¿Cambia el mundo o Pedro Sánchez?
Los diálogos a solas de Pedro Sánchez con su espejo deben ser algo excepcional. En ellos, a buen seguro, se hallarán las claves para explicar los discursos que el presidente mantiene con el mundo exterior. Otra cosa es la imagen que refleja el cristal azogado, pues, si se hace caso al refrán que propone la cara como reflejo del alma, es fácil que la de Pedro supere las 62 del sólido de Arquímedes conocido como rombicosidodecaedro. A veces, escuchándolo, cualquiera puede albergar serias sospechas de que su dureza facial compite exitosamente con materiales como el diamante, el carbono o el acero o la seda de araña.
En unos días sacudidos por los aguaceros, las amenazas de Trump, el genocidio en Gaza, la muerte de Cristo y la muerte del Papa, el presidente ha anunciado el incremento en 10.741 millones del gasto para engrasar la maquinaria cuya única utilidad es destruir y matar. “Mis valores no han cambiado, es el mundo el que lo ha hecho” se justificó sin despeinarse (ni descojonarse). Durante estos días, Mediaset ha lanzado la promo del programa al servicio del ego de Mejide usando de reclamo al populista Page: “No todo lo que se hace, porque lo haga un socialista, es socialista”, ha dicho de sí mismo y del PSOE.
El espejo de Moncloa y la ciudadanía han conocido en seis años al Sánchez del Aquarius y al de las devoluciones en caliente, al que propone reconocer el Estado de Palestina y al que apoya la anexión del Sahara por Marruecos, al que suspende el comercio de armas con Israel y al que le compra 1.041 millones desde que comenzó el holocausto palestino, al que combate el racismo de Vox y al que valida el de Junts… y así día tras día. Nunca nadie ejemplificó de forma tan didáctica y con tanto descaro la célebre frase “Estos son mis principios y, si no le gustan, tengo otros”. Ni el propio Marx (Groucho, claro).
¿Quién asesora a Pedro Sánchez para decir que es el mundo el que ha cambiado? Se sabe qué tipo de personaje es Putin desde su acceso al poder en Rusia en 2000, que la guerra Rusia–Ucrania arrancó en 2014, que el sionismo israelí se remonta al siglo XIX y su belicismo a 1947 o que Trump desveló, en 2016, su espíritu macartista, su supremacismo de KKK y su radicalismo neoliberal superior al de Reagan/Tatcher. Sánchez no ha hecho más que adaptarse al habitual cambio de opinión en el PSOE con marchamo felipista.
Como un tahúr de saloon del oeste, juega con varios ases en una manga y una Derringer en la otra. Es capaz de sentarse en la misma mesa a jugar a la vez con dios y con el diablo y echar cada carta contra la lógica y las reglas del juego si hiciera falta. Si los encartes se le resisten, no tiene inconveniente en cambiar de baraja en medio de la partida y perder las manos que hagan falta para ganar la última. El pianista ameniza el juego y el enterrador aspira a llenar el ataúd preparado por la oposición cada dos por tres.
La última pirueta (tal vez una maniobra de distracción ante el rearme a costa de Sanidad, Educación, Dependencia o Vivienda) han sido los contratos de compraventa de armas al estado genocida. 6.600 millones de euros en balas para Marlaska fueron aprobados el Viernes Santo con festiva alevosía y el jueves siguiente se anula la compra por orden de Pedro. Como informa Olga Rodríguez, citando al Centre Delàs de Estudios por la Paz, hay diez operaciones más cerradas después de que Defensa “suspendiera” estas compras.
Si Sánchez somete al país a tales vaivenes, se debe en gran parte a que considera que sus socios de gobierno e investidura están alejados de su colosal fortaleza, más bien les atribuye una consistencia de plastilina. Es legítimo que Podemos e Izquierda Unida planteen salir del gobierno. Para política de derechas, mejor PP, Vox y García–Page.
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Verónica Barcina es socia de infoLibre.