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Montalbano habla español: traduciendo a Camilleri

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Con su muerte este miércoles, Andrea Camilleri (Porto Empdocle, 1925 – Roma, 2019) deja huérfanos a los lectores que han seguido, desde mediados de los noventa, las aventuras y desventuras de su comisario Salvo Montalbano. Pero, con su marcha, a los 93 años, el escritor deja también solos a quienes han sido unos fieles escuderos en la difusión de su obra: sus traductores. Serge Quadruppani en francés, Stephen Sartarelli en inglés y una cadena de traductores en español han sido el eco del siciliano por el mundo. Son responsables, con su buen hacer, de que su particular lenguaje, construido con una argamasa de italiano y siciliano, su humor sutil y su mano con el habla popular llegara intacto al otro lado del papel. Han sido Camilleri donde Camilleri no llegaba. 

No es raro que Carlos Mayor, traductor actual de la serie de Montalbano y responsable de diez de sus libros en español, se sienta un poco extraño. Al otro lado del teléfono, cuenta que hasta el pasado domingo estuvo asistiendo en Italia a un congreso precisamente sobre Camilleri, en el que él y otros colegas contaron los retos de su labor y las soluciones creativas que habían encontrado para llevarla a buen puerto. "Tantos días hablando de él... Te quedas algo tocado", admite. Él llegó a la saga heredando el trabajo de dos compañeras, Teresa Clavel y María Antonia Menini, primera traductora del autor en España. "Para mí ha sido como un sueño, porque yo admiraba mucho a Camilleri, le había leído muchísimo, y me ha dado tantas cosas...", recuerda. Pero también ha sido un reto. 

Cuando Camilleri se hizo fuerte en la escena literaria italiana, tenía casi setenta años. Tras algunos títulos sin gran repercusión, su Salvo Montalbano, bautizado en honor a Manuel Vázquez Montalbán, le granjeó un éxito casi instantáneo. Pero la ficticia Vigàta, inventada a partir de su Porto Empedocle natal, venía con su propio idioma. Algunos lo llamaron camilleriano, él se refería a él como vigatés, pero esa lengua no era otra cosa que un híbrido del italiano y el siciliano. Uno tan particular, eso sí, que cuando se comenzó a traducir al español, ya en los 2000, los propios italianos se preguntaron si tal cosa era posible

"El discurso de lo que se considera traducible o intraducible se pierde muchas veces en la percepción que tiene el que lo plantea", advierte Mayor. Porque, cuenta, si los italianos consideraban que el de Camilleri era un lenguaje "raro" era porque para ellos era "nuevo". Eso no quiere decir que no existiera. "Hay muchos italianos, incluso críticos, que creen que es un invento de Camilleri, pero es un trabajo de memoria y recreación impresionante", señala el traductor. De hecho, entre sus libros de consulta figuran un diccionario italiano y otro siciliano del siglo XIX. La mayor parte de las veces que detecta una palabra desconocida, es allí donde la encuentra. El escritor se convertía así en depositario de un habla en proceso de desaparición, vuelta a la vida en las bocas de sus personajes. Una lengua que a él mismo le quedaba físicamente lejana: abandonó Sicilia por Roma siendo muy joven, y en los últimos tiempos regresaba a la isla solo una vez al año. 

El peso de la oralidad

David Paradela ha sido el último en llegar. Suyas son las traducciones de los volúmenes más ensayísticos del autor: Mujeres, en Salamandra, donde está la mayor parte de su obra, y Gotas de Sicilia, en Gallo Nero. En el primero encontró a un Camilleri sencillo, directo, lejos de los juegos verbales de Montalbano y sus compañeros de aventuras. En el segundo, que recoge sus relatos-artículos publicados en L’Almanacco dell’Altana entre 1995 y 2000, sí se topó de bruces con esa forma de expresión que tanto dolor de cabeza ha dado a sus traductores. A la pregunta de "qué hacemos con esa cosa rara que no es ni italiano ni siciliano", cuenta Paradela a este periódico, cada uno ha respondido con "un enfoque distinto". Los primeros volúmenes, cuenta, tendieron a ceñirse a un castellano más formal que el italiano utilizado por el escritor, renunciando a "todo ese juego lingüístico". Pero él mismo se permitió ciertas licencias, utilizando incluso una "mezcla de castellano, italiano y siciliano". 

Porque aquí entra otra de las dificultades de traducir a Camilleri: la serialidad. No se trata solo de que los sucesivos responsables del trabajo tengan que ser fieles a la voz del autor. Es que tienen que ofrecer una continuidad entre sus personajes: los tonos que usan, en qué registro hablan, cómo se relacionan los unos con los otros... "Me he tenido que subir a un tren en marcha, había mucho que ya estaba hecho, el lector espera ciertas cosas y tú no puedes darle gato por liebre", dice Mayor. Él ha optado por mantener ciertas decisiones, pero también se ha permitido —con el paso del tiempo, porque en sus comienzos tuvo "demasiado miedo"— dejar que su traducción evolucione, de la misma manera en que ha ido cambiando la propia serie. Él ha optado por jugar con los registros para marcar claramente cuándo se habla en siciliano y cuándo en italiano, y el cambio entre uno y otro. Y asegura que para hacerlo, sorprendentemente, ha acabado tomando decisiones similares a las adoptadas por los traductores a otros idiomas, como el francés o el catalán. "Hemos ido aprendiendo todos juntos", dice, con cierto orgullo. 

'Arancini'

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Y luego está la oralidad. Como recuerdan tanto Paradela como Mayor, Camilleri era un hombre de teatro. Antes de dedicarse a la novela, desarrolló toda su carrera dentro de la RAI, tanto en radio como en televisión, con especial dedicación al guion y las adaptaciones escénicas. Eso se nota en el poco peso que tienen las descripciones en sus textos, observan ambos, pero también en el gusto con el que maneja el diálogo. Aquí está de nuevo lo que Mayor llama su "capacidad de reproducción", su buen oído para el uso del idioma, su manera de captar cómo se transformaba dependiendo de quién, dónde y en qué situación lo hablara. Para referirse a esto, Paradela glosa la relación del siciliano con "lo popular": "Sabe contar lo que ve o lo que recuerda sin convertirlo, digamos, en un cliché, en una caricatura, y de una forma que parece casi como si lo tuvieras delante". 

Por eso dice Carlos Mayor que Camilleri fue un escritor de la memoria. De la memoria histórica, con sus aproximaciones a ese género, lejos de Montalbano. De la memoria política, en la imbricada red social en la que insertó a su comisario. De la memoria del habla, que recuperó, remendó y renovó. Y de la memoria personal. El libro que tiene ahora entre manos se titula Háblame de ti, y ha resultado una despedida especialmente emocionante. "Está dedicado a su bisnieta Matilda, porque él ya sabía que no la iba a ver crecer, y entonces le cuenta su vida para que ella la conozca y la tenga consigo", cuenta el traductor. También se lo contará en otoño a los lectores españoles, en esa otra voz en castellano que también es la suya.  

 

Con su muerte este miércoles, Andrea Camilleri (Porto Empdocle, 1925 – Roma, 2019) deja huérfanos a los lectores que han seguido, desde mediados de los noventa, las aventuras y desventuras de su comisario Salvo Montalbano. Pero, con su marcha, a los 93 años, el escritor deja también solos a quienes han sido unos fieles escuderos en la difusión de su obra: sus traductores. Serge Quadruppani en francés, Stephen Sartarelli en inglés y una cadena de traductores en español han sido el eco del siciliano por el mundo. Son responsables, con su buen hacer, de que su particular lenguaje, construido con una argamasa de italiano y siciliano, su humor sutil y su mano con el habla popular llegara intacto al otro lado del papel. Han sido Camilleri donde Camilleri no llegaba. 

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