La vida por un diccionario: de María Moliner y de Andrés Neuman
Hasta que empiece a brillar - Andrés Neuman
Alfaguara (Madrid, 2025)
Uno de los primeros instrumentos de trabajo que nos recomendaban los profesores, y que solíamos comprar los que cursamos Filología Española en la Universidad en los primeros setenta del pasado siglo, y espero que también otros estudiantes de distintas materias, era el Diccionario de uso del español, de María Moliner (1900-1981), que siempre teníamos a mano para poder consultarlo. El caso es que antes de hacerme con el diccionario de la Academia, adquirí el María Moliner, que es como nos referíamos a él. Su prestigio y reconocimientos, en los últimos años de su vida y tras su muerte, han sido numerosos, como puede rastrearse en la entrada que le dedica la Wikipedia.
Ante un libro como el que hoy nos ocupa, quizá los lectores se preguntarán cómo componer una novela sobre la trayectoria vital e intelectual de una persona que existió, que gozó de relevancia en la cultura del país. De María Moliner sabíamos, en esencia, tres cosas: que fue la autora de un importante Diccionario de uso del español, publicado por Gredos (se hace una atinada síntesis de quiénes componían la editorial y de cómo trabajaban), en dos volúmenes, en 1966 y 1967 (en las reedicciones posteriores, no intervino la autora); que fue muy alabado, entre otros, por García Márquez (en un artículo publicado en El País en 1981, lo definió como "el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana"); y que pudo haber sido la primera mujer académica de la lengua, pero que murió sin llegar a serlo, cuando nadie se lo merecía tanto como ella.
Estamos ante la primera novela enteramente española de Andrés Neuman aunque, en un momento dado se alude a la ciudad de Wandernburgo, en un guiño a su novela El viajero del siglo (página 145). Aparece dedicada a personas de cuatro generaciones de su familia: sus abuelas argentinas; su padre; su pareja, la escritora y ensayista Erika Martínez; y su hijo, el pequeño Telmo, a quien ya conocíamos por un par de libros del autor, sin la experiencia de los cuales quizá no habría podido escribir algún pasaje de esta novela (páginas 94-96). Respecto a las dos citas iniciales, el título de la novela proviene de la de Emily Dickinson, si bien la poeta estadounidense se refiere a las palabras, mientras que en nuestro caso, creo que alude a la autora y a su diccionario. Pero si nos preguntamos quién habla en el título, y habría que hacerlo, diría que se trata del narrador, aquí alter ego del autor.
La novela parte de una exhaustiva documentación, manejada con rigor pero, en su conjunto, se trata de una ficcionalización de la realidad, contada por un narrador omnisciente, mientras que la estructura no siempre sigue la cronología, con el objetivo de mostrarnos una visión completa de la persona, hasta donde ello resulta posible; su faceta de mujer, humanizándola, a veces, demasiado, como en el episodio de la meada en la calle (página 150); sin olvidar su compromiso político y profesional, más allá de la magna obra que fue el diccionario. Decía que para novelar una vida real, el autor debe documentarse, aunque no tenga más remedio que ficcionalizar pasajes, detalles, conversaciones, sin perder la perspectiva de lo verosímil y razonable, de tal manera que su invención no chirríe en el contexto histórico social –digámoslo así– ni en la propia vida de la protagonista.
El estilo resulta adecuado, valga el tópico por una vez, puesto al servicio de la historia que se quiere contar, aunque a veces la estricta sobriedad se rompe y Neuman se vale de distintos procedimientos retóricos, tales como empezar cinco párrafos seguidos con un que, interrogativo o afirmativo (página 22); componer cuatro frases seguidas con una cláusula que se repite: "y ella tecleaba...", cuando cuenta que trabajaba en el diccionario en medio de los juegos familiares (página 197); o la elección de ir difuminando la prosa, el discurso (páginas 272-277). E incluso aparecen algunos aforismos intertextuales (recuérdese que el autor es un reconocido aforista): "Si la infancia era un cuaderno con páginas arrancadas, entonces una crecía entre huecos" (página 21), "María era el nombre de las que apenas tenían nombre" (página 23), "La gramática y la literatura eran dos amigas que se divertían juntas. La primera recordaba las reglas de juego, la segunda probaba otros juegos" (página 28)... Tampoco faltan alusiones a lo oral y a lo escrito (página 24).
Así, en cinco capítulos y una Breve nota final, Neuman relata los distintos avatares de la vida de esta mujer bibliotecaria y la lexicógrafa, su vida familiar y su formación intelectual, para acabar contándonos cómo hizo su gran obra y qué fuentes manejó. Además, el autor nos presenta su vida familiar, tanto en la casa de los padres -médico en un barco, su padre abandonó a la familia y formó otra en Buenos Aires, donde falleció, con las consiguientes penurias económicas que padecieron la madre y los tres hijos españoles-, como en el hogar que formará con su marido, un catedrático de Física, y sus hijos.
Siendo todo ello importante, lo que más nos interesa es su formación intelectual: su vinculación al talante y pensamiento de la Institución Libre de Enseñanza (pedagogía laica y enseñanza mixta), al espíritu que presidía el funcionamiento de la Residencia de Señoritas y a las actividades que llevaron a cabo las Misiones Pedagógicas (a las que estuvo vinculada su hermana Matilde), y a la Escuela de Filología Española, fundada y dirigida por Ramón Menéndez Pidal. En suma, a una importante rama del pensamiento progresista liberal. No en vano, a lo largo de la narración se alude a Francisco Giner de los Ríos, los Cossío, Ramón Menéndez Pidal y María Goyri, así como a Américo Castro, María de Maeztu, Tomás Navarro Tomás, María Brey Mariño-esposa de Antonio Rodríguez Moñino, filólogo y primer mentor de los narradores de la generación del 50-, a la escritora Eulalia Galvarriato, casada con Dámaso Alonso, a Rafael Lapesa, Joan Corominas, y a la escritora y filóloga María Josefa Canellada, la mujer de Alonso Zamora Vicente, matrimonio que no sale bien parado.
Además, trató pronto a un majareta Buñuel, a quien sus compañeros llamaban Buñuelo, apelativo que no sé si es invento del autor. Tampoco faltan las anécdotas humorísticas (página 51). El caso es que nuestra protagonista aprendió el oficio de la mano de don Juan Moneva, en el Instituto de Filología de Aragón. Además, María Moliner estudió alemán, e inglés con la esposa de Walter Starkie, hispanista, traductor del Quijote y primer director del British Council en Madrid. Pero también se convirtió pronto en fervorosa lectora de Galdós.
María Moliner se ganó la vida como archivera y bibliotecaria, tras ganar unas oposiciones, pero acabada la guerra fue depurada por las actividades culturales que desarrolló en los programas de la República; en suma, por su ideología republicana. Además, se comentan algunos episodios que sufrió, víctima del machismo más tosco de la época, a la vez que se recuerdan las dificultades que tuvieron las mujeres para estudiar durante las primeras décadas del siglo XX (páginas 45, 46, 53). Sea como fuere, a pesar de todos esos inconvenientes, María Moliner se abrió paso, ganó premios académicos y obtuvo plaza en las oposiciones, siempre con brillantez.
Por lo que se refiere a la obra, su modelo fue el Learner´s Dictionary of Current English (1948), de A. S. Hornby, pero para las cuestiones fonéticas se encomendaba a Navarro Tomás; mientras que para asuntos gramaticales, a Lenz (aunque la razón que aduce el narrador me parece traída por los pelos); y para el habla infantil, a Samuel Gili Gaya (página 210). En su diccionario, no siguió la ordenación habitual, incluyendo la Ll en la L y la Ch en la C, criterio que en 1994 adoptó el diccionario de la Academia. Lo que aprendemos en estas páginas es cómo se construye un diccionario de uso, las cuales envejecen más rápido que los normativos, y cómo se rehacen los ya existentes. El de la Academia, ahora en la red, se ha ido transformando con el tiempo en un diccionario de uso; mientras que el diccionario de María Moliner solo puede consultarse ya en su versión en papel o en CD-ROM.
Las relaciones que mantuvo con la Academia merecen un comentario aparte. Sus padrinos para entrar en la casa fueron Dámaso Alonso (con mucho protagonismo en la novela, como su interlocutor académico principal), era entonces el director; Rafael Lapesa y Pedro Laín Entralgo. Me parece que la trampa que le tendieron consistió en enfrentarla a un duro rival, Emilio Alarcos, quien al fin y a la postre salió elegido. ¿Lo planearon así para que no entrara? El caso es que Cela, que le había prometido el voto, lo cambió en el último momento. E incluso hubo un tercero en discordia que también obtuvo más votos que María Moliner. Se trataba del poeta José García Nieto, protegido de Cela, quien más adelante sería académico e incluso Premio Cervantes, sin que por ello se convirtiera en un poeta mejor. En fin, un disparate. Se han aducido siempre que las razones que la perjudicaron fueron: no ser filóloga de formación, su condición de mujer (véase las críticas que le hace la lingüista Violeta Demonte, "Una académica sin sillón", El País, 23/I/1981), y que su diccionario replicaba en ocasiones al de la Academia, dejándolo a veces en evidencia, desde el punto de vista político y lingüístico. Pero creo que se olvida la principal: que la enfrentaron adrede a un candidato de muchos méritos. Que en 1979, Carmen Conde duplicara en votos a Rosa Chacel, tampoco parece un resultado atinado.
En suma, María Moliner fue una gran lexicógrafa que entendió que lo que necesitaban los hablantes era conocer los usos reales de la lengua, frente al empeño normativo de la Academia, aunque dicho así resulta falso, complaciente y demagógico, porque ella no perdió nunca de vista la norma, intentando ampliarla y mejorarla, adaptándola a la realidad de los hablantes, si bien evitando el oportunismo y la complacencia fácil con el léxico nuevo, que ella intuyó que no perduraría, que sería una moda pasajera. Defecto, este último, en el que suele caer ahora la Academia.
Quedan todavía historias que contar sobre personajes insignes, pero habría que narrarlas desterrando lugares comunes que han venido acumulándose con el paso del tiempo. Este libro, que aparece cuando se cumple el 125 aniversario de la muerte de María Moliner, no es una biografía (Inmaculada de la Fuente le dedicó una, siento no conocerla, en el 2011), aunque se nutra de ella; ni un ensayo, sin que falten los rastros del género; sino una ficción, una novela. Y aprovecho la ocasión para recordar que el manido concepto de novela de noficción me parece un oxímoron. Por tanto, lo que al fin y a la postre debe interesarnos es si el relato funciona como novela. Creo que mi respuesta se deduce fácilmente de lo que vengo aduciendo; pero además, incluso a aquellos que nos interesamos por la María Moliner persona, ahora, tras leer esta novela, sabemos mucho más de ella; lo que nos permite entender mejor su labor, las difíciles condiciones en que la desarrolló.
Baste recordar que, entre todas las mujeres escritoras que se han venido reivindicando en estos últimos años -algunas con justificación, y otras con apenas ninguna-, no parece que María Moliner figure entre las más revalorizadas, y ello a pesar de que la posteridad, como anticipamos, se haya mostrado generosa con su legado.
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PS. Les propongo un ejercicio. Busquen en la prensa la definición que suele darse de woke y piensen en cómo lo hubiera definido María Moliner.
* Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.