Regalar un libro

Empieza ahora el tiempo de los libros, bueno…, mejor el tiempo de los días, las semanas y las Ferias dedicadas a los libros. Los letraheridos andan siempre con libros, suelen salir pronto del armario, las despensas y las habitaciones, porque llega un momento en el que ya no caben más libros en una casa o en las horas de un reloj que debe negociar también con los trabajos y los días. Ya están aquí el Premio Cervantes, el Día del Libro, Sant Jordi, los carteles y preparativos para muchas ferias del libro que avivan el ánimo de libreros, editores y escritores. Tiempo de libros.

Los libros son un buen regalo, bueno…, los libros de calidad son siempre un buen regalo para los ojos del lector. Pero ahora no me refiero a eso, sino a la complicidad que supone regalarle un libro a otra persona. Es como regalarse, como darse a conocer, como interesarse por el conocimiento del otro. Esta historia me ha interesado y creo que a ti también te gustará o, quizá, conviene que la conozcas. Los libros trazan vínculos que pasan de lo público a lo privado y de lo privado a la intimidad. Se trabaja con ellos, se viaja con ellos, se navegan las tardes en una butaca con ellos y acaba uno acostándose con ellos.

Siempre he pensado que la lectura condensa la mejor definición del contrato social. Las palabras privadas de un autor y de un lector encuentran en un libro el espacio público para convivir con libertad y de acuerdo a la memoria y la experiencia de cada uno. Escribir es un acto de hospitalidad. Se preparan las palabras y las historias como se prepara una casa para recibir la visita de un amigo. Por eso escribir es conocernos a nosotros mismos cuando somos capaces de ponernos en el lugar de los otros. ¿Qué falta en nuestra despensa, qué deficiencias hay en nuestro orden casero, cuándo fue la última vez que limpié los cristales de la ventana o el suelo de la cocina? Leer también supone un acto de convivencia, la búsqueda del otro para acabar dialogando con la propia imaginación y la propia conciencia.

Los libros trazan vínculos que pasan de lo público a lo privado y de lo privado a la intimidad. Se trabaja con ellos, se viaja con ellos, se navegan las tardes en una butaca con ellos y acaba uno acostándose con ellos

Esta Semana Santa me he regalado y he regalado dos libros. Andrés Neuman ha publicado Hasta que empiece a brillar (Alfaguara, 2025), la vida novelada de María Moliner. Dice Andrés que investigamos para ganarnos el derecho a inventar. Tiene razón, las novelas se acercan a personajes históricos para meterse dentro de sus vidas y sus imaginaciones, sus miedos y sus sueños. La autora del famoso Diccionario de uso del español vivió dentro de su tiempo y de las palabras. Andrés cuenta la historia privada de una mujer que se educó en la atmósfera de la Institución Libre de Enseñanza, se afirmó con la llegada de la República y tuvo que resistir los años difíciles de la dictadura. Mientras se esforzaba en preparar un diccionario que supuso todo un acontecimiento, negoció con la realidad de los trabajos y los días. Vivimos en las palabras y Andrés Neuman cuenta la historia pegado a ellas, no sólo por su propio estilo, sino porque la biografía reconoce los titubeos de los niños cuando empiezan a hablar, el vocabulario propio de cada época histórica y los murmullos finales, rotos, desorientados, de quien ya no es responsable de su existencia. 

El otro libro que he regalado es El loco de Dios en el fin del mundo (Random House, 2025), el libro que Javier Cercas le dedica al Papa Francisco. Dice Javier que es ateo, anticlerical y que contar una historia no supone blanquear nada, sino un ejercicio de conocimiento, la capacidad de meterse dentro de un personaje. Yo, que soy también ateo y que tengo muy poca simpatía al clericalismo reaccionario español, he disfrutado con la historia de Jorge Mario Bergoglio y con la consecuencia literaria de uno de sus viajes. Javier Cercas fue invitado a viajar con el Papa a Mongolia y su libro es la experiencia personal, en su memoria, su presente y sus investigaciones, de ese viaje.

Los viajes del Papa Francisco siempre tuvieron su sentido. La primera vez que salió de Roma, recuerda Javier, fue para visitar la isla de Lampedusa, un pedazo de tierra italiana que había recibido a más de veinticinco mil cadáveres de emigrantes durante la última década. Buscaban una vida más justa y encontraron la muerte. La solidaridad con la pobreza es un modo de entender el cristianismo. La conclusión que he sacado al leer el libro es que el Papa es mucho más anticlerical que Javier Cercas y que yo, o bueno…, por lo menos tiene muy poco que ver con el clericalismo reaccionario al que la historia de España nos tiene acostumbrados.

Dos buenos regalos. Escogí bien a un amigo y a una amiga para regalarles estos dos libros. 

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