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Del subsuelo a la claridad

Carmen Peire

La claridad existe porque hay lado oscuro. La vida está unida a la muerte. El dolor a la alegría. El amor al odio. El encuentro al desencuentro. La violencia a la paz. El ying y el yang. De su anterior novela, ganadora del Premio Dashiel Hammet 2016, Subsuelo, al libro de cuentos ganador del premio Ribera del Duero, La claridad, hay un fino hilo que parece unir los dos libros. Aunque el género sea distinto, novela o cuento, la poética de Marcelo Luján (Buenos Aires, 1973) se manifiesta en ambos por tratar esas historias que están en el filo, que se balancean entre el terror y la realidad, entre la vida y la muerte, entre la desolación y la traición de sus personajes. Pocas concesiones había en la novela. Pocas hay en este libro de cuentos, que subyuga desde la primera página, te deja en el asiento para luego releer por si se te ha escapado algo. Es necesario poner un poco de espacio entre un cuento y otro, para asentarlos, para digerirlos y para dar pie al siguiente. Aquí lo he tenido que hacer para respirar hondo, tragar y entregarme al siguiente con auténtica curiosidad.

El jurado que otorgó el premio a La claridad estuvo compuesto este año por los escritores Fernando Aramburu (presidente del jurado), Oscar Esquivias y Clara Obligado, dos escritores especialistas del cuento. También por Juan Casamayor, director de la editorial Páginas de Espuma, donde se publica el libro; por Enrique Pascual, presidente del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Ribera del Duero, y Alfonso Sánchez González, secretario general de dicho consejo. La decisión de premiar este libro fue por unanimidad. Solo destacar que es un premio internacional y uno de los más prestigiosos que se dan a libros de cuentos, dotado con 50.000 euros.

Cada uno de los cuentos está precedido por dos epígrafes, una estrofa de una canción y una cita bíblica, y así encontramos hermanados a Ratones Paranoicos con Gálatas 5:26. A Los Ramones con Isaías, a los Bee Gees con Mateo; a Lou Reed con el Apocalipsis o a Creedence Clearwater Revival con el Salmo 13:3.

Los seis cuentos tienen títulos sugerentes; "Treinta monedas de carne", el primer cuento del libro, para continuar con "Una mala luna", "Espléndida noche", "El vínculo", "La chica de la banda de folk" o "Más oscuro que tu luz", con el que cierra el libro. Títulos que, salvo el primero, que hace referencia explícita a la traición, aluden a la luz, la noche, la claridad, porque la oscuridad de sus relatos solo puede leerse desde la luz, desde la claridad, desde el reverso, acaso como tabla de salvación. Al menos así he entendido el título, como esa película americana titulada Happiness, escrita y dirigida por Todd Solondz y con un reparto coral entre el que se encontraba Philip Seymour Hoffman o Ben Gazzara. Quien la haya visto sabrá a lo que me refiero: la sordidez, el humor negro, los personajes erráticos cuestionan el título, o nos muestran el reverso de la felicidad.

En este caso, el juego de claridad/oscuridad se realiza a través de seis cuentos con una duración media, en la que Marcelo Luján ha demostrado tener gran maestría porque mantiene el pulso y la tensión desde el principio al fin del relato. Sobre todo en "Treinta monedas de carne", el cuento que abre el libro y para mi gusto, el mejor. Dos mujeres enfrentadas a una situación casi límite, perdidas en un bosque, donde podemos ver el comportamiento de una de ellas, en la que sus complejos, su envidia hacia la otra o su cobardía la hacen reaccionar de una manera sorprendente cuando todo se tuerce. Nada de sororidad, sálvese quien pueda. Es un cuento de gran osadía al que no se le ven las costuras, impecablemente cosido.

El cuento es un género difícil, con unas pautas específicas, más cercanas a la poesía que a la novela. Y tengo la sensación de que somos los cuentistas los que leemos a otros cuentistas, indagamos, buscamos claves que nos ayuden a viajar y profundizar en esa senda. Cuando leo un buen libro de cuentos tengo la sensación de que se me escapan entre los dedos las palabras para explicarlo sin destripar, acercar al lector para picar su curiosidad y que lo lea (de paso, si lo compra, mejor, que el cuento está necesitado de ventas). Por eso me gusta diseccionar, ver qué hay detrás, cómo se arman los libros. Lo que plasmo aquí son mis impresiones de todo ello, siempre conteniéndome para no ir más allá. Difícil.

Hay tres cuentos que empiezan así: "Puede que haya sido la belleza", "Puede que haya sido el azar" o "Puede que haya sido el deseo". Escritos en presente y en tercera persona, el narrador omnisciente sabe más que nadie, se anticipa a la acción, nos dice lo que va a ocurrir y, sin embargo, no por ello perdemos el interés, porque lo que quiere saber el lector a la postre es cómo va a ocurrir y qué reacción van a tener los personajes, no tanto el hecho en sí que nos van anticipando. Además, eso produce una sensación claustrofóbica o de bucle, como una escritura circular.

Puede que haya sido la belleza.Con el crepúsculo y el aguijón siempre envenenado de los celos.O el atenuante que dan las más inesperadas oportunidades. Puede que haya sido apenas una comunión maldita de todos esos astros alineados para la desgracia.Sería imposible precisarlo.

 

Así empieza el libro y el primer cuento, "Treinta monedas de carne". Y ya nos ha metido en la historia.

Los otros dos cuentos que empiezan de manera similar, "Espléndida noche" y "La chica de la banda de folk", están también escritos en presente, en tercera persona y con un narrador omnisciente. Los tres restantes están escritos en primera persona y en pasado, lo que da también la sensación de que el narrador ya sabe lo que ocurrió, y nos lo deja entrever.

Salvo el segundo cuento, todos los demás hablan de mujeres, en algunos casos es el hermano o el deseo de un joven el que nos acerca a diferentes facetas femeninas, con un punto de vista perturbador, o al menos con ese punto de vista de alguien que intenta comprender pero que, aunque no lo consiga, acepta la complejidad del personaje. Pero no solo de eso, también de lo inquietante, del terror ante la muerte, de las apariciones, de la naturaleza humana. En el último cuento, escrito en primera persona, es una chica adolescente la que cuenta lo que le ocurrió tras la muerte de su madre. Lo que consigue Marcelo Luján en ellos es abrirnos un abanico femenino en el que se puede tratar una psicología múltiple y compleja, fuera de estereotipos o de lo políticamente correcto, aunque los personajes no sean empáticos.

El último cuento, "Más oscuro que tu luz", es el que mejor refleja el título del libro y tiene una nota aclaratoria: no estaba incluido en el conjunto presentado al premio y había ganado previamente el XXXV Premio Villa Mazarrón. Se incluyó, dice la nota del editor, en el proceso de publicación del libro:

La luz de fuera apenas me dejaba ver qué hacía. Solo aquel brillo del mediodía en torno a su figura oscurecida…Cuando volví a levantar la cabeza de la cesta, ella ya no estaba. No había nadie en el rectángulo de la puerta. No había silueta ni figura iluminada desde atrás por la claridad del mediodía…Otra vez la luz y la figura recortada en el rectángulo de la puerta… Y la claridad con las niñas felices en aquel columpio… Volví a pensar en la claridad y una sensación de alivio me recorrió el cuerpo…

 

Aun así, también encontramos ecos de la claridad en otros cuentos, de lo que solo pongo un ejemplo del cuento "Una mala luna":

…Y aunque en ese momento no lo sabía, pronto descubriría que irme a vivir al extranjero convertiría mi vida en otra vida, como si en verdad me hubiera cegado una luz providencial y esclarecedora.

 

Marcelo Luján además tuvo un papel muy importante en poner en marcha en el bar Los Diablos Azules, de donde coge el nombre este suplemento por obra y gracia de Luis García Montero, las jam de cuento bajo el título El tamaño sí importa, que luego se ha ido repitiendo en otros lugares. Una iniciativa literaria a favor del cuento que se convirtió en un referente en la ciudad de Madrid.

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Sugiero a los amantes del cuento que paseen por una librería y, si lo encuentran, comprarlo. Si no, pueden pedirlo. Seguro que estará, y si no, se encarga, en unos días se puede recoger. Es el gran servicio que las librerías prestan a los que somos lectores. Y ojalá entre todos demos una larga vida a los libros de cuentos, al Premio Internacional Ribera del Duero y, por supuesto, a La claridad de Marcelo Luján.

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Carmen Peire es escritora. Su último libro es Cuestión de tiempo (Menoscuarto, 2017).

La claridad existe porque hay lado oscuro. La vida está unida a la muerte. El dolor a la alegría. El amor al odio. El encuentro al desencuentro. La violencia a la paz. El ying y el yang. De su anterior novela, ganadora del Premio Dashiel Hammet 2016, Subsuelo, al libro de cuentos ganador del premio Ribera del Duero, La claridad, hay un fino hilo que parece unir los dos libros. Aunque el género sea distinto, novela o cuento, la poética de Marcelo Luján (Buenos Aires, 1973) se manifiesta en ambos por tratar esas historias que están en el filo, que se balancean entre el terror y la realidad, entre la vida y la muerte, entre la desolación y la traición de sus personajes. Pocas concesiones había en la novela. Pocas hay en este libro de cuentos, que subyuga desde la primera página, te deja en el asiento para luego releer por si se te ha escapado algo. Es necesario poner un poco de espacio entre un cuento y otro, para asentarlos, para digerirlos y para dar pie al siguiente. Aquí lo he tenido que hacer para respirar hondo, tragar y entregarme al siguiente con auténtica curiosidad.

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