¿Hacia un alto el fuego en Ucrania? Ruth Ferrero-Turrión

Cuando el poeta catalán Joan Margarit quiso definir la libertad, pensó en escenas históricas y situaciones personales que nos permitieran comprender una razón personal de vida y una conciencia política. Recordó su historia, la historia sentimental de un poeta que había aprendido a ser libre en una dictadura. Y después de convocar palabras como república y civil, huelgas generales, exilios, mítines, parques públicos, apuestas por un amor sin represiones y la primera jornada electoral, afirmó que “La llibertat és una llibreria”.
Rafael Alberti y María Teresa León volvieron del exilio en 1977. Los hermanos Lagunero pusieron en marcha dos años antes la Librería Rafael Alberti, una importante referencia cultural de Madrid que conduce Lola Larumbe desde 1979. Me gusta celebrar las librerías de Madrid, su lucha por la libertad democrática en los años difíciles de la dictadura y la Transición, ahora que se extiende por España la imagen de un Madrid convertido en la selva de los negocios privados y las corrupciones. El Madrid oficial considera que la libertad es la ley del más fuerte. Pero Madrid es otra cosa, vamos a no olvidarlo, y los libros ayudan a no olvidar.
La Librería Alberti celebra sus 50 años. Abrió sus puertas cuando las fuerzas del orden eran todavía una represión sin tapujos sobre la vida, el trabajo, la prensa y la cultura. En el escaparate de la Librería Alberti hubo que colocar cristales de seguridad contra las piedras y las balas. El nombre de Visor y el recuerdo de Antonio Machado habían servido antes a los hermanos García Sánchez para enfrentarse al silencio, aunque tuvieron que esconder la palabra prohibida en rincones poco visibles mientras soportaban el ruido de las amenazas y los atentados.
Tanto en los años más duros como en las mañanas de la Transición, fue clave el papel de la cultura y las librerías en la lucha por la democracia. Las librerías fueron democracia en toda España
Había que tomar la palabra. Se abrieron librerías en barrios obreros, como Jarcha, animada en Vicálvaro por Fernando Valverde, o en el barrio de Salamanca, como Miraguano, la librería que fundaron José Javier Fuente del Pilar y Pepa Arteaga en la calle Hermosilla. Luis Sancho recuerda las primeras visitas de Emilio Lledó y Rafael Sánchez Ferlosio a El Buscón, una librería de La Prospe especializada en humanidades y filosofía. Reyes Díaz-Iglesias sonríe al contar la bronca que le cayó al poco de abrir Naos. Una señora pidió Camino y ella buscó en las estanterías El camino de Miguel Delibes. ¿Cómo era posible que aquella librera desconociese la obra maestra de Josemaría Escrivá de Balaguer? Las librerías que recuerdo de aquel tiempo tuvieron mucho más que ver con las parroquias obreras en las que se reunían los movimientos sociales que con el catolicismo del Opus Dei.
Tanto en los años más duros como en las mañanas de la Transición, fue clave el papel de la cultura y las librerías en la lucha por la democracia. Las librerías fueron democracia en toda España, es verdad, y cada ciudad o cada persona tiene su historia. Yo estoy muy agradecido a lo que aprendí en la Librería Teoría de Granada cuando entré a trabajar en 1978 como dependiente y muchacho de los recados. Pero no está de más volver ahora los ojos a aquel Madrid, porque no podemos olvidar que esta ciudad jugó un papel decisivo en la construcción de la democracia y en la lucha contra las falsas banderas del patriotismo que humilló una y otra vez a los españoles. La cultura nos enseñó entonces que la libertad política no era una diversión entretenida, sino un compromiso con los derechos sociales y la dignidad de las personas.
Celebrar los 50 años de la Librería Rafael Alberti supone comprender la dimensión ética que late en palabras como democracia, realidad y cultura. Hablar con los libreros de entonces ayuda a recordar la mejor cara de Madrid, lo que significó en los años 70 ser la capital de España.
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