El valor de Ángel González

Celebramos este año el centenario del nacimiento de Ángel González. Los emocionados homenajes que ya se han celebrado en Madrid y Oviedo son un testimonio público de la importancia actual de un poeta que apostó al mismo tiempo por el rigor de las palabras y por el deseo de acercarse a los lectores. No es anecdótico que como profesor dedicase dos magníficos estudios a Juan Ramón Jiménez y a Antonio Machado. Consciente del significado de la inteligencia exacta y comprometida de Juan Ramón, quiso llevarla al compromiso cívico y también inteligente de Machado. Unir inteligencia humana y compromiso cívico es una lección que no facilita el optimismo, pero que hace fuerte la voluntad de resistencia.

Sin esperanza, con convencimiento (1961) fue el título de su segundo libro. Por necesarios y emocionantes que sean los actos públicos dedicados a Ángel, la realidad de su poesía cobra vida en el presente de cada lector, en su capacidad privada e íntima de compartir el personaje ético que el poeta quiso crear palabra a palabra. La experiencia de la Guerra Civil supuso un doble golpe de estado, un golpe contra el Estado republicano y otro golpe en el estado de ánimo de las personas que siguieron con vida. Hijo de una familia golpeada con mucha dureza por el franquismo, su condición de derrotado le hizo tomar conciencia de la necesidad de resistir en el valor de sus convicciones. Viajó con otros amigos poetas al cementerio de Colliure en 1959 para visitar la tumba de Antonio Machado, comprendió la factura que se paga siempre a causa de una guerra, compartió el dolor de los perdedores, pero ese viaje al exilio le sirvió para recordar que el último verso escrito por el poeta sevillano, el que encontraron en el bolsillo de su viejo gabán, estaba dedicado a los días azules y al sol de la infancia. Un verso es a veces un abrigo, o quizás el bastón que nos permite seguir caminando.

Unir inteligencia humana y compromiso cívico es una lección que no facilita el optimismo, pero que hace fuerte la voluntad de resistencia

Sin cerrar nunca los ojos, alerta siempre a los peligros sociales y personales, la palabra poética de Ángel se consolidó en la idea de que la pérdida de las esperanzas no puede suponer el abandono de las convicciones. Si la vida se empeñaba en conducirlo a la nada, la poesía le llevó a defender un vitalismo propio y consciente para defenderse de la nada. Respondió al frío con su lealtad a los días azules y al sol de invierno. Tuvo incluso que aprender a distinguir de una manera paciente entre el porvenir y el futuro. Porque si el porvenir era una continua decepción, el éxito de todos los fracasos, la enloquecida fuerza del desaliento, también se podía hacer camino al andar, seguir imaginando, en la distancia, un futuro digno para los seres humanos. Se trata de una lección muy útil en cualquier tiempo, pero sobre todo en los malos tiempos.

Los poemas de Ángel González nos dan la compañía de un personaje ético que se atreve a imaginar, aunque para sentirse vivo necesite reírse de sí mismo, mirar con ironía las cosas que suceden. Escribir fue negarse a los dogmas y al silencio, a la ingenuidad y al abandono. Había sido un niño feliz en el Oviedo republicano. Nunca quiso dimitir de su derrota porque necesitaba mantener la lealtad a sus convicciones. Se lo merecía la memoria de un hermano fusilado, la memoria de otro hermano en el exilio, la memoria de su madre y su hermana represaliadas por el franquismo. Se lo merecía la memoria de Antonio Machado.

Pasaron los años y Ángel González regresó al cementerio de Colliure para recordar su homenaje de 1959. Era verdad que la palabra nunca se empeñaba en abrazarse a la palabra mañana. Nunca, nunca, nunca… Pero también se mantenía en el cielo, y estaba ahí sobre nosotros, el sol piadoso de los días azules.

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