Michael Fassbender y Cate Blanchett, un matrimonio de espías en una intriga sofisticada y juguetona

Steven Soderbergh ha dicho de Jean-Luc Godard que es una “inspiración constante”. El director estadounidense asegura que antes de ponerse a hacer cualquier nueva película intenta revisar algo de Godard, lo que resulta encantador pues Soderbergh hace muchísimas; casi tantas y a un ritmo tan apabullante como las hizo en vida el autor de Al final de la escapada. Las filmografías de ambos vienen compartiendo rapidez y abundancia, pero sobre todo una particular coherencia que mueve a definir su autoría no tanto desde la temática o el estilo como desde otras coordenadas más sutiles.
El proyecto de Godard y Soderbergh se caracteriza por el autocuestionamiento. También por una admiración al noir clásico que guió al Godard de los 60 y que aún renquea como lugar seguro esporádico en la obra de Soderbergh —la Confidencial (Black Bag) que acaba de estrenar se ajusta precisamente a esta iconografía—, aunque mejor centrarse por ahora en lo primero. Desde que Soderbergh ganó la Palma de Oro en Cannes, con solo 26 años, se ha preocupado de que cada uno de sus films “niegue” al anterior. Quiere que su firma posea una cualidad líquida, capaz de poner en tensión el dispositivo fílmico para lanzarlo a dialogar con las convenciones de Hollywood. Esto es, con sus condiciones de producción. Con lo que pueda permitirle su industria.
Ahí se reencuentra con Godard. Se reencuentra con varias décadas preguntándose por diversos formatos y cines posibles que se ajusten a un ímpetu ideológico concreto. Los límites entre tema y forma/ forma y firma totalmente emborronados, desdeñando la posibilidad de un discurso crítico coherente alrededor pues el discurso crítico ya está presente a su vez en las imágenes. ¿El Soderbergh que firma Confidencial es el mismo que hace apenas unas semanas estrenaba en España Presence? Debe serlo, aunque a nivel superficial no hallemos demasiadas similitudes entre un glamuroso thriller con Michael Fassbender y Cate Blanchett y un film de terror minimalista.
El juego de Presence —el juego es el concepto estrella de la obra de Soderbergh— era contar una historia de fantasmas desde el punto de vista del fantasma, con largos planos subjetivos que recorrían los pasillos de la casa encantada de turno. Su profundidad estética era limitada pues, como dijo Rául Álvarez, era poco más que “otro día en la oficina”. La grandeza de Soderbergh reside en el acopio de sus travesuras y desvíos. En cómo la acumulación de ocurrencias deja entrever una visión unitaria, que por siempre querer evidenciar las citadas condiciones de producción se hace evidente a sí misma: a Soderbergh no le queda otra que hablar siempre del capitalismo.
Ese es el otro concepto estrella. De un modo u otro, y esté más o menos impreso en la puesta en escena, lo que más le interesa a Soderbergh es observar el capitalismo frente a frente. A lo largo de su cine ha ensayado múltiples métodos de torearlo, de ofrecerle resistencia o de (sobre todo) absorberlo con alegre cinismo, para dejar que lo siembren las grietas. No es ninguna casualidad —y ahora sí hay que volver al noir—, que Soderbergh se encontrara a sí mismo en los 90 con Un romance muy peligroso y los estilizados thrillers que le siguieron. Películas consagradas al juego y a la frivolidad, guiadas por pícaros que desafiaban al sistema con sus propias armas.
La senda de Un romance muy peligroso conecta con Ocean’s Eleven y desde luego con Confidencial, y al margen de los trucajes comunes y una sana ilusión de intrascendencia está marcada por la colaboración de Soderbergh con el músico David Holmes. Holmes proporciona partituras de percusión espídica y contrabajos histéricos, enzarzados en un jazz bailongo que somete a la narración y favorece todo tipo de fuegos artificiales. Confidencial —que guioniza el mismo David Koepp de Presence— es una película consagrada al diálogo, a la que la música de Holmes no deja sin embargo de zarandear. Precipitando flashbacks empeñados en ser releídos y secuencias con un montaje magnífico, como la sucesión de interrogatorios con el polígrafo de Fassbender.
Confidencial es un film de espías cuyo argumento recuerda a Sr. y Sra. Smith. Fassbender y Cate Blanchett integran un próspero matrimonio que ha aprendido a lidiar con que ambos cónyuges trabajen en la Inteligencia británica. Pero su estabilidad se compromete cuando a Fassbender le mandan identificar a un traidor, y los sospechosos son tanto amigos cercanos como su propia esposa. Las pesquisas de Fassbender —en un robótico registro similar a El asesino de Fincher— se perderán en el torbellino de revelaciones y motivaciones equívocas marca de la casa, enfrentando un ruido de paranoia y suspicacia que Soderbergh enfatiza con una tosca fotografía hiperdigital.
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Las anteriores películas del Soderbergh noir refrendaban el carisma de sus estrellas con una mezcla de oropel hollywoodiense y reflexión mediática. Esto Confidencial lo mantiene —es muy oportuna la presencia de Pierce Brosnan y Regé Jean-Page en tanto a su parentesco con 007, uno como veterano y otro como eterno aspirante—, solo que lo hace desde una especie de filtro opaco: el velo de conspiraciones que separa a Fassbender de la verdad se asemeja a la resistencia que Confidencial se impone a sí misma para evitar que disfrutemos plenamente del glamour y del juego.
Lo que hace Soderbergh con esta resistencia es admirable y acaso serviría para incluirle en la escuela del latente metamodernismo que ya podíamos divisar en la Megalópolis de Coppola: una superación de los callejones sin salida de la vida posmoderna en pos de recuperar unos afectos genuinos y auténticos. Por eso Confidencial no es tanto Sr. y Sra. Smith como un drama de pareja más cotidiano de lo que parece: uno que acepta los parecidos de la experiencia matrimonial con el trabajo de espía —por la necesidad de las mentiras y la pervivencia de las fachadas—, sin que esto implique necesariamente desdeñar dicha institución. Al contrario.
En Confidencial la verdad no es lo mismo que la fidelidad y la mentira no es lo mismo que la deslealtad. A través del matrimonio de Fassbender y Blanchett, Soderbergh estudia el arraigo del amor en un entorno a priori viciado por el egoísmo —la agencia de espionaje dentro de un estado capitalista que lidia con guerras internacionales—, queriendo renovar los votos de una institución arcaica sin llegar a ser reaccionario pero sí, por supuesto, orgullosamente romántico. Volviendo a preguntarse por nuevas formas y estéticas para la rebelión. Volviendo a demostrar que sigue siendo el director más libre deambulando ahora mismo por Hollywood.