Receta familiar
Receta familiar
Vaya al mercado. Elija un pulpo mediano. Vivo. En casa, escóndalo en el patio, bajo el limonero. Piense bien cómo lo cocinará. No recurra a la receta de su bisabuela que, sin más ni más, cercenaba brazos y los tiraba a la parrilla sin adobo alguno. O a la de su abuelo que besaba la carne antes de comérsela cruda. Su padre caía en el exceso: era alérgico a las ventosas y prefería una gran pierna asada al romero y otras finas hierbas. Usted odiaba la pierna porque tenía várices, ¿no? Pero, vamos al grano: decida cómo y cuándo. Hierva agua, mientras su mujer avisa que va de compras, aunque sea mentira. Usted ya la vio en el patio jugando con el octópodo. Feliz, despreocupada, resbalososa. No permita que la sangre se le suba a la cabeza. El fettuccine debe estar al dente; a los cuatro minutos, cuele. No interrumpa el retozo. Bastante parmesano. Disfrute. Como ella.
Kala Mari: una historia de esfuerzo
Kala Mari era cajera de supermercado de día y por las noches bailaba en un club nocturno de la calle Placeres, en el distrito portuario. A veces, soñaba que Hokusai, su patrón, le desactivaba el punto Gräfenberg-2 para no atravesar el umbral del multiorgasmo. En el privado del club, enfundada en látex violeta, se desnudaba frente al cliente y se contoneaba susurrando canciones de marineros que besan y se van. Luego, murmuraba palabras ininteligibles para el oído humano y se marchaba con el dinero entre los pechos, dejando al parroquiano bañado en una viscosidad atroz y repleto de cardenales. Kala Mari era una diosa y las otras chicas lo sabían. Le hicieron la vida imposible, pero ella habitaba en el mundo de las profundidades abisales. La cortaron en juliana a punta de navajazos y ella, como las lagartijas, se regeneró. Tuvo que aporrear bastante a las strippers y a Hokusai para que se ablandaran y hervir sus puntos G2 y P1 durante horas. Aun así, sabían a caucho. Hoy, Kala Mari regenta el club que lleva su mismo nombre. Una leyenda se agrega a los carteles luminosos: «Si entras, no sales».
Nido vacío
La vida proseguía entre podas y las plantas secas de tomate cherry. El silencio era el nuevo habitante de la casa y debía acostumbrarme. Entre las ramas finas de la ligustrina, hallé un nido muy pequeño, quizás hecho por un colibrí. Era blanco y gris, se veía tan suave. Me acerqué y el corazón me retumbó en el pecho. Allí, tejidos, estaban los pelos de tu barba. El nido ya estaba vacío, los pajaritos habían crecido y volado. Lo tomé con cuidado y recordé el día, hace tantos meses, en que te corté la barba con tijeras. Te sentaste en la terraza y dejé que los pelos cayeran al suelo. Luego, terminada la tarea, te limpié el cuello y sacudí la toalla mientras tú entrabas a casa silbando, rejuvenecido, y el viento hacía su labor. La tarde caía. Ni siquiera pensé en barrer.
* Lilian Elphick ha nacido en Santiago de Chile. Desde 1990 dirige talleres literarios. Es la editora general de la revista digital 'Brevilla', dedicada a la minificción. Ha publicado varios libros de cuentos y de microrrelatos, entre ellos, 'El crujido de la seda. Antología de microrrelatos' (Menoscuarto, Palencia, 2016. Ed. de Gemma Pellicer). Con 'Animalia' ha obtenido en el 2023 el Premio del Certamen Internacional de Libros de Microficciones Manuel Peyrou, que se concede en Argentina. Los microrrelatos que publicamos son inéditos.