El VAR del 'caso Alves' Miguel Lorente Acosta

Resulta necesario discutir de muchas cosas, pero sin olvidar las prioridades.
Y se empieza por uno mismo. En las discusiones políticas honestas —lo aclaro para dejar fuera de la honestidad el crispado circo de las coyunturas y las soberbias personales—, resulta necesario llegar a los acuerdos personales. Antes de hablar, discutir, acordar con el otro, debemos acordarnos de nosotros mismos y acordarnos con nosotros mismos. Las ideas propias forman parte de nuestra identidad, tienen que ver con nuestra conciencia a la hora de sentir y argumentar una postura. Pero conviene que esas ideas pongan los pies en el suelo, en la conciencia de la realidad para entender lo que se discute y las consecuencias de las discusiones.
La poesía es un buen camino de aprendizaje para ser realista. Encarnar ideas y sentimientos en palabras para establecer relaciones con los ojos del lector, enseña a no vivir de los desahogos más íntimos, sino de una gramática de posibilidades, matices y elecciones. Por mi edad, además, o por la época y los contextos que me tocaron, la poesía no sólo fue una cuestión de estilo. Se convirtió muy pronto en una experiencia de camaradería llena de lecciones. La historia de maestros poetas como Rafael Alberti o Marcos Ana, perfilada con años de guerra, cárceles, exilios y compromisos, me ayudaron a dialogar con la realidad.
Joven de corazón republicano, convencido de mis ideas y mis apuestas, no me resultó fácil aceptar que el Partido Comunista de España asumiera en sus pactos la Monarquía como forma de Gobierno. Fui a un mitin de Santiago Carrillo en las elecciones de 1977 con una gran bandera republicana. Rafael y Marcos, con el puño cerrado y con la mano abierta, me ayudaron a comprender que lo que de verdad estaba en juego era la posibilidad de una democracia. La España oficial del franquismo buscaba formas de estancarse sobre una España real que se les había escapado y resultaba conveniente, en primer lugar, buscar cauces para que no se diese una dinámica en favor de las soluciones autoritarias. Que el golpe del 23F de 1981 fracasara se debió a algunas decisiones que evitaron la vuelta atrás de la sociedad, el ejército y la monarquía.
La amistad posterior con Santiago Carrillo me ayudó a comprender de manera más cercana lo que había ocurrido. Y me ayudó a hacerme preguntas ante las situaciones. ¿De qué discuto? ¿Qué posibilidades hay? ¿Qué queda oculto? ¿Cómo no convertirse en aliado del enemigo?
La España oficial del franquismo buscaba formas de estancarse sobre una España real que se les había escapado y resultaba conveniente, en primer lugar, buscar cauces para que no se diese una dinámica en favor de las soluciones autoritarias
Son experiencias de vida que me invitan a conversar con los demás, pero después de haber entablado conversaciones con mis ideas y mi conciencia de la realidad. Así lo hice cuando el Gobierno de Felipe González quiso de forma traicionera llevar a España a la OTAN y someter el futuro europeo a una alianza militar con los EEUU. Así lo hago ahora cuando EEUU quiere irse o aparentar que se va de Europa. Pues buen viaje, señor Trump.
La necesidad de apoyar un futuro europeo independiente, basado en la democracia social y en los vínculos solidarios de la Unión Europea —porque si nos hacen daño a una, nos hacen daño a todas—, me parece decisivo. Cuando hablamos de Europa, en una realidad mundial en la que el neoliberalismo quiere imponer la ley del más fuerte, estamos defendiendo la posibilidad de una democracia con servicios sociales y de una libertad alejada de irracionalismos religiosos o identitarios. Así que cualquier discusión, sea sobre lo que sea, desde el ejército a las formas políticas, sólo me interesa si toma conciencia de la realidad que hoy representa Europa en el mundo. No me parece inteligente usar la palabra pacifismo para ocultar situaciones y poner en riesgo el futuro independiente de Europa. El pacifismo necesita una conciencia de la realidad, y debe mantener su ética, por supuesto, pero sin disfrazar otras discusiones imprescindibles.
A partir de ahí cobrarán importancia todos los detalles. Porque tampoco me parece inteligente olvidar la muy alta inversión que Europa dedica ya a sus ejércitos. Más que un debate sobre ejército sí, ejército no, sería sensato hablar de la necesidad de un ejército único, que aproveche mejor las inversiones repartidas en nacionalismos, y la decisión de no invertir en cuanto sea posible en las industrias de armamentos que tengan que ver con EEUU. Hablar de Europa, el carácter de su seguridad, sus servicios sociales, su industria, sus políticas diferentes a las que hoy representan Putin y Trump, me parece la mejor manera de establecer el debate. Pero no sustituyamos este debate urgente sobre la necesidad de Europa por otras discusiones que sin duda también merecerán atención, otras dinámicas de acuerdos entre las ideas y la realidad. Podremos hablar después de muchos asuntos, de Rusia y Ucrania, de China, de América Latina, de aranceles, de los retos internos de EEUU, de la necesidad que tiene ahora Alemania de liberar su gasto público para reanimar una economía maltrecha, de las distintas situaciones de los nacionalismos dentro de la Unión, sí…, discutir de muchas cosas. Pero antes que nada la conversación debe centrarse sobre Europa, sobre una conciencia democrática de hoy: Europa o nada.
Y por mí, desde luego, la OTAN capitaneada por EEUU puede decretar su punto final cuando quiera. Ya digo, hoy me quedo con Europa.
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