Respetar a los lectores

Las firmas en Sant Jordi o en las diversas Ferias del Libro ofrecen varias lecciones que tienen que ver con la vida y la literatura. Quizá la más importante es la toma de conciencia del valor que tiene el respeto a los lectores. Cuando se acerca alguien y te pide la firma, cuando alguien te cuenta una historia personal que se relaciona con la experiencia de compartir un libro, puede pensarse con facilidad que lo más destacado es el respeto del lector ante el autor. Y, sin embargo, creo que lo más interesante para un autor es comprender o recordar el respeto que se merecen sus lectores, esas personas que se acercan con respeto a él. Son muchos los motivos.

Desde luego hay motivos de teoría literaria que tienen que ver con las distintas maneras de entender la creación. Se producen a veces perspectivas de élite cultural que confunden la calidad con la dificultad y el lenguaje artístico con un dialecto para entendidos. Se trata de una soberbia recurrente en distintos momentos históricos. Otras veces sucede lo contrario, se abandona la calidad en favor de una comunicación populista que promueva las ventas como único sentido de la industria editorial. Y estas dinámicas producen fenómenos curiosos. Hay autores muy listos que tratan a los lectores como tontos y atraen su mirada con un best seller de aplauso facilón. Y hay, por el contrario, críticos o catedráticos que van de listos y analizan como un pensamiento de gran calado y profundidad lo que sólo son simplezas adornadas con el disfraz de las oscuridades.

Suelen perder el respeto a los lectores tanto los que adoptan la vanidad de la élite como los que caen en un populismo halagador

En España hemos vivido polémicas en las que se ninguneaba la calidad literaria de Galdós o de Antonio Machado porque eran autores que facilitaban el diálogo con los lectores. Una soberbia limitadora, porque la verdad es que los defensores del hermetismo, la rareza y la dificultad han conseguido pocas veces hacer un libro que sea capaz de mantenerse vivo con el paso del tiempo. Conviene, pues, recordar que el verdadero respeto al lector supone a la vez el respeto a la literatura. La apuesta más difícil se da al trabajar con rigor propio el mismo lenguaje que comparte la comunidad. La apuesta está en escribir esos libros que consiguen sostener la calidad literaria junto a la capacidad de emocionar a los lectores, los libros que pasan de las páginas a las vidas humanas a través de la lectura. Así que suelen perder el respeto a los lectores tanto los que adoptan la vanidad de la élite como los que caen en un populismo halagador.

Hay otros motivos a tener en cuenta. Uno se dedica a escribir literatura porque antes ha sido lector. Las palabras, las miradas, los libros de los autores admirados llegan a formar parte de nuestra educación sentimental, de nuestra intimidad. Se han hecho compañeros de casa en el proceso de la lectura. Y a partir de aquí también son posibles distintas dinámicas. Los lectores pueden convertirse en un argumento para la vanidad o en una razón para la responsabilidad y el respeto. Quien vive encerrado en una torre de marfil acaba por no necesitar la medida de sus actos, no piensa los efectos que pueden tener sus decisiones estilísticas o vitales sobre un lector. Quien no se siente hijo de Dios, sino un vecino más de los barrios de la literatura, debe evitar las traiciones, cultivar el pudor, medir las dificultades, responder con la conciencia propia al amor de los demás.

Ese respeto del escritor no endiosado a los lectores es una lección para los que cruzan por la vida pública con los trajes de la soberbia. Doloroso es el populismo reaccionario de los que dicen salvar a España mientras no dudan en hundir la convivencia de los españoles. Doloroso el populismo demagógico de los que hablan en nombre de la izquierda y no dudan, para sostenerse a flote, en dinamitar la posibilidad de unas gestiones que defiendan la educación pública, la sanidad pública o la dignidad de los salarios y los derechos laborales.

Estos soberbios pueden escribir libros, pero nunca comprenderán qué significa el respeto a sus lectores. Y el respeto no se confunde ni con el halago, ni con el elitismo.

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