Paco Cerdá: “Franco utilizó el entierro de Primo de Rivera para instaurar el miedo en la gente”

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Otoño de 1939. La Guerra Civil ha terminado oficialmente, aunque no será así para los millones de españoles que padecerán la insidiosa posguerra. Los restos de José Antonio Primo de Rivera, en una fosa común tras su fusilamiento en los primeros compases de la contienda, son exhumados y trasladados a hombros por sus camaradas falangistas desde Alicante hasta El Escorial. Un cortejo fúnebre de fantasmagórica épica fascista que cruzará el país a pie durante once días. Una marcha propagandística de 467 kilómetros con la intención última de demostrar quién ha vencido a todos esos perdedores ocultos pero, al mismo tiempo, presentes en las cunetas de una España en ruinas. "El objetivo de Franco era instaurar el miedo en las conciencias de la gente", remarca a infoLibre el periodista y escritor Paco Cerdá, autor de Presentes (Alfaguara, 2024), libro en el que relata aquel punto álgido de la megalomanía fascista española contrastándolo con las miles de vidas humildes abocadas a una desdichada supervivencia: "La posguerra fue la continuación de la guerra por otros medios, con otro modus operandi más vengativo y más cruel y más siniestro".

¿Qué es Presentes?

Presentes es justamente la mirada contraria que pretendía dar el franquismo en el otoño de 1939. Es ir a auscultar, como si fuera un fonendoscopio de médico, todas aquellas voces ocultas por el régimen de la dictadura, en los primeros compases de la creación de un nuevo Estado. Las voces de los represaliados, de aquellos que oponían resistencia a la dictadura. Y, por otro lado, ir con un microscopio a ver un espectáculo que visto desde hoy tiene tintes escénicos casi irreales, que convirtió a un vivo casi irrelevante representativamente en un muerto icónico para varias generaciones de españoles, además de en un puntal básico de la dictadura a nivel simbólico.

Primo de Rivera nunca tuvo un gran apoyo popular. ¿Cómo se crea ese mito que perdura?

Sí. Justamente ahí es donde quería poner más énfasis, en contar cómo se erige un símbolo desde muy poca base y cómo la propaganda del régimen, a modo de ventilador sin tregua durante esos once días por prensa, radio e incluso documental cinematográfico, se encarga de difundir por toda España. Cómo esa figura acaba cimentando la idea de que hubo miles de muertos que lucharon por la cruz y por la patria y que nunca debía olvidarse el valor de esa cruzada de liberación nacional, en el lenguaje del régimen, y cómo todo eso estaba resumido en la figura de alguien que solo tenía el 0,4% de votos en las últimas elecciones, que apenas había atraído a 46.000 papeletas, pero que muerto le era muy útil a Franco.

Todo era bastante más complejo que ver los dos retratos de Franco y de José Antonio a la misma altura durante décadas en los colegios españoles con el crucifijo en medio

¿Franco utilizó a Primo de Rivera después de muerto?

Sí, porque en vida solo tuvo un encuentro largo con él y acabaron mal. Tenían caracteres antitéticos y no se entendieron. Cuando hablamos de José Antonio y de Falange realmente acabamos siempre hablando del estereotipo distorsionado que de José Antonio y de Falange hizo el franquismo. Es decir, hablamos al final siempre del José Antonio de Franco y de la Falange de Franco, cuando es muy distinto al original. Porque Falange Española era un partido fundado en 1933 y José Antonio fue solo tres años jefe nacional, hasta que lo fusilan nada más empezar la Guerra Civil, por lo que tuvo una presencia muy escasa. Así, Falange Española tuvo una primera mutación en vida de Primo de Rivera, Falange Española y de las JONS, para intentar más apoyo popular yendo de forma coaligada, pero después es el franquismo el que opera la gran mutación, casi una mutación Frankenstein, que es Falange Española Tradicionalista de las JONS, que es lo que se conoció como el Movimiento. Eso era mezclar posiciones tan opuestas como el carlismo con el falangismo, algo de sustrato hipercatólico con otro parafascista, más volcado hacia una revolución nacionalsindicalista. En fin, que todo era bastante más complejo que ver los dos retratos de Franco y de José Antonio uno a la misma altura del otro durante décadas en los colegios españoles con el crucifijo en medio.

¿Cómo ha podido caer en el olvido una historia con este poderío visual y simbólico tan tremendo? Una comitiva que atravesó sin prisa el país entre hogueras y destrozos, para que todo el mundo pudiera verlo. ¿Para que los perdedores comprobaran que empezaba el imperio del terror?

Tal cual. Y la misma sensación sigo teniendo. ¿Cómo es posible que desapareciera tan rápido de la memoria este trébol de cuatro hojas siniestro y un tanto fantasmagórico, que es algo que pasó pero parecía de contornos imposibles e irreales? Porque, efectivamente, tiene una fuerza visual impresionante y hay trece minutos de imágenes. ¿Cómo es posible que no haya perdurado más algo que se pretendía de memoria eterna? Los cronistas relataron aquel peregrinar entre hogueras, con el frío del casi invierno, de día y de noche, entre pueblos separados muchos kilómetros, caminando entre la nada... Simbólicamente era brutal, pero hubo un momento en el que también el franquismo cambió de paso, como hizo varias veces a lo largo de la dictadura, y enterró todo aquel imaginario de manera que solo quedó como una especie de arqueología vaciada de contenido, dejando a la figura de José Antonio ya prácticamente sin ninguna importancia.

La imagen del cortejo es tan potente que se lleva todas las miradas, pero tu empeño es que nos fijemos en todo lo que hay alrededor, en todos los olvidados que asisten al espectáculo. ¿Una escenografía así solo tiene sentido si la gente que está alrededor la mira? ¿Por eso es importante saber quien la mira?

Sí. Creo que es una oportunidad para fijarse en el contraste entre la represión franquista y los abanderados de la resistencia que pueblan el libro y son la principal mirada, contrastándolo con esa epopeya soñada por gentes desbocadas de sed de relato. Creo que en ese contraste está el intento de mostrar algo cercano al crudo otoño de la España de 1939. Me gusta lo de quien la mira, porque la memoria la escribe quien mira y la escribe sobre lo mirado. Es la única forma de crear memoria. Quien no mira no puede crear memoria. Y sobre lo que no miramos no deja memoria. Justamente aquel fue un intento muy deliberado de que se mirara hacia un lado y en un sentido, y no en el sentido falangista o 'joseantoniano', sino en el de reapropiación ideológica y estratégica para que nada escapara al control de la dictadura. Intentando simplificar qué paso en esos once días creo que hubo tres grandes líneas: una es la de la exaltación a la figura de José Antonio, otra la de la apropiación por parte de Franco de todo lo que representaba e iba a representar José Antonio y su proyecto político, aunque fuera distorsionado, y la tercera la ocultación de todos los que estaban presentes mirando la marcha.

¿Viendo a todos los que están presentes mirando es cuando comprobamos las consecuencias provocadas por la propia comitiva?

Exacto, es la consecuencia. No es que fueran dos realidades que conviven como anverso y reverso, como a veces intento explicar para simplificar un poco. Justamente son producto de ese cortejo, sin ellos no está el universo de la victoria que se erige sobre todo ese humus de dolor y de represión. En ese contraste voy salpicando el viaje de frases de escritores y periodistas que iban glosando la figura de José Antonio durante esos días en los periódicos del régimen y, al mismo tiempo, introduzco anuncios publicitarios de aquellos días en la España real, donde puede leerse que se vende prótesis para mutilados o remedios contra el raquitismo.

¿Fue este largo entierro el epílogo formal de una guerra que en realidad no terminó?

Con este libro intento subrayar, y no descubro las Américas, cómo la posguerra fue la continuación de la guerra por otros medios, con otro modus operandi más vengativo y más cruel y más siniestro. Pero estaba discurriendo la guerra, para mí no es ningún epílogo esta marcha. Franco emite el bando de vencedor de que la guerra ha terminado el 1 de abril, y al mes siguiente se hace el desfile de la victoria en Madrid, que es una demostración de fuerza militar. Esta para mí es la marcha del miedo, y creo que son los dos pivotes que explican ese asentamiento de por dónde irá la dictadura: primero celebrando la victoria con todas las fuerzas militares y después instaurando el miedo en las conciencias de la gente. Porque este cortejo no era únicamente de reconocimiento y de exaltación de José Antonio, había más, y Franco lo utilizo para instaurar el miedo en la gente.

Ver las banderas de las SS en fotos en el Monasterio de El Escorial impacta una barbaridad

Es una obra de teatro de siniestra épica fascista, como bien describes.

Es así, porque muchas veces se olvida que está enclavado en plena Segunda Guerra Mundial, que dos meses antes Alemania ha invadido Polonia. Esa plástica nazi impregna mucho este cortejo. Y ver las propias banderas de las SS en fotos en el Monasterio de El Escorial impacta una barbaridad, porque no estamos acostumbrados a haberlas visto de una forma tan ostentosa.

¿Hay un cuerpo de algún político que se haya movido tanto? No era una figura tan relevante en vida pero, desde que fue fusilado, cinco veces enterrado. ¿Por qué semejante instrumentalización de un cadáver y de una idea?

Es muy curioso también. A poca humanidad que uno tenga, igual hay que decir 'que lo dejen ya en paz', porque no es normal tampoco. Si de verdad vamos a proyectar una mirada humana sobre todo lo que pasó en la guerra y las calamidades que hubo, José Antonio fue fusilado en el patio de una cárcel con 33 años, y era un chaval que no había participado en el golpe militar, aunque sí que había calentado con violencia los últimos años de la República. Pero no hace falta que carguemos toda la responsabilidad que tuvo Franco en las espaldas de José Antonio, porque sería muy injusto. Lo que es verdad es que pasó de la fosa común a un nicho, de ahí a El Escorial, luego al Valle de los Caídos y finalmente al actual cementerio de San Isidro. Posiblemente haya sido muy incómodo para demasiada gente a lo largo de su vida y también de su muerte, que es algo bastante atípico. Ser incómodo en vida es hasta cierto punto habitual en los grandes líderes o personajes públicos, pero ser tan incómodo durante la muerte es raro.

¿Qué te gustaría que sintiera el lector al terminar de leer esta historia?

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Por un lado, explicitar de nuevo algo que creo que llevo dentro, que es el antibelicismo, la crítica furibunda a que cuando hay una guerra siempre se traga a jóvenes y a la gente que no ha sido responsable de declararla. Eso ya se ve en a su manera en mis anteriores libros, El peón y 14 de abril. En este caso, me parece interesante conocer los orígenes del fascismo en España para saberlo identificar, para que el populismo tenga también algunos obstáculos intelectuales a la hora de sobrevolarnos, pero sin hacer tampoco comparaciones, porque me parece que banalizaría lo que fue un auténtico drama con niveles casi industriales de violencia, muerte y represión. A mi bisabuelo lo fusilaron en Paterna y creo que no podemos comparar lo que representa con el presente. También me gustaría transmitir el poder de la resistencia cuando uno cree en algo, y ahí están Miguel de Molina, Miguel Hernández, Elena Fortún, Matilde Landa... gente que creía en algo que les trascendía y que puso toda la carne en el asador. Eso me sigue admirando y, al mismo tiempo, me sigue despertando el mismo dilema: sí, es muy bonita la épica del héroe, pero qué jodidas las consecuencias.

¿Ves una línea continua que relaciona todos tus libros?

Veo un interés por lo minúsculo de la historia, los carriles secundarios y los márgenes que suelen ocupar media columna en un periódico y olvidarse luego para siempre. Pequeñas historias que conectadas unas con otras crean una constelación de instrahistoria que ayuda a entender la gran historia. Y eso es justamente lo que me interesa, todo lo que potencia ese aspecto más emocional y reflexivo.

Otoño de 1939. La Guerra Civil ha terminado oficialmente, aunque no será así para los millones de españoles que padecerán la insidiosa posguerra. Los restos de José Antonio Primo de Rivera, en una fosa común tras su fusilamiento en los primeros compases de la contienda, son exhumados y trasladados a hombros por sus camaradas falangistas desde Alicante hasta El Escorial. Un cortejo fúnebre de fantasmagórica épica fascista que cruzará el país a pie durante once días. Una marcha propagandística de 467 kilómetros con la intención última de demostrar quién ha vencido a todos esos perdedores ocultos pero, al mismo tiempo, presentes en las cunetas de una España en ruinas. "El objetivo de Franco era instaurar el miedo en las conciencias de la gente", remarca a infoLibre el periodista y escritor Paco Cerdá, autor de Presentes (Alfaguara, 2024), libro en el que relata aquel punto álgido de la megalomanía fascista española contrastándolo con las miles de vidas humildes abocadas a una desdichada supervivencia: "La posguerra fue la continuación de la guerra por otros medios, con otro modus operandi más vengativo y más cruel y más siniestro".

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