Genio y tinta
Virginia Woolf
Prólogo de Ángeles Caso, introducción de Francesca Wade y traducción de Ana Mata Buil
Lumen
Barcelona
2021
"Libros de cocina y guías de viaje y hasta poesía y montones de obras de autores noveles". Virginia Woolf, recién llegada al mundo de la literatura, reseñaba todo lo que Bruce Richmond, editor del Times Literary Supplement, le hacía llegar. El primer encargo le llegó en 1905, a los 23 años, cuando la que más tarde firmaría La señora Dalloway acababa de dejar la casa familiar para mudarse a Bloomsbury. Su gran pelea era por entonces convertirse en "una mujer profesional", categoría que igualaba a la de "mujer libre": aquella que no dependía del dinero de otros y que organizaba su vida sin tener que dar cuentas a nadie. Ella pudo hacerlo gracias a la escritura. Pero también, y antes, a la lectura.
Esa historia, la de la escritora que encuentra su voz y su espacio en el clausurado mundo literario, es la que se cuenta en Genio y tinta (Lumen), un volumen que recoge 14 de los ensayos y reseñas que publicó Woolf en el Times Literary Supplement, entre 1916 (a los 34 años, cuando acababa de publicar su primera novela, Fin de viaje) y 1935 (a los 53 años, una década después de publicar La señora Dalloway y cuatro años después de Las olas). Los artículos, inéditos hasta ahora, se quedaron fuera de El lector común, antología compilada por la propia autora, y se publicaron por primera vez como libro en 2019 en el original en inglés de este volumen. En ellos se encuentran las impresiones de Woolf sobre Charlotte Brontë, a la que veía como una pionera y un referente, o sobre George Eliot, pero no parece hablar tanto en ellos la escritora como la lectora. Si es que ambas identidades pueden disociarse.
En "Horas en una biblioteca", Woolf distingue, con un punto de sorna, entre "alguien a quien le gusta aprender" y "alguien a quien le gusta leer": quien busca una finalidad en la lectura, dice, no puede apreciar la lectura en sí. "Leer de forma sistemática, convertirse en un especialista o una autoridad en determinado tema", dice, "puede acabar aniquilando lo que consideramos la pasión más humana por la lectura pura y desinteresada". No deja de ser curioso que lo diga quien, en ningún momento de su vida, ni cuando ya era una escritora más que consagrada, dejó de escribir reseñas para el Times Literary Supplement, algo que cualquiera podría considerar una forma clara de especialización lectora.
Pero lo cierto es que los ensayos de Genio y tinta conservan algo incorrupto: el placer puro de la lectura, de la lectura que huye del academicismo —Woolf era, al fin y al cabo, autodidacta— y que se preocupa especialmente tanto por el contexto de creación de la obra, las vicisitudes e intereses de su autor, como por el contexto de recepción, las vicisitudes e intereses de los lectores. Una lectura que pone a ambos en el mismo lugar, de igual a igual. En su diario, no dudó en definir así su labor de crítica: "Una prueba, antes de que muera, de la diversión & el placer que me ha proporcionado el hábito de la lectura".
Ver másVirginia antes de Woolf. La eterna huida de una mujer libre
El Times Literary Supplement le ofrecía unas condiciones favorables para dedicarse a ese placer. Por un lado, todas las reseñas se publicaban de manera anónima, algo que, como explica Francesca Wade en la introducción, la invitaba a "hablar como parte de una autoridad colectiva" y la ponían a salvo de la "desaprobación pública a raíz de sus opiniones quincenales", que sin duda habría llegado de firmar con nombre y apellido. Porque, cuidado, la escritora se quejaba de unas reseñas que consideraba generalmente "demasiado cortas y demasiado positivas", y llegó a decir: "Mi placer mayor al reseñar libros es decir cosas desagradables". Ay de ella si hubiera osado hacerlo sin la máscara del suplemento y con su nombre de mujer.
Pero, además, las reseñas le daban... dinero. Woolf desarrollaría más tarde en Una habitación propia (1929) la importancia de tener "una habitación propia y quinientas libras al año" para que las mujeres puedan crear en las mismas condiciones que los hombres, aunque a menudo se insista en lo primero y se olvide lo segundo. La experiencia práctica de esta idea comenzó a vislumbrarla gracias a su trabajo en el Times Literary Supplement, uno de los primeros espacios donde remunerarían su trabajo y donde comenzaría ella a pensarse como escritora (que las libras recibidas le permitieran, además, comprar "un cubo para el carbón" o pagar "una mesita caprichosa" no parece tampoco desdeñable).
Pero "la sensación de independencia conseguida con su trabajo", escribe Wade, "no era meramente, ni siquiera principalmente, económica". En la práctica semanal de la escritura —anónima, recordemos—, Woolf se entranaba para acallar la voz del "Ángel del Hogar", esa máscara de la mujer victoriana que ella resumía en un lema: "Nunca dejes que nadie adivine que piensas por ti misma". El trabajo para el Times, se nos dice en la introducción, la ayudó "a desmontar las presuposiciones acerca de cómo debían pensar y comportarse las mujeres". Llegó a una conclusión: "Me prometí que diría lo que pensaba y que lo diría a mi manera". Y si fue capaz de hacerlo quizás también tuvo que ver con la lectura, con Brontë y con Eliot y con Elizabeth Barrett Browning. Leyéndolas, pensando en ellas y su obra y escribiendo sobre ellas, Woolf se acercaría a lo que en palabras de Wade es el tema principal de Una habitación propia: "cómo la vida de las mujeres se ha visto acotada y restringida por expectativas sociales perniciosas". Un asunto como ese no podía ser el tema principal de una sola reseña. Ni siquiera el de un solo libro. Quizás, solo quizás, el de toda una vida.
Genio y tinta