Turbulencias en La Haya: Europa pagará a lo grande Ruth Ferrero-Turrión

Por lo visto, el miércoles se jugó la final de la Eurocopa en Bilbao. Aquí, ya saben, no hablamos de fútbol, no por altanería, sino porque a servidor –por mucho que se esfuerce– no le aflora la sensibilidad deportiva. Con todo, me enteré del suceso porque nos lo sirvieron emparedado entre salvajadas. ¿Los ingleses borrachos? Modélica afición.
Hay imágenes verdaderamente enternecedoras: una horda de hinchas arrancando un semáforo y festejando la gesta como si fuera la toma de Constantinopla –qué felices seríamos si nos propusiéramos objetivos existenciales tan asequibles–; un veterano local, palo en ristre, despejando el andamio de su edificio de botarates embriagados. Con piqueros así, les digo, no habríamos perdido Flandes.
No entendiendo las sutilezas del balompié, comprenderán que tampoco entienda por qué se permiten (una y otra vez) semejantes correrías. Gentes muy aficionadas al libre mercado me han hablado maravillas del impacto económico que tienen estas manadas beodas en la hostelería aborigen, en el negocio hotelero y en las siempre admirables tiendas de suvenires. Es una ley de la física: todos los intereses de la nación están subordinados al beneficio de los que regentan bares y de los pequeños propietarios que ofrecen (¡valerosamente!) su hacienda en alquiler turístico. No quisiera contravenir los designios de la mecánica celeste, y sé que el fútbol tiene patente de corso (¿de qué otro modo se explicaría que un negocio pueda sobrevivir a tantísimos escándalos de corrupción, tráfico de influencias, nepotismo y fraude?), pero no deja de sorprenderme cómo las fuerzas del orden, tan amantes del mobiliario urbano, consiguen reprimir su furor represivo ante el grotesco espectáculo.
No deja de sorprenderme cómo las fuerzas del orden, tan amantes del mobiliario urbano, consiguen reprimir su furor represivo ante el grotesco espectáculo
Algo tendrá el agua cuando la bendicen, porque en este país se ha enchironado a fotógrafos que cubrían –en el estricto ejercicio de profesión– manifestaciones frente al Congreso de los Diputados con la excusita del «atentado contra la autoridad». Para cuando se publique esta columna, los Seis de Zaragoza (unos chavales contra los que cargó la Policía cuando se manifestaban contra un mitin de Vox) llevarán cuatrocientos cuatro días en prisión, condenados por unos «desórdenes públicos y atentado contra la autoridad» que no vio nadie, salvo los propios maderos denunciantes. Sin la bufanda del Madrid atada al pescuezo, un grito más alto que otro basta para desencadenar la acometida de una cuadrilla de antidisturbios, esa unidad de élite cuajada de filósofos y poetas.
Busco y no encuentro ningún comunicado de la Internacional Liberal ante esta interminable paralización del tránsito y el intercambio económico sosegado. ¿Se acuerdan del 15M? Andaban todos preocupadísimos por cómo afectarían la suciedad y el ruido a las cuentas de los negocios aledaños. Tampoco del Frente Patriótico, tan susceptible ante cualquier afrenta simbólica, pero tan permisivo ante la reconversión definitiva de nuestro país en el pipicán de Europa. Pero todos tranquilos: la Diputación Foral (¡viva el infante don Carlos María Isidro!) asegura que el «impacto económico será muy alto» y que superará con creces la inversión realizada. Pues ya estaría.
Viendo que la camiseta de tu equipo favorito funciona como la estrellita del Súper Mario, sugiero a nuestros camaradas que tomen nota para las próximas acciones revolucionarias. Podríamos (¡es una hipótesis!) colectivizar el parque inmobiliario de los fondos buitre sin mayor dificultad, siempre y cuando fuésemos todos ataviados con merchandising del Manchester United o cualquier cofradía equivalente. Recordad: cuando se nos acerquen los picoletos, todos a una: «campeones, campeones, oé, oé, oé».
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Álvaro Sánchez CastrilloTintaLibre