144), que vale como síntesis y remache de lo que se nos ha contado.
En Las bañistas, a un individuo solitario infestado de melancolía que dedica su tiempo a observar el mar y los peces, lo perturba la llegada de un grupo de bañistas a la playa, pues considera que se trata de "una intrusión en la armonía del paisaje". Sin embargo, cuatro años después, tras una serie de reflexiones sobre diversos temas (los ciclos de la vida y los mundos paralelos: el ciclo de la naturaleza versus la temporada turística; los grandes cambios de sensibilidad a lo largo del tiempo; o "la tendencia —nueva para el narrador— a sustituir el análisis por la imaginación"), empieza a desear que las bañistas, a quienes había considerado unas bárbaras (el texto dice bárbaros), regresen de nuevo en noviembre, el mes clave de esta historia, pues ahora su sensibilidad no es la misma y las echa de menos. Pero el lector descubrirá, en sus páginas, que los ciclos no siempre se cumplen, pues ni vuelven las bañistas, ni la ola gigante que se anuncia llega tampoco. Este último motivo podría completarse en el cuento El sentido del deber (vid. páginas 119-121). Sea como fuere, toda esta historia transcurre en la cabeza del narrador, como una pura especulación.
En cuanto a Cuaderno de viaje, se presenta como una bitácora del mes de septiembre. En él, destacaría tres componentes que me resultan significativos: las referencias a la ciudad de Berlín; la utilización de la écfrasis (un paisaje de Ruysdael y un cuadro de Böcklin en el que aparece una sirena, de un artista que tantas sirenas pintó); el procedimiento de diseminación—recolección, que explicó el poeta y estudioso Carlos Bousoño, mucho más frecuente en la poesía que en la prosa narrativa; y el protagonismo de las sirenas, ya sea en Sitges, ya en Berlín. En Mona Lisa, aunque no se cuente entre las piezas mejores, también se vale de la écfrasis, procedimiento que la autora ha utilizado en otros relatos. En este libro, la encontramos también en El rugido de Tarzán y La peluquería. Aquí la historia se basa en la confesión de un tipo anónimo, pertinaz enamorado de La Gioconda, propiciando un desenlace humorístico, al preguntarse el porqué del bigote que parece tener la mujer del cuadro. Para la autora, el cuento es el género que está más cerca de la pintura, puesto que ambos —nos dice— suelen representar una única escena.
La ciudad es un cuento segmentado en dos partes, en el que se relata un sueño impreciso que se repite una y otra vez, y que acabará convirtiéndose en una pesadilla. "No conocer la índole de nuestros sueños —afirma el narrador— es una especie de traición que cometemos contra nosotros mismos" (página 162). El caso es que en el sueño parece haber alguien, una presencia no identificable y de sexo impreciso "que dominaba el sueño", el cual transcurre en una ciudad lejana con la apariencia de ser el lugar de nacimiento del narrador, pero que era y no era la misma, lo que le producía un sentimiento de extrañeza. Así, comenta que "tan raro como el paisaje urbano despojado (...) era su sentimiento de pertenecer y no pertenecer, al mismo tiempo, al extraño lugar" (página 166). Respecto a quién pudiera ser esa sombra que no consigue reconocer, piensa en Luisa, con quien estuvo casado, pero de quien no quiere saber nada; y en su amigo Juan, el cual le dice que la ciudad del sueño no es la suya, que la sombra tiene que ser la de una mujer, aunque el narrador le replica que "tenemos el sexo que nos imponen; a lo sumo, lo aceptamos" (página175). Lo cierto es que en alguna ocasión los lugares, los hechos, y algunas circunstancias del narrador se concretan: un patio de Alcoé, una casa en Miraflores (está en Carrasco, Montevideo, barrio en el que —por cierto— residió José Bergamín), donde vivió y se crió el narrador; "las masacres que unos han cometido y sus injusticias" (página 173); su gusto por disfrazarse de dama antigua a los cinco años, el haberse "acostumbrado a vivir con los grandes deseos insatisfechos; pero no estoy dispuesto a aceptar el incumplimiento de los pequeños" (página 176). En el desenlace, con visos de pesadilla, no se soluciona ninguno de los enigmas, ya que no consigue reconocer esa extraña presencia, que califica de opresiva, y se hunde "en el lodo de una calle que no reconocía y que acaso ya no era siquiera una calle". En resumen, casi todos los recuerdos del protagonista son imprecisos y extraños, pues quizá sea ese su principal fundamento, el propio de cierto sueño.
En otros relatos, prevalece el humor y una cierta ironía ("la ironía es un recurso para que lo terrible no te desborde", ha comentado en una entrevista), como ocurre En la cuerda floja, en que le proporciona un doble sentido a un dicho, convertido en una frase hecha. Al final de esta historia, todos quieren imitar el gesto estrambótico de subirse a la cuerda, de quedarse a vivir en ella. Ese empeño del protagonista, en sostener "que cada criatura tenía su espacio propio" (página 21), recuerda Los días felices, de Samuel Beckett, a pesar de las diferencias de todo tipo entre ambos textos. Podríamos relacionar este cuento con Instrucciones para bajar de la cama, en el que el narrador, un tumbado (recuérdese el Oblomov, de Goncharov, o Eloísa está debajo de un almendro, de Jardiel Poncela), confiesa en el desenlace que "el espectáculo de la calle me turba y me llena de miedo", por lo que sus "estancias en el suelo no duran" y regresa "al lecho rápidamente", pues el mundo le resultará "siempre ajeno" (páginas 103-104).
En Sesión (recogido luego en Te adoro y otros relatos, Plaza&Janés, Debolsillo, 2000), se produce una inversión de papeles entre un paciente, que es quien narra, y su psicoanalista. La singularidad mayor de "Sordo como una tapia", de nuevo una expresión coloquial con la que juega la autora, humaniza a una puerta (término real que solo aparece al comienzo del texto) para convertirla en su interlocutora. "El viaje inconcluso" podría leerse como una metáfora de la vida, pues se trata del relato de un viaje —contado por un pasajero anónimo— en un barco sin rumbo y sin tripulación, que ni llega a su destino ni puede tampoco volver al punto de partida, pues acaba naufragando. Banderas es un cuento contra el patriotismo, lleno de sarcasmo, que se centra en el acto de la entrega de la bandera, ¿la norteamericana?, según hemos visto en tantas películas (el rito, los oficiales con sus uniformes en perfecto estado de revista, las salvas, el minuto de silencio, el gesto de enrollar la bandera y entregarla en las manos, la emoción contenida…), a las familias de los soldados muertos –digamos— por la patria. Y a consecuencia de ello, la aparición de una floreciente industria de la venta de banderas: la colección de piezas raras, el mercado negro… El patriotismo y el mínimo consuelo, en suma, como lucrativo negocio.
Por su parte, en Las avenidas de la lengua juega con la figura del pleonasmo: con dos expresiones redundantes y sus posibles diferencias: "subí arriba" y "bajé abajo". Pero me interesa aún más cuando la narradora, en un momento dado, se dirige a los lectores y luego conversa con un interlocutor concreto, para afirmar que "no hay sintaxis inocente", y en el desenlace reconoce que se sentía bien con el lenguaje y ello a pesar de que "todo andar conduce a alguna parte, el mío solo me conducía al interior de las palabras, donde me siento segura" (páginas 94-97). "Aeropuertos" aparece dividido en tres secciones, marcadas con números romanos. Podría leerse como un elogio del no lugar del título. Así, parte de consideraciones generales para acabar contando la historia de un hombre que no solo se quedó a vivir en el aeropuerto Kennedy de Nueva York, sino que despachaba desde allí sus negocios. Un tema del que se ocuparía Steven Spielberg en La terminal (2004).
"El tiempo todo lo cura", otra frase hecha utilizada como título, es la historia de un sujeto que necesita tiempo para sí, un tiempo que cure. En la tienda a la que va a comprarlo coincide con una muchacha a la que le gusta matar el tiempo y que le vende el suyo, con lo que le proporciona "un buen tiempo, un tiempo vacío, como el que había comprado, un tiempo accesorio, sin importancia, pero que restableciera los tejidos" (página 113). Esos tejidos dañados serían las heridas físicas y –digamos— mentales que le ha causado al narrador la separación de su mujer. En Historia de amor viene a decirnos que hay amores opresivos, agobiantes –lo que hoy se denomina amores tóxicos—, que matan literalmente ("Te amo –me dijo—. Te he brindado mi vida. ¿Cómo no ibas a darme la tuya?", página 117), según afirma la frase hecha.
En El sentido del deber, un hombre prevé en sueños los peligros que acechan a su familia, a los demás ciudadanos, e intenta protegerlos, pues tiene la certeza de que, como Casandra (sobre este personaje ha escrito Peri Rossi: "Los escritores somos muchas veces Casandras extraviadas en el infierno de la existencia, sin tener quién nos escuche. Casandra tiene que cumplir su castigo: vaticinar, sin ser oída"), es el único que los conoce de antemano. La aparición de una ola enorme supone el peligro más inminente, pero no consigue detenerla, pues le fallan las fuerzas. El caso es que la ola "avanza como una catedral líquida y se precipita sobre los incautos bañistas, que se hunden (sorprendidos y asustados) en una profundidad sin límites" (página 121). En El efecto de la luz sobre los peces, un individuo cuya vida cambia tras comprarse una pecera, ya que acaba esclavizado por ella, aislándose del mundo (sale menos de su casa, falta al trabajo y no recibe visitas), limitando así su vida a la observación de los peces; termina por alentar la lucha entre ellos, una inusitada violencia que considera "un entretenimiento maravilloso".
De tres de los microrrelatos que aparecen en este libro (Entre la espada y la pared, Las estatuas o la condición del extranjero y La peluquería), me ocupé en un trabajo publicado en la Revista de la Academia Nacional de Letras (2018, páginas 53 y 54), de Uruguay. Así pues, voy a comentar los otros dos que aparecen en el libro. En El cómputo del tiempo, un hombre llega a una ciudad donde todos los niños, que parecen apurados y se mueven con automatismo, marchando en simetría, le preguntan la hora, no así las niñas, y se encaminan a alguna parte en la que —deduce el narrador— el tiempo seguía siendo importante, algo que él no conocía o había olvidado. Es probable que el lector se pregunte si atienden a alguna llamada colectiva importante, quién los ha convocado y por qué solo a los niños y no a las niñas. Pero estas preguntan no tienen respuesta en el texto. En Punto final, microrrelato simbólico, son más los enigmas que las certezas y el lector quizá se pregunte por qué es tan importante dicho punto, cómo y cuándo debe usarlo el narrador y para qué. El caso es que al dárselo su pareja, como un regalo importante, cifró en su conservación la confianza que le mostraba, por lo que al perderlo se sintió defraudada. Así, la felicidad se convirtió en desdicha al perder el punto, impidiéndoles separarse, pues "ese punto huidizo nos liga", comenta el narrador. Y en el supuesto de que aparezca, concluye el relato, ya no será el punto "redondo, minúsculo", que le regalaron, sino otro "gordo, enlutado, sucio y polvoriento punto final, a destiempo, como el que colocan los escritores noveles". Valga la ironía final del cierre, en la que parece superponerse la voz de la escritora sobre la del narrador. Varios de estos textos tienen un final abierto, pero tanto el de este, como el desenlace de El computo del tiempo, lo son en grado sumo.
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De acuerdo con lo dicho, tendríamos que preguntarnos si no resulta la vida, muchos de nuestros empeños y esfuerzos, inútiles. A decir verdad, con todo podría hacerse un museo, clasificarse y mostrarse hasta los afanes y experiencias más sorprendentes. Sea como fuere, no quiero acabar sin decir que algunos de estos cuentos y microrrelatos podrían figurar en una antología que reuniera las mejores narraciones de la autora, todavía por hacer y que echamos de menos.
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** Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.