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El rastro luminoso que dejas cuando sufres

José Enrique Martínez

Helena

Luis Artigue

Eolas (León, 2023)

 

El título de esta reseña procede de un verso del poeta Luis Artigue que habla de ese ser, Helena —título del poemario— que, torturado por la enfermedad y el dolor, no ahuyenta su sonrisa luminosa de la vida; pero quiere aludir, asimismo, a la estela refulgente que dejan los poemas tras la lectura. La cuestión esencial es si un libro atrae o repele, y el de Artigue es un imán con un magnetismo que conduce a seguir y seguir. Y lo es desde los propios títulos, tan orientativos en parte y tan "artigueños" por otro lado, como el Contramanual, que se subtitula "o cómo decirle a este poema que hoy te pareces a Audrey Hepburn". Y si el título es escueto, como el del propio poemario, nos sitúa como si estuviéramos ante una puerta que se entreabre para que podamos entrar, sin saber del todo lo que podemos encontrar, porque siempre habrá algo, y acaso mucho, sorpresivo; sí, entramos en habitaciones oscurecidas por el dolor, pero clareadas por la poesía.

No desconoce Artigue el pensamiento poético secular y contemporáneo, encontrando el lugar para sus poemas en lo que llama "poesía confesional", que en una sugestiva entrevista entendió como la expresión de una crudeza emocional, "una audaz introspección lírico-psíquica en una serie de materias íntimas que eran consideradas tabú en la época como las enfermedades, los traumas, los delirios, la sexualidad desgobernada y el suicidio", y como "turbulencias íntimas" expresadas con "la irregularidad rítmica repleta de laberintos armónicos de jazz be-bop y del country-rock", experimentos que habitan su poesía desde, al menos, su libro Tres, dos, uno…jazz (2007), poemario que también sabía de largas noches hospitalarias, aunque ya la vida iba creciendo en esperanzas que sobrevolaban los tejados de las clínicas.

Acariciar el corazón

Escribía Artigue por entonces en uno de sus artículos de prensa que “el jazz, como la poesía oscura, no quiere hacerse entender sino más bien dejarnos claro que, muy por encima de los que logremos aprender, está lo que logremos sentir”. Y sentir y emocionar son palabras indispensables al hablar de esta poesía en la que el jazz y músicas afines la pueblan de nombres propios, incluso intitulando algunas composiciones: Pink Floyd, Nick Cave, David Bowie, Cat Stevens, Jim Morrison…, y así hasta una veintena, lo que muestra no solo una afición, sino una proyección sobre los ritmos artigueños, ritmos que tuvieron ya excelsa expresión, por otra parte y de diferente modo, en el Blues castellano de Gamoneda, publicado tardíamente, en 1982. "Este poema de rock-country" se define a sí mismo uno de los poemas de Artigue; de otro poema se dice que va movido por "raro ritmo de rock psicodélico", además de por "un tropel de imágenes", de cuyo uso el poeta nunca se muestra parco.

Ocurre que para expresar de modo compulsivo, apremiante, una experiencia radical de contacto con el drama de la enfermedad del otro, del ser amado, en la que no cabe la "ficción biográfica", sino la confluencia de poesía y verdad, como pedía Keats, el poeta necesita otra manera de formular la tribulación, disintiendo de oficialismo líricos, de supuestos heredados, del asentado soneto, de la "métrica mecánica", del "ritmo homologado", de la cómoda rutina y de lo normativo, desbordando, declara un poema, "las formas sonoras preceptivas", alejándose de ellas como de la música armónica se aleja "el jaleo musical del folk protesta". Ese ritmo disidente es el que exige el cuerpo torturado del otro y el ánimo perturbado del poeta, que no busca acomodo en el cómputo silábico ni en la regularidad acentual ni en la sintaxis perfilada por puntos y comas, que en los poemas de Artigue desaparecen para abrir el poema a una lectura no dirigida, aquella en la que el lector arbitre diferentes posibilidades de lectura.

Por el mismo camino, los poemas de Helena no concluyen propiamente, es decir no disponen un cierre o remate categórico, al modo tradicional, sino que lo hacen sin alzar la voz, como si se dejara un final en puntos suspensivos que atenuaran lo que pueda sonar a concluyente: la vida sigue, a pesar del ramalazo del dolor que nos sacude en estos poemas. 

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