Poesía completaCésar SimónEdición y prólogo de Vicente GallegoBibliografía de Begoña PozoPre-TextosValencia2016
César Simón muere en diciembre de 1997. Con 65 años. Cáncer. Unos meses antes la editorial Pre-Textos había publicado su diario Perros ahorcados, que empieza así: “Es duro el silencio. Mucho más que el ruido. Enloquecedor el ruido; sobrecogedor el silencio. Con los hombres nos enfrenta el primero; con el tiempo y la muerte, el segundo”. Aquel mismo año, Hiperión editaba también uno de sus mejores libros de poemas: El jardín. Y luego ya el silencio. En su caso, sí, sobrecogedor.
Es cierto que desde entonces han aparecido un par de antologías que recogen su labor poética, publicadas por la Institució Alfons el Magnànim (Palabras en la cumbre, 2002) y la editorial Renacimiento (Una noche en vela, 2006). Y que puntualmente se ha llamado la atención sobre su obra, como en el monográfico de la revista La siesta del lobo. Pero todo ello es cuanto menos anecdótico. El nombre de César Simón ha ido poco a poco erosionándose. Todo canon tiene mucho de antipático y de true believer, esa expresión inglesa para referirse a aquellas personas de pensamiento unidireccional. Sin embargo, los lectores vamos modulando nuestros gustos. Y ahí está el principal exploit o vulnerabilidad del canon, porque lo que antes fue motivo de celebración, la perspectiva histórica puede que lo sitúe en un lugar distinto.
Enfrentado con el tiempo y la muerte, César Simón se ha convertido poco menos que en un poeta de culto. Olvidado o desconocido para la mayoría, admirado por una bande à part de lectores y autores, a la cabeza de los cuales está sin duda Vicente Gallego, responsable de la segunda de las antologías mencionadas anteriormente y, también, de la reciente edición de la Poesía completa, publicada por Pre-Textos en su elegante Biblioteca de Clásicos Contemporáneos. El lugar adecuado para un autor que no debería faltar al hacer balance de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX. En especial por dos de sus últimos libros: Extravío y El jardín. Aunque pueden encontrarse poemas memorables en todos sus libros, como el titulado 'La higuera': “Qué profundidad añadiste / al cielo solitario de la vida”. Casi haiku de sólo dos versos incluido originariamente en el volumen Templo sin dioses.
Uno de mis haikus japoneses preferidos versa sobre una mariposa que se refugia de la lluvia bajo la campana de un templo. Así el agua sobre el metal, sonando para nadie. Y en la oscuridad, los colores de la mariposa: también sordos. Imagino la tormenta con la misma intensidad que aquella otra que aparece en los primeros fotogramas de una película de Kurosawa, en la que un leñador y un sacerdote del templo de Kiyomuzi se protegen bajo “la puerta Rasho”; o Rashōmon, título de la película y del primer libro de relatos de Ryūnosuke Akutagawa, en el que se basa dicha película (por favor, lean El mago: trece cuentos japoneses, editorial Candaya). Del mismo modo, el haiku de la mariposa está inspirado en otro de Masaoka Shiki, que a su vez toma como referente un poema de Buson y que, por cierto, inspirará también a Billy Collins. Ya se sabe: la tradición y su infinito juego de matrioskas. De hecho, la obra de César Simón se inserta en la mejor tradición elegíaca y meditativa de la poesía española, en la que con diferentes tonalidades y voces estarían, por mencionar algunos nombres más, Luis Cernuda y Francisco Brines.
Pero volvamos al leñador y al sacerdote de Kurosawa, a los que no tarda en unirse el conocido ladrón Tajōmaru (interpretado por Toshiro Mifune). Tres personajes que van más allá de su rol, porque si algo caracteriza la película es su narración coral, en la que cada personaje añade su propio punto de vista. ¿Pero acaso no es también eso el arte? Porque la literatura tiene punta de peonza. Quiero decir, desde el poema en honor a Gilgamesh o las aventuras y desventuras del colérico Aquiles, la literatura y en especial la poesía ha girado una y otra vez sobre los mismos temas: el tiempo que huye irreparablemente, el caballo de Troya de las apariencias, las dos caras de esa moneda al aire que es el amor…
Así que lo importante no es el tema, sino el contexto en el que lo sitúa el artista. Duchamp se encuentra un urinario y, por el mero hecho de colocarlo sobre un pedestal, se convierte en una obra de arte. En palabras de Huidobro: “El Poeta es un pequeño Dios”. El pintor decide qué o quién sale en su cuadro. Y lo mismo sucede con el poeta. Por lo general, los antiguos maestros japoneses no aparecían en sus haikus. La mariposa de Buson, la rana de Bashō, el muñeco de nieve de Sōkan son los verdaderos protagonistas. El poeta es un mero testigo. Con la excepción de Kobayashi Issa, que consigue dar fe sin renunciar a estar presente en sus poemas. Como en aquél haiku en el que sorprende a dos moscas apareándose y les dice que continúen, que no se preocupen por él, que ya se va. Pocas veces encontramos en la lírica occidental esa capacidad para relatar o describir desde la sencillez. Con la lente de aumento puesta sobre el detalle, lo desnudo, lo casi invisible. Por no mencionar la ausencia total de retórica a la que obliga una estrofa de tan sólo 17 sílabas.
Me atrevo a afirmar que César Simón es uno de esos extraños casos. Cito del prólogo a esta Poesía completa: “César nunca dejaba de repetir su consigna preferida en cuanto se le brindaba la ocasión: «¡Cuidado con el adjetivo!». En esta advertencia no iba contenida solamente una manera sustancial de entender la literatura, sino también un modo –el suyo singularísimo– de entender la vida. Esta protesta contra el adjetivo estaba señalando una autenticidad humana y literaria que andaba a la búsqueda de lo veraz, de lo sustantivo, de lo desnudo, en todos los órdenes de las cosas”. Lo reitero, cada poeta es una forma de mirar. Por supuesto cambia el punto de vista y cambia también el mundo. ¿Recuerdan el haiku de las moscas al que hacíamos referencia hace unas líneas? Quizá si Issa hubiera nacido en Valencia dos siglos después, su educación y su contexto histórico le habrían llevado a escribir algo parecido a esto: “En las habitaciones más lejanas, / allá, en el fondo del silencio, / se libra una batalla / que son los átomos que sufren”.
Tal vez hubiese sido más pertinente citar otro texto, como aquel de tan sólo cuatro versos en el que el poeta fija la mirada en 'La sombra de una caña' sobre la arena, que el viento hace que tiemble. Nada más. Pero esta pieza es casi una excepción, porque en la mayoría de sus poemas César Simón no sólo observa, sino que también está presente: interrogando, interrogándose. Y en este sentido resulta del todo significativo 'Conocimiento' (desde su título mismo). Así termina: “Entonces te confiesas: / esto es conocimiento, ningún juicio, / aspirar y espirar discretamente, / mas con los ojos luminosos / y tenebrosos, que contemplan / y saben que contemplan, y que miran / y en la verdad resbalan: apariencias”.
Un par de apuntes últimos. Primero, no es habitual que un poeta de la altura de Vicente Gallego (otra recomendación: Ser el canto, reciente premio Generación del 27) sea tan generoso con la tarea ajena. Y eso le honra. Y segundo, la edición de esta Poesía completa esconde una sorpresa, un libro de poemas que César Simón dejó inédito pero prácticamente acabado y que lleva por título El pretexto y el fervor. Un pretexto más para descubrir o leer con fervor a un poeta que ya era, pero a partir de ahora lo es aún más, imprescindible.
*Josep María Rodríguez es poeta. Su último libro es 'Arquitectura yo' (Visor, 2012).
Josep María Rodríguez
Poesía completaCésar SimónEdición y prólogo de Vicente GallegoBibliografía de Begoña PozoPre-TextosValencia2016