Cuando comenzó la enfermedad del papa Francisco, comenté en casa que los augurios eran malos para su recuperación. Desafortunadamente tenía razón. El lunes pasado, al llegar a mi despacho, oí el tañer de las campanas de la iglesia cercana, con ese toque lento, espaciado y grave que avisa de la muerte. Llamaban a rezar por el alma del difunto. Era 21 de abril y anunciaban que el Papa había fallecido. 

No soy católico practicante y tengo serias discrepancias con la Iglesia como estructura de poder y de gobierno, pero es cierto que el papado de Francisco atrajo mi interés y atención desde su comienzo y lo he seguido muy de cerca hasta el final. Por eso, comprendí el mensaje que ya saltaba por las ondas radiofónicas y me llené de congoja a un punto que nunca hubiera imaginado. El pontífice batallador por los Derechos Humanos, afectuoso con las víctimas, implacable con los malvados, tenaz para aclarar las sombras de la Iglesia como le había sido encomendado, luchador por la paz, los más vulnerables y el medio ambiente, abandonaba este mundo. 

Algunos han criticado que no hizo lo suficiente, en esa dinámica muy española de señalar al que hace algo y callar respecto a quienes nada hacen. Pero los humanos y el planeta quedamos huérfanos, al faltar una de las voces más críticas, independientes y con fuerza moral para denunciar las violaciones de los derechos humanos, la guerra o el capitalismo salvaje, entre otros pronunciamientos.

Lo pienso ahora y afirmo frente a esos críticos o cobardes extremistas cristianos que lo niegan –como el cardenal Gerard Ludwig Müller, que sugiere revertir los cambios de Francisco y rezar por que no salga elegido un papa hereje– que ha sido un tipo valiente hasta el final, resistiendo hasta culminar el domingo de Resurrección, repartiendo la bendición urbi et orbe como última obligación de su mandato y en contacto con los fieles que asistían al evento en la Plaza De San Pedro de la Ciudad del Vaticano. Cumplió el argentino y en verdad que ha “formado lío” durante su mandato frente a estructuras anquilosadas de la Iglesia.

“No todo está perdido”

«¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?» se preguntaba el papa en su encíclica Laudato si, publicada en mayo de 2015, cuyo título se refiere a la invocación de San Francisco en el Cántico de las Criaturas: “Laudato si, mi Signore”. “¿Para qué pasamos por este mundo?, ¿para qué vinimos a esta vida?, ¿para qué trabajamos y luchamos?, ¿para qué nos necesita esta tierra?” Para el pontífice, plantearse estas preguntas es básico para llevar adelante los resultados que la ecología reclama. El papa definía a la tierra como una hermana con la que compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos.

Frente a esa convicción, compartida con mis amigos indígenas americanos, que veneran a la Pachamama, nuestra Madre Tierra, como auténtica fuente de vida y sabiduría, el papa alertaba por el maltrato y el saqueo que padece el planeta y sus gemidos que, decía, se unen a los de todos los abandonados del mundo.

Junto a la denuncia, añadía un mensaje de esperanza: “no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, pueden también superarse, volver a elegir el bien y regenerarse”.

Recuerdo cuando en aquella fecha, en la Cumbre de los Pueblos que se celebró en Cochabamba, me servía de apoyo doctrinal ese documento, como después lo hicimos desde FIBGAR, para incluir entre los crímenes objeto de persecución bajo los nuevos Principios de la Jurisdicción Universal, los financieros y la destrucción sistemática de los ecosistemas. 

Fraternidad y amor social

Recuerdo, asimismo, hablando con el Padre Blanco vasco Ángel Olaran en Wucro (Etiopía), cómo me decía que había recuperado la fe en el papa desde que Francisco asumió la posición de responsable máximo de la Iglesia católica y cómo yo le contestaba que también me interesaba sobremanera el pensamiento del nuevo Obispo de Roma en materia de justicia social y derechos humanos.

Por eso estuve muy atento a su nueva encíclica, Fratelli tutti, sobre la fraternidad y el amor social. “Fratelli tutti, escribía san Francisco de Asís para dirigirse a todos los hermanos y las hermanas, y proponerles una forma de vida con sabor a Evangelio”, recordaba Bergoglio.

Aquí, el pontífice apuntaba a la ausencia del respeto a los derechos humanos. “Muchas veces se percibe que, de hecho, los derechos humanos no son iguales para todos. El respeto de estos derechos “es condición previa para el mismo desarrollo social y económico de un país. Cuando se respeta la dignidad del hombre, y sus derechos son reconocidos y tutelados, florece también la creatividad y el ingenio, y la personalidad humana puede desplegar sus múltiples iniciativas en favor del bien común”.

Ocurre, según explica el documento papal, que “en el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre. Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados. ¿Qué dice esto acerca de la igualdad de derechos fundada en la misma dignidad humana?”, se preguntaba.

¿Qué habría hecho Francisco de no haber dedicado su vida a la Iglesia? Lo puedo imaginar como activista en favor del medio ambiente, de los pueblos originarios y sus territorios ancestrales

Lamentaba el pontífice que por el hecho de haber nacido en uno u otro lugar, “algunas personas vivan con menor dignidad”, reclamando como derecho esa vida digna y el desarrollo íntegro del ser humano. Ningún país, dice, puede negar ese derecho, pues “cuando este principio elemental no queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni para la sobrevivencia de la humanidad”.

Lo cierto es que las palabras de Francisco coinciden al completo con lo que creo y por lo que llevo luchando toda mi vida. En especial, cuando afirma que “nadie puede quedar excluido, no importa dónde haya nacido, y menos a causa de los privilegios que otros poseen porque nacieron en lugares con mayores posibilidades. Los límites y las fronteras de los Estados no pueden impedir que esto se cumpla. Así como es inaceptable que alguien tenga menos derechos por ser mujer, es igualmente inaceptable que el lugar de nacimiento o de residencia ya de por sí determine menores posibilidades de vida digna y de desarrollo”. 

Qué importancia tienen estos conceptos y principios en los tiempos que corren, cuando el fascismo avanza apenas disfrazado por teorías de extrema derecha y el capital domina groseramente todos los ámbitos de nuestra vida, anulando cualquier posibilidad de trato igualitario entre los humanos.

¿Qué habría hecho Francisco de no haber dedicado su vida a la Iglesia? Lo puedo imaginar como activista en favor del medio ambiente, de los pueblos originarios y sus territorios ancestrales que se ven cada día más acosados en busca de esas “tierras raras” que tanto apetecen a determinados líderes mundiales para el desarrollo tecnológico en detrimento de los más vulnerables. Seguro que manifestaría su desacuerdo con políticas contrarias al bienestar de las personas, del mismo modo que se plantó frente a las guerras y las autocracias. La encíclica Fratelli Tutti termina afirmando en el nombre de Dios: “Asumimos la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio”.

Estos planteamientos no son sino la guía que siguen las personas de buena voluntad y las buenas gentes progresistas que, aun fuera de la identidad religiosa, pueden coincidir plenamente con los puntos de vista que preconizaba el Papa.

Amor y corazón

Todavía tengo que referirme a un tercer documento que abunda también en aquellos conceptos con los que me identifico en gran medida. Me refiero a la encíclica Dilexit Nos, (Él nos amó), más reciente, de 24 de octubre del 2024, que habla del corazón, del amor, del perdón y la reparación. Valores que deberíamos defender hoy más que nunca cuando guerras cruentas masacran a inocentes en Ucrania y Palestina y en otros lugares del mundo; o cuando se niega el futuro a los migrantes en la Unión Europea o se les expulsa de un país como EEUU violando sus derechos más elementales.

En esta encíclica, habla incluso del valor de la esencia de la persona frente a la Inteligencia Artificial: “En el tiempo de la IA no podemos olvidar que para salvar lo humano hacen falta la poesía y el amor. Lo que ningún algoritmo podrá albergar será, por ejemplo, ese momento de la infancia que se recuerda con ternura y que, aunque pasen los años, sigue ocurriendo en cada rincón del planeta (…) Todos esos pequeños detalles, lo ordinario-extraordinario, nunca podrán estar entre los algoritmos”. Dice Francisco que la clave es que se sustentan en la ternura que se guarda en los recuerdos del corazón.

“Por esta razón, viendo cómo se suceden nuevas guerras, con la complicidad, tolerancia o indiferencia de otros países, o con meras luchas de poder en torno a intereses parciales, podemos pensar que la sociedad mundial está perdiendo el corazón”, lamentaba.

“Hoy todo se compra y se paga, y parece que la propia sensación de dignidad depende de cosas que se consiguen con el poder del dinero. Sólo nos urge acumular, consumir y distraernos, presos de un sistema degradante que no nos permite mirar más allá de nuestras necesidades inmediatas y mezquinas…”

No falta una admonición a la iglesia: “La Iglesia también lo necesita, para no reemplazar el amor de Cristo con estructuras caducas, obsesiones de otros tiempos, adoración de la propia mentalidad, fanatismos de todo tipo que terminan ocupando el lugar de ese amor gratuito de Dios que libera, vivifica, alegra el corazón y alimenta las comunidades. De la herida del costado de Cristo sigue brotando ese río que jamás se agota, que no pasa, que se ofrece una y otra vez para quien quiera amar. Sólo su amor hará posible una humanidad nueva”. Es un mensaje de Francisco a su sucesor: la Iglesia no puede volver atrás, debe seguir y clarificar hasta sus últimas consecuencias las zonas oscuras de violencia y abusos que la ensucian, el papel mucho más importante de la mujer, el trato debido y cristiano al colectivo LGTBI+, de más democracia y trasparencia en sus estructuras.

Ha muerto el papa Francisco, pero nosotros precisamos la continuidad del sentido ecuménico, político y humanista de su papado y tenemos la necesidad de que quien venga en su lugar siga el impulso en estos campos y en el de la feminización de la Iglesia. Que avance por tanto en eliminar el tradicionalismo y el rancio conservadurismo de la institución eclesiástica. 

La iglesia católica, como lo fue en sus orígenes, es una iglesia de los pobres, social, humana y progresista, o no es nada en manos de los colectivos o congregaciones más perniciosas que la intentan dominar y corromper. Si el sucesor no cumple ese criterio básico, la orfandad en que nos ha sumido este papa se perpetuará por los siglos de los siglos.

Descansa en paz, Franciscus.

__________________________________

Baltasar Garzón Real es jurista y autor, entre otros libros, de 'Los disfraces del fascismo'.

Más sobre este tema
stats