El trumpismo contra el 'wokismo' liberal universitario

Aunque desde aquí, Europa, llevamos prestando casi toda nuestra atención a la acción exterior norteamericana desde que Trump accedió a la Casa Blanca, lo cierto es que en el interior del país están sucediendo un sinfín de movimientos a los cuales es imprescindible prestar atención. Y esos movimientos tienen que ver principalmente con algo que forma parte del adn del trumpismo, el deterioro del Estado de derecho y la democracia. El control prácticamente total del poder que hoy tiene el ejecutivo norteamericano le permite tener una capacidad de maniobra hasta ahora inédita en otros mandatos

Un poder que, por supuesto, no está dudando en utilizar para apuntalar un modelo de Estado en el que no se cuestionen sus decisiones ante la ausencia de contrapoderes capaces de frenar su ambición. Porque los contrapoderes en el sistema americano continúan existiendo, ante el dominio del poder ejecutivo y el legislativo por parte del republicano, todavía quedan los poderes territoriales y el poder judicial para contrarrestar su acción de gobierno, si bien, por el momento, esto no ha servido de mucho.

Así, a pesar de las sentencias dictadas por algunos jueces federales contra la aplicación de la Ley de Enemigos Extranjeros que está utilizando la administración Trump para las deportaciones de personas migrantes, finalmente, el pasado 7 de abril, la Corte Suprema de EEUU otorgaba una importante victoria al presidente al permitir que la administración prosiga con la deportación de migrantes venezolanos. La votación fue ajustada, 5 a 4, incluso con la jueza conservadora Amy Coney Barrett votando con el ala liberal de la corte. El caso entonces se centró en la aplicación de la Ley de 1798 donde el gobierno argumentaba que la ley se aplicaba a pandilleros venezolanos considerados invasores del país. La opinión de la corte no entró en la cuestión central, sino que simplemente permitió al gobierno continuar con las deportaciones con la única salvedad de que los pandilleros debían recibir una notificación de deportación con la posibilidad de impugnarla, eso sí, siempre caso a caso y a través de habeas corpus y en el territorio donde se encontraran detenidos. Esta opinión de la Corte obviaba la causa de la demanda, presentada por la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles y el Avance Democrático, que buscaba bloquear la Ley de Enemigos Extranjeros a través de una acción colectiva, además de darse el caso de que la mayoría de los retenidos se encontraba en Texas, un Estado poco proclive a la comprensión en estos casos. Este es solo un ejemplo de cómo la administración Trump opera en sus enfrentamientos con los tribunales federales y concentrando cada vez más peso político en el ejecutivo.

Y si así opera en relación con los migrantes indocumentados, tampoco ha cejado en su empeño de avanzar en la guerra cultural contra el wokismo, en esta ocasión con las universidades y los estudiantes en el punto de mira. Durante las últimas semanas se ha observado cómo la administración Trump ha comenzado a perseguir de manera abierta a cientos de estudiantes extranjeros a través de la cancelación de visados y revocando en algunos casos su estatus legal en el país. Se ha hecho tristemente famosa la detención de la estudiante de Tufts Rumeysa Öztürz por haber escrito un artículo a favor de Palestina. Ella es uno más de los más de 1000 estudiantes de más de 170 centros de al menos 40 Estados. A ellos hay que ir sumando aquellos investigadores a los que se ha impedido el acceso al país en una suerte de control de seguridad moral en frontera por el mero hecho de haber criticado a Trump. En todo caso, las razones de la cancelación de los visados no están del todo claras. Al principio parecía que estaba relacionada con la participación de los estudiantes en protestas a favor de Palestina, se invocaba entonces la Ley de Inmigración y Nacionalidad de 1952 que permite la deportación de extranjeros que obstaculicen la política exterior del país. Pero, sin embargo, ahora no es ese el criterio para la persecución, ahora cualquier tipo de infracción legal puede ser la excusa perfecta para revocar los permisos. Sea como fuere, lo cierto es el miedo se extiende en los campus lo que impide que haya ningún tipo de movilización social con garantías de éxito, al menos, por el momento. 

Las fuerzas reaccionarias poseen toda una agenda política común para el ámbito educativo, son conscientes de que el control de las aulas les otorgará la hegemonía ideológica que persiguen. Y para ello no van escatimar en medidas

Y si lo anterior lo combinamos con el ataque también directo a través de recortes a las universidades y medios de comunicación que la administración Trump considera hostiles a sus objetivos, el panorama no puede ser más desolador. La guerra cultural contra el wokismo, ya expresada en reiteradas ocasiones por el presidente, se encuentra en este momento es su máximo esplendor. El último de estos episodios lo ha protagonizado ni más ni menos que la Universidad de Harvard, cuando la administración anunció la congelación de 2 mil millones de dólares en subvenciones y la retirada de la exención de impuestos correspondiente tras rechazar Harvard una reforma solicitada por el gobierno. Al contrario que Columbia, Harvard parece resistir. Las universidades de la Ivy League consideradas como lugares donde se cultiva el activismo de izquierda se sitúan en el centro de los ataques del gobierno; la excusa, las protestas a favor de Palestina y las acusaciones de antisemitismo.

Esta es la dinámica que se vive a estas horas en EEUU pero que no nos es ajena en Europa. El trumpismo es una plaga que se extiende y se contagia. Y aquí ha llegado de manera implacable. La internacional reaccionaria que opera peor en el plano geopolítico, donde los intereses globales chocan con las propuestas nacional-esencialistas, sin embargo, en el plano de la guerra cultural funciona como un reloj. Las fuerzas reaccionarias poseen toda una agenda política común para el ámbito educativo, son conscientes de que el control de las aulas les otorgará la hegemonía ideológica que persiguen. Y para ello no van escatimar en medidas. Recortando subvenciones y exenciones de impuestos en el caso de las universidades privadas en EEUU, o aprobando leyes universitarias que impiden la protesta, asfixian económicamente a las universidades públicas al tiempo que promocionan las universidades doctrinales privadas, como se vive en primera línea en Madrid. Se trata en última instancia de terminar con el wokismo liberal de las aulas.

Trump es sólo el más adelantado de todos ellos y el que mejor está sabiendo imponer un programa cultural, económico, social y político.

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Ruth Ferrero-Turrión es Doctora Internacional por la UCM y MPhil en Estudios de Europa del Este (UNED). Profesora de Ciencia Política en la UCM. 

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