Hay imágenes que periódicamente vuelven a la memoria y, aunque no sepamos muy bien por qué, intuimos que vuelven porque significan algo, porque algo nos quieren decir. Yo tengo una imagen que siempre me viene a la mente cuando toca hablar o escribir sobre periodismo; es la de una joven a la que conocí en abril de 1999, poco después de un ataque de la OTAN sobre la ciudad serbia de Nis. La chica se acercó al grupo de periodistas que acabábamos de llegar al barrio devastado por el bombardeo y nos dijo: “Please tell the world…”, pero su inglés era tan precario que se quedó sin palabras a mitad de la frase, entonces extendió el brazo señalando en un gesto circular lo que nos rodeaba y simplemente dijo: “that”, esto. Esto era las casas destruidas, los cadáveres de los vecinos cubiertos con sábanas y mantas, el enorme cráter dejado por el misil… Por favor contad al mundo esto, pedía la chica de Nis, contad lo que hacen las bombas, no la versión del portavoz de la OTAN, no la versión del gobierno yugoslavo (entonces aún era Yugoslavia), contad esto, la realidad.
La súplica de aquella chica en una calle de una ciudad bombardeada, expresaba la primera obligación del periodismo. Contar lo que pasa. Buscar los hechos, los testimonios, los datos de la realidad que no es solo cuestión de versiones, porque hay versiones que se elaboran precisamente para taparla. Informar, a veces, consiste en destapar un velo tejido con palabras y silencios para ocultar lo que pasa. Informar, a veces, es desvelar lo real o al menos tratar de desvelarlo. No creo en el periodismo que simplemente trasmite lo que le cuentan. El oficio de informar requiere el esfuerzo de informarse previamente. Una obviedad sin duda pero hay obviedades que dejan de serlo cuando comienzan a olvidarse. Tengo la impresión de que la función primordial del periodismo, la de contar lo que pasa, está desapareciendo en pro de un “periodismo declarativo”, más barato y más cómodo, consistente en acumular y contraponer declaraciones, de políticos por supuesto, hasta el punto de que “lo que pasa” queda reducido a lo que ha dicho tal y lo que ha contestado cual. Al último tuit y la última réplica. Teatro de palabras y contra-palabras que apenas deja espacio para mirar lo que ocurre fuera de ese teatro. Lo que ocurre fuera es la vida real: nacer, trabajar, perder el trabajo, ir a la oficina del paro, amar, cuidar de los hijos, ser desahuciado, protestar, envejecer, enfermar, morir… Lo real no se esfuma porque no lo miremos. Está ahí y actúa. Hasta que un día nos golpea y nos obliga a mirar.
*Teresa Aranguren es periodista y ha trabajado durante décadas como corresponsal de guerra. Forma parte de Consejo de Administración de RTVE. #dts iframe {display:none!important;} #dts #txt iframe, #dts .col8-f1 iframe {display:block!important;} Teresa Aranguren
Hay imágenes que periódicamente vuelven a la memoria y, aunque no sepamos muy bien por qué, intuimos que vuelven porque significan algo, porque algo nos quieren decir. Yo tengo una imagen que siempre me viene a la mente cuando toca hablar o escribir sobre periodismo; es la de una joven a la que conocí en abril de 1999, poco después de un ataque de la OTAN sobre la ciudad serbia de Nis. La chica se acercó al grupo de periodistas que acabábamos de llegar al barrio devastado por el bombardeo y nos dijo: “Please tell the world…”, pero su inglés era tan precario que se quedó sin palabras a mitad de la frase, entonces extendió el brazo señalando en un gesto circular lo que nos rodeaba y simplemente dijo: “that”, esto. Esto era las casas destruidas, los cadáveres de los vecinos cubiertos con sábanas y mantas, el enorme cráter dejado por el misil… Por favor contad al mundo esto, pedía la chica de Nis, contad lo que hacen las bombas, no la versión del portavoz de la OTAN, no la versión del gobierno yugoslavo (entonces aún era Yugoslavia), contad esto, la realidad.