Un grano en el culo

Estar con el culo a dos manos significa en Argentina y Chile estar cagado de miedo. El lenguaje tiene su historia, y el miedo de un niño que necesita cubrirse porque va a ser azotado acaba convertido en frase. Las ideologías políticas se encarnan en su propio lenguaje. Ahora vamos de culo vulgar. El viejo autoritarismo anidó en palabras y expresiones como patria, identidad nacional, sangre, solución final, exterminio, parásitos, salvación… Era un idioma vestido de uniforme y con mucha retórica dispuesta a hermanarse solemnemente con los superlativos. Ahora, en una reunión con líderes de su Partido Republicano, Donald Trump se enorgullece de que los presidentes de las naciones extranjeras se acercan a él para besarle el culo. No está mal. Meter el culo en la política hace que una parte del mundo se cague de miedo. Y hace que la política se entienda a sí misma como una vulgaridad usada de forma cómplice por los más fuertes para engañar a sus súbditos. Muchos le ríen las gracias.

¿Pero qué hacemos los que preferimos un beso en los labios? Un beso sin acoso, ni dinero por medio, conviene aclararlo. Ante este tipo de espectáculo no podemos caernos de culo. Más vale que analicemos un mundo en el que el analfabetismo y la ignorancia popular se han convertido en una experiencia de vida para relacionarse con los ciclos del sol y la luna. Los millonarios se han convencido de que la gente tiene cara de culo, alma de culo, y debe ser educada en la ignorancia. Nos colocan unas gafas de culo de vaso, igual que los dictadores, para que veamos el mundo a través de unas promesas que son diamantes falsos. Esto se ha hecho siempre de manera sigilosa. Pero la zafiedad imperial de Trump está dejando a la democracia con el culo al aire. Como el poder casi nunca es tonto del culo, supongo que llegarnos hasta el culo responde a una estrategia bien calculada.

Los millonarios se han convencido de que la gente tiene cara de culo, alma de culo, y debe ser educada en la ignorancia

Los vendedores siempre tienen razón. La lógica de la sociedad de consumo, el cliente siempre tiene razón, se denuda ahora en la lógica implacable de que los vendedores saben colocarnos lo que quieren, lo que necesitan para sus negocios, gracias a la cultura del culo veo, culo deseo. Y como somos culillos de mal asiento, nos ponemos a correr hacia una tierra prometida que sólo sirve para provocar la insatisfacción de los que pierden el culo por conseguir lo que nunca va a ser suyo. El malestar, que empieza siendo un simple pellizco en el culo, acaba por mezclar el culo con las témporas. Las realidades de angustia y desigualdad llenan la vida de culatas, de bocas con hambre de himnos que lamen el culo a las fábricas de armas.

La violencia externa no es más que una consecuencia de la profanación interior. La gente que ha nacido con una flor en el culo, bien por pertenecer a una familia adinerada, bien por sus condiciones naturales para estafar y engañar a los demás, consigue argumentar que sus triunfos son la consecuencia de sus méritos, de su capacidad para trabajar duro en una realidad en la que es justo que se imponga la ley del más fuerte. El fracaso es responsabilidad de cada uno de los fracasados, así que la vida hace bien en darles por detrás. Ningún Estado, ninguna democracia social, debe limpiarles el culo. Tampoco debe poner límites a la capacidad de los triunfadores. Que impongan su autoridad, su contaminación, su predominio. Sólo nos queda besarle el culo.

Pero los partidarios del beso en los labios quizá puedan pensar con calma que otro mundo es posible. Tal vez puedan pegarle una patada en el culo a esta historia de falsos panderos y redes anales. Merece la pena intentarlo.

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