Puertas
Por no hacer mudanza en su costumbre se aproxima o bien el final de un año o bien el comienzo de otro. Todo depende de cómo se mire. A este lado de la puerta con el número 2022 reconocemos que hemos vivido un poco más gracias a nuestras lecturas. Y cuando llegue el día que el 31 de diciembre haga su último viaje: “Acuérdate de a quién llamas en esa noche y tendrás una fotografía real de tu vida”. Manuel Vilas, Una sola vida, Lumen. Gran Vilas de Barbastro y de Bujaraloz y de Zaragoza y de Madrid y de Roma, ¡ay, Roma!, y de la lejana Iowa City donde le espera su Altisidora.
“Dedico este poema a los vinos del Somontano y a la uva garnacha, negra y dura. Y a los negros, a todos los negros, y a los chinos, y a Extremadura, y a Lou Reed, que se murió sin despedirse de mí. Y a McDonald’s por ser tan barato, y porque he sido feliz allí. Y a la selección de colonias de caballero de El Corte Inglés, por tener tantas y dejarme probarlas todas”. Fragmento de Dedicatoria de Nochevieja, Manuel Vilas en Una sola vida. Por esto que es Gran Vilas.
Otra puerta, la número 205 del Hotel Cervantes de la ciudad de Montevideo, separa –entre otras cosas– la realidad y la ficción. En este aspecto, el maestro Enrique Vila-Matas nos vuelve a poner a prueba. A este lado de la puerta, “la feliz vida rutinaria, tranquila y sosa del que prescinde de toda palabra escrita y pasa a dedicarse a un sinfín de trivialidades”. Un escritor que no escribe, sumido en un bloqueo que le impide escribir, viaja al interior de un cuento de Cortázar, La puerta condenada. En las encrucijadas de la vida quizás la única salida sea viajar dentro de la literatura para confundirse con ella. Por eso yo un día viajé a Cascais, sólo para verlo con las palabras de Vila-Matas.
Montevideo, la última novela de Enrique Vila-Matas, Seix Barral, como homenaje a esta ciudad y a París, cómo no, y a Barcelona y a Bogotá y Reikiavik y a sus santos devotos como Lezama Lima, Roberto Bolaño, Mallarmé, Idea Vilariño… y a esa profunda búsqueda a través de un estilo tan personal y reconocible para sus lectores –que tanto lo admiramos– de lo que es la literatura.
De Bogotá a Medellín, donde nos espera el sacerdote Luis Córdoba para hablarnos de cine, de música, de arte y de belleza. “El arte, la belleza son una guerra declarada a la brutalidad y al desamor”, Héctor Abad Faciolince, Salvo mi corazón todo está bien, Alfaguara. El cine, la música, la educación, la bondad, la amistad como puertas que abren las vidas que merecen la pena.
Después del éxito literario y cinematográfico de El olvido que seremos, en tono autobiográfico, Héctor Abad nos regala unas páginas dedicadas a su mamá. “A Cecilia Faciolince, con el amor de un hijo descreído a su madre creyente”. Sin temor y sin pudor, leemos la palabra “corazón” en el título para contarnos la historia de un sacerdote que existió en realidad, una persona buena, ahí es todo. La duda, querido Héctor, es que creemos que, finalmente, no pudiste alejarte tanto de ti mismo al hablar de Luis Córdoba. Se abrió dentro de la novela otra puerta a través de dos corazones extraordinarios.
En la puerta de la Librería Alberti de Madrid conocí a Ligia Urroz. No por casualidad ni coincidencia. La escritora presentaba su última novela, Somoza, de la mano de mi maestro y amigo Guillermo Arriaga, a quien admiro profundamente. Si él me dice ven, yo lo dejo todo. Hace un tiempo dibujé en mi cuaderno un mapa político del siglo XX en Nicaragua mientras leía Tongolele no sabía bailar, de Sergio Ramírez. Desgraciadamente la actualidad política de Nicaragua sigue siendo de una injusticia demoledora y resulta imprescindible seguir leyendo y escuchando a Sergio Ramírez o a Gioconda Belli, que piensan lo que dicen.
En Somoza, de Ligia Urroz, una niña de once años se pregunta: “¿Cómo fue que mi familia nuclear vivió en primera fila y de manera tan íntima los últimos años de vida del general Anastasio Somoza Dabayle? ¿Por qué puedo relatar en primera persona esos fines de semana que pasé a su lado?” Aquí, como en la novela de Héctor Abad, la respuesta la encontramos en los corazones dañados.
Hace un par de viernes llamé a la puerta de Agustín Díaz Yanes, Tano para quienes lo queremos. Había leído en la prensa que estaba preparando el guion de A sangre y fuego, de Manuel Chaves Nogales, para un proyecto con el director Juan Antonio Bayona. Detrás de la puerta, como siempre, buena conversación, vino blanco, literatura, cine y generosidad en mayúsculas.
El cine, como nos advirtió Luis Córdoba, es una buena herramienta para el recuerdo y la memoria. Y la posibilidad de una película del título de Chaves Nogales, una buena noticia. Ojalá abramos la puerta del cine de nuestra ciudad para ver ahora en imágenes los nueve relatos que componen A sangre y fuego sin olvidarnos ni del prólogo, tan inteligente, ni de la vida de su autor, tan conmovedora. Ojalá abramos la puerta a nuestra memoria, el único territorio donde se siembra reconciliación y se recoge sosiego.
Leonardo Padura escribe en Personas decentes: “En este país, que se alivia de sus frustraciones alimentando la desmemoria…” Padura, el escritor cubano que vive y escribe en La Habana convencido de que la ficción de la literatura debe pasar por hablar de la realidad para que “los tiempos infames no se disimulen bajo capas de olvido”.
Con esta nueva historia de la serie de Mario Conde, Leonardo Padura nos abre la puerta a La Habana de 1910 de la mano de todo un personaje, Alberto Yarini, que nos paseará por la “zona de tolerancia” de juego, droga y prostitución en un comienzo de siglo marcado por el gobierno interventor norteamericano. Cien años más tarde, Conde en La Habana de 2016, insiste en que el olvido es más duro porque nunca se repara el daño.
Cerrando puertas sin barrer antes la habitación, guardando el polvo viejo y las alergias, se avanza pero no se construye. Almudena Grandes nos dejó su última novela, Todo va a mejorar, una distopía de un futuro no tan lejano, precisamente para que ventilemos el presente y con luz separemos las voces de los ecos. La literatura nos ha enseñado a dudar de los grandes salvadores de la patria que suelen tener un arma muy poderosa: la palabra vacía y hueca que cala y divide y destruye.
La última vez que vi a Almudena Grandes fue en un teatro. En el Teatro Español de Madrid. Ella llevaba el pelo corto y yo no supe entender. Enfrente de las dos y de lo que verdaderamente importa, una obra de teatro. Una noche sin luna. Juan Diego Botto. Sergio Peris-Mencheta. Federico García Lorca. La sublimación.
Y entonces el poeta, mi poeta, cerró la puerta. O quizás la dejó entreabierta a los sueños. El libro más hermoso del que nunca jamás hubiera querido escribir. Luis García Montero, Un año y tres meses.
Nunca había previsto que me tocase a mí
cerrar la puerta, apagar la luz
cuando el reloj se agote,
cuando desaparezcan los aviones,
los barcos o los trenes
y este viajero amigo y desdichado
Un asesinato, Mario Conde, Obama, los Rolling y Chanel: los ingredientes de la novela más policíaca de Padura
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se quede sin oficio de viajar.
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Sonia Asensio es profesora de Literatura.