Mikel Erentxun: “Me considero mejor compositor que cantante”

Si los de Bilbao pueden nacer donde quieran, ¿iban a ser menos los de San Sebastián? Que se lo cuenten a Mikel Erentxun, donostiarra de pro venido al mundo en Caracas. Mitad de uno de los grupos de referencia de los ochenta y noventa, Duncan Dhu, fue como tal representante en su acepción más amplia de aquello que convino en llamarse el Donosti Sound, identificado con grupos como La Buena Vida, Le Mans o Family. Si el mayor (y, por otro lado, único) disco de estos últimos lleva por nombre Un soplo en el corazón, Erentxun, que no encuentra “paralelismos” entre estas bandas y la suya más allá de que “todos éramos” de la ciudad vasca, coincide con aquellos –aunque de forma anecdótica- en haber recurrido al mismo órgano para dar nombre a su más reciente álbum en solitario, Corazones.

No fue un soplo como el de la película de Louis Malle, aunque sí una cardiopatía, la que lo postró en el hospital hace un par de años. “Me sentí en el filo de la vida”, recuerda hoy en plena salud, “pero cuando salí estaba muy reforzado”. Lo que se propuso devolverle a la existencia que por un momento creyó perder fue música, la mejor que pudiera componer. Ya con el álbum en la calle, se atreve a decir que lo ha conseguido, que le ha salido “un gran disco”. Uno con el que, de cara a futuras incursiones, le resultará “difícil competir: de hecho, la compañía discográfica no se decidía por el singlesingle (finalmente El hombre que hay en mí), porque había muchos candidatos”. “Corazones nace de un momento especial y reúne muchas cosas”, abunda el músico (1965), para explicar que después de un trance como el que él atravesó, “te salen cosas súperprofundas, hay una carga emocional insuperable”.

Se levantaba Erentxun este martes, como explica a modo de disculpa por el cansancio acumulado, a las 6.30 de la mañana. Tiene que cumplir las obligaciones propias de la promoción de sus Corazones, distribuidos en 16 temas en los que, de un modo u otro, aparece siempre esa palabra escondida entre las letras, todas firmadas por él a pesar de que “me cuesta mucho escribirlas”. “Son canciones redondas”, se jacta, a la vez que de un tono animado, a pesar de provenir de un lugar oscuro de su biografía. “Aunque sí hay dos o tres canciones más sensibles, más escritas a flor de piel”, apunta mientras tamborilea con los dedos en el sofá, dando muestra de que la fatiga no puede con su nervio.

Con más de 20 discos en su currículo, bien en asociación con Diego Vasallo -con quien dice podría volver a reunirse para "cerrar ciclo"-  o por su cuenta, Erentxun ha conseguido en este algo inédito hasta la fecha: componer todos los temas y tocar casi todos los instrumentos. “Históricamente siempre he hecho primero la música, pero para este el proceso ha sido un poco al revés”, explica sobre el trabajo de composición que, “como siempre”, ha quedado grabado en analógico. Más que nada “porque siempre lo he hecho así y ya no tengo edad de cambiar”, aunque también “porque me gusta más, porque los discos digitales suenan todos igual”. Un signo del cambio de los tiempos que se une a la “vergüenza” de ser el país de la UE con el IVA cultural más alto. “Aunque no puedo quejarme”, dice sobre su supervivencia en esta crisis, “ahora hay que trabajar el doble para cobrar la mitad”.

De su reconocible voz, dice el cantante que “en un par de canciones” ha probado con “un registro no habitual, porque me gusta experimentar”. Asegura, no obstante, que aunque aquí ha “cantado como me gusta”, no se siente demasiado a gusto escuchándose a sí mismo. “Cuando era joven sí”, dice, “pero en realidad me considero mejor escritor de canciones que cantante”. La efervescencia musical de su Donosti, donde está grabado el vídeo de su sencillo, bien podría deberse, como aventura, al "mal tiempo", que obliga a resguardarse y buscarse un quehacer, o también "a la proximidad con Francia, porque mucha música llegaba a través de la frontera". Comoquiera, allí se forjó su vocación y profesión, por la que dejó aparcada la arquitectura que estudió en la universidad, y a la que probablemente se dedicaría hoy si hubiera tomado otro camino. “Y eso que es un sector”, reconoce, “que con todo este boom de la construcción está todavía peor”.

Si los de Bilbao pueden nacer donde quieran, ¿iban a ser menos los de San Sebastián? Que se lo cuenten a Mikel Erentxun, donostiarra de pro venido al mundo en Caracas. Mitad de uno de los grupos de referencia de los ochenta y noventa, Duncan Dhu, fue como tal representante en su acepción más amplia de aquello que convino en llamarse el Donosti Sound, identificado con grupos como La Buena Vida, Le Mans o Family. Si el mayor (y, por otro lado, único) disco de estos últimos lleva por nombre Un soplo en el corazón, Erentxun, que no encuentra “paralelismos” entre estas bandas y la suya más allá de que “todos éramos” de la ciudad vasca, coincide con aquellos –aunque de forma anecdótica- en haber recurrido al mismo órgano para dar nombre a su más reciente álbum en solitario, Corazones.

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