La deriva fascista

He asistido, atónito como todos (quizás no tanto), a las declaraciones del todavía presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón, militante del PP, que, para asegurar los presupuestos, acaba de adoptar los planteamientos de Vox sobre el cambio climático, la agenda verde europea o la inmigración, vinculando a esta con la delincuencia. 

Cualquier cosa vale con tal de permanecer en el cargo, pese al más que cuestionado papel en la prevención, gestión de las consecuencias y falta de reacción ante el desastre climático de la Dana, que ha producido en ese territorio 224 fallecidos, tres desaparecidos y afectado a 306.000 personas y 103 municipios, según los datos del propio Gobierno autonómico. 

Aunque no es nueva su buena relación con la extrema derecha (fue el primer mandatario de los de Feijóo en pactar con Vox en 2023) y ha cedido de continuo a las exigencias de sus socios sobre temas tales como la violencia de género, lo cierto es que esta última sumisión explica la idiosincrasia del personaje y del propio partido político al que pertenece por la desesperación que sienten ante el abismo de un cese. 

De más está decir que las valencianas y los valencianos, sean del color político que sean, no se merecen un dirigente que, amén de cobarde, es mentiroso. En su contra se suman las incontables veces que ha modificado la versión de los hechos, las omisiones y vacíos informativos sobre lo que hizo o dejó de hacer (cualquier cosa, menos lo que debía hacer) en aquellas horas claves en las que, sin conciencia, se quedó en un restaurante, ajeno a la calamidad que estaba aconteciendo. Al igual que la actitud chabacana y chulesca que ha mantenido y mantiene, echando absurdas culpas urbi et orbi, protegido por la dirección de su partido, ante la sociedad en general. Todas esas cosas hieren la sensibilidad democrática de cualquier persona y definen al personaje.

Una estrategia

La ultraderecha manda pues en Valencia, y continúa con tesón su carrera de asaltos a los derechos humanos en toda la geografía española, enredándose en la estructura de la derecha de Alberto Núñez Feijóo, con el objetivo de hacerla suya en cada una de las comunidades en que apoyan al PP. 

No crean otra cosa. Se trata de una estrategia que han ido desplegando día a día y que sigue las instrucciones de individuos como el empresario Bannon, ideólogo de Donald Trump, quien años atrás se encargó de organizar este ejército político en su país, en el nuestro, en Europa y en Latinoamérica. Es la del ínclito Elon Musk, nostálgico del nazismo, o del libertario Milei, que rechaza los principios básicos de justicia social en Argentina. Han realizado un trabajo tenaz que ya está rindiendo sus frutos demoledores para los más vulnerables. Y un juego en el que los conservadores españoles han ido entrando paulatinamente. 

No se extrañen, por tanto, si se dan situaciones asombrosas como la protagonizada recientemente por la concejala de Igualdad de la población jienense de Linares, del grupo Popular, quien interrumpió y prohibió la función de Lisístrata, por considerar que se trataba de contenido radical y que se empleaba un lenguaje soez. No imaginaba Aristófanes, autor de la tragedia griega de este nombre, un triunfo así, tantos siglos después. 

O si no, vean cómo, recientemente, un eurodiputado del Partido Popular español, Adrián Vázquez, (antes miembro de Ciudadanos), ha sido el artífice de una enmienda en la Eurocámara que pretende evitar que en el informe anual de la Comisión para el Estado de Derecho, se borre la mención explícita al precitado Elon Musk –el millonario muñidor del éxito de Trump–. Se trata de un texto relativo a la “preocupación por las injerencias extranjeras en los Estados miembros, incluida la manipulación de las redes sociales y la desinformación”, tema en el que aquel tiene bastante que ver.

Inmunidad o impunidad

Mientras tanto, en nuestro propio Parlamento, la representación de estos extremos tan cercanos a ideologías que creíamos superadas campa por sus respetos amparándose en la inmunidad parlamentaria que, poco a poco, se confunde con una especie de impunidad a la medida para permitir los mayores exabruptos, insultos y ofensas a las personas y a los colectivos. Un lenguaje, el que utilizan, que nada tiene que ver con la excelencia parlamentaria que deberían ostentar los señores y señoras diputados. 

El miércoles 19 de marzo, el representante de Vox, Santiago Abascal, hizo gala de un componente racista que destila no solo por lo que dice, sino también en su modo de comportamiento, forma de expresión gestual y corporal, anímica e incluso espiritual, si es que en Vox queda espacio para un espíritu diferente al reaccionario que abanderan. 

Lo hizo al interpelar al presidente del Ejecutivo en relación con el modelo migratorio, afirmando que la pregunta era retórica pues el modelo estaba claro en su opinión: “Ese modelo es la sharía y la inseguridad de las mujeres –dijo–. Ese modelo es la destrucción de todo un pueblo para tratar de darle una casa a un imán okupa. Y ese es su modelo, porque en Salt los energúmenos que incendiaron las calles coreaban su nombre”. A ello, el presidente Sánchez respondió: “la verdadera amenaza de Europa y de España no es la inmigración, sino la internacional ultraderechista que trabaja desde fuera para destruir Europa desde dentro y cuya sucursal en España es Vox”. Sucinto resumen de lo que está sucediendo.

Justicia propiciadora

En esta inmersión general en la debacle, incitada por una ideología extrema, xenófoba, negacionista, machista y anti derechos humanos, tiene también su papel la justicia, que, en un amplio sector, ha respondido a su carácter mayoritariamente conservador y –en determinados casos– más allá incluso, propiciando el camino de la derecha para defenestrar a sus rivales y llegar al poder.

La locura de los procesos iniciados contra el entorno personal del presidente Sánchez o la impresentable instrucción, en términos jurídico-procesales, como el corporativismo de la Sala de apelaciones que lo ampara, del juez del Tribunal Supremo Ángel Hurtado contra el Fiscal General del Estado, no hablan bien de la acción judicial. Muy al contrario, llevan a la desconfianza en el sistema ante las imprecisiones, la acción prospectiva y la arbitrariedad en el procedimiento. 

Ante los fascismos que se disfrazan de respetabilidad, hay que tener clara la necesidad de velar continuamente por la democracia para que no acaben con ella. Costó mucho trabajo traerla a nuestro país

Los jueces no son inocentes y, en vez de ejercer su deber de salvaguardar la legalidad y los derechos de los justiciables, se diría que en demasiados casos la están moldeando a su mejor comodidad o quizás a la de aquellos a quienes sirven. 

Debo salvar el ejemplo de dos juezas instructoras valientes, como lo son Nuria Ruiz, en Catarroja, e Inmaculada Iglesias, en Madrid, que están enfrentando sendos procesos judiciales difíciles, como los que afectan a las víctimas de la Dana y al novio de la presidenta de la Comunidad Autónoma madrileña, dando ejemplo del buen hacer judicial, con prudencia, independencia e imparcialidad. Y, también, algunas acciones del Ministerio Fiscal defendiendo la aplicación de la Ley de Memoria Democrática o investigando las muertes en las residencias de mayores de Madrid durante la pandemia de COVID-19. Quizás aún queda esperanza ante un panorama que se nos muestra sumamente peligroso.

Somnolencia

Hace tres años, en mi libro Los disfraces del fascismo, escribí: “De nuevo vemos cómo la extrema derecha utiliza el lenguaje y los mecanismos democráticos para atacar a la propia esencia de la democracia, que no es otra que la defensa irrestricta de los derechos humanos, el trato igualitario y la defensa de valores participativos y de transparencia en beneficio de un verdadero Estado de derecho. 

Ante una situación internacional que creíamos impensable hace unos pocos años, el mensaje que quiero aportar es el de que ante los fascismos que se disfrazan de respetabilidad hay que tener clara la necesidad de velar continuamente por la democracia para que no acaben con ella. Costó mucho trabajo traerla a nuestro país. El esfuerzo ahora es para defenderla”.

Añadía en la misma obra: “¿Quién podía imaginar que llegaríamos a esto? Se diría que, pese a reiterados avisos, todo el mundo estaba como adormecido y de golpe llegó el despertar, pero aún en el limbo de la somnolencia”.

Hoy, cuando se han sucedido los acontecimientos y el panorama internacional no deja lugar a dudas de las masacres que se están cometiendo sin contención, despertamos ante una cruda realidad. La victoria presidencial de Donald Trump en Estados Unidos simplemente ha confirmado lo que se esperaba, que el mundo está en manos de una horda ultraliberal y fascista que quiere acabar con avances fundamentales para la humanidad en favor de la discriminación de una oligarquía bien definida. 

El liderazgo mundial se ha corrompido en manos de aquel y de otros aprendices de brujo que han decidido hacer experimentos con nuestro futuro.

Defender Europa

Europa corre el peligro de perder el protagonismo en su propio continente y de fragmentarse ante las posiciones extremas que alberga en su seno. Se urge a adquirir armas (por lo general de empresas próximas a los mismos que amenazan), mientras que las llamadas al pacifismo se ven ahogadas como insensatas o ajenas a lo que está pasando, tal es el pánico desatado por el sátrapa norteamericano que hace piña con los hasta ahora enemigos de los Derechos Humanos: Vladimir Putin y Benjamín Netanyahu. Ambos mandatarios tienen el plácet para seguir sembrando destrucción a su antojo. 

Esta semana, en el Parlamento de nuestro país, algunas voces –el BNG o Sumar– retornaban a ecos del pasado, de época de la juventud de quien suscribe, reclamando la salida de la OTAN. Un planteamiento difícil en estos momentos, como complejo ha sido siempre.

Sin duda, es hora de actuar. El 15 de marzo, una manifestación multitudinaria llenó las calles de Roma. La bandera única era europea y el lema conciso y claro: “Aquí se hace Europa o se muere”. El escritor Javier Cercas alertaba en El País: “Están en peligro la paz, la prosperidad y la democracia, todo aquello que el proyecto europeo ha conseguido durante los últimos 80 años. Por eso es conveniente que salgamos a la calle”.

Días después, en Bruselas, en el transcurso de una reunión del Consejo de Europa, Pedro Sánchez rechazaba el término ‘rearme’ adoptado por la presidenta de la Comisión, Úrsula Von der Leyen, como definición de las actuaciones a abordar: “No me gusta en absoluto”, afirmó. "No comparto ese término". Sánchez considera que a la ciudadanía hay que dirigirse "de otra manera cuando hablamos de la necesidad de mejorar la seguridad y las capacidades de defensa europeas".

Es verdad. Dejarse llevar por los tambores de guerra es lo más sencillo, cuando estás rodeado de una propaganda brutal que solo beneficia a la industria del sector y a los gobernantes que a ellas se deben. Intentar mantener la ecuanimidad y mirar al futuro es complicado cuando, además, existe una presión continua para sumarse a la mayoría. Ser político es sumamente difícil y  más aún ser un buen político, con criterio y posibilidad de ejercer, frente a cualquiera, la defensa de valores democráticos. 

Por eso estoy sumamente preocupado ante la mediocridad de quienes, desde el púlpito de la inmunidad parlamentaria, aprovechan para desarrollar políticas reaccionarias y claramente nocivas para los derechos del pueblo. Pero ser ciudadano es asimismo arduo en los tiempos que corren, bamboleado por las actuaciones de unos y otros, y sin poder tomar las riendas de la propia vida. Es inimaginable, claro, el sufrimiento de las víctimas en primera línea de fuego. 

Traigo aquí la canción de Paco Ibáñez La poesía es un arma cargada de futuro en su homenaje particular a Gabriel Celaya, cuando dice:

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan decir que somos quien somos, nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno. Estamos tocando el fondo, estamos (seguimos) tocando el fondo”.

No podemos permanecer callados e indiferentes, enlodados en el fondo cenagoso en el que nos quieren mantener. Tenemos que asumir la responsabilidad histórica que nos corresponde. La manifestación en Roma nos marca el camino. 

La pasividad ante lo que está aconteciendo de la mano del presidente Trump y sus acólitos, Netanyahu en primer término que avanza en el exterminio genocida de gazatís y en la posible anexión de territorios palestinos; Milei y sus políticas ultraliberales; Bukele participando en el secuestro de ciudadanos venezolanos; Putin y su locura expansionista sobre Ucrania, entre otros, no es admisible y exige un compromiso militante.

Es hora de que la ciudadanía española salga masivamente a las calles y reivindique el espacio democrático que nos están robando. No hacerlo es ser cómplices de esta deriva fascista que estamos reviviendo.

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Baltasar Garzón Real es jurista y autor, entre otros libros, de 'Los disfraces del fascismo'.

[Gracias al socio de infoLibre Lucas_Montes por detectar el error en la adjudicación de la autoría de los versos de Gabriel Celaya]

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