La nueva derecha ultra, desacomplejada y populista, ha conseguido incorporar al debate político lenguajes y objetivos que parecían prohibidos, porque la historia los había mandado al cajón de lo inadmisible.
Esa dignidad recuperada se percibe también en el regreso de textos y librerías que hace no tanto nos parecían desterrados e irrecuperables. En los últimos años hemos discutido si hay que vender libros como Mein Kampf, de Adolf Hitler, reeditado en Alemania (un best seller inopinado) tras años de prohibición; o qué ocurre con las obras de autores como Céline, del que en Francia quisieron recuperar unos textos.
En Gran Bretaña, por ejemplo, el debate gira en torno a si librerías respetables deben vender determinadas obras. Así, hace unos meses un grupo anti racista denunció que Waterstones, Foyles, WH Smith y también Amazon blanqueaban libros ofensivos, que al ofrecerlos a sus clientes los legitimaban, una acusación de la que algunos de los señalados se defendieron diciendo que ellos no eran censores.
Diferente cuestión se plantea cuando una editorial se posiciona, o cuando una librería ultra levanta la persiana…
En Alemania
En marzo, la Feria del Libro de Leizpig fue escenario de un debate que, en la cuna del nazismo, tiene una importancia capital: cómo comportarse frente a autores y editores de extrema derecha.
El asunto, contaron las crónicas, coleaba desde una convocatoria librera anterior, la Feria de Fráncfort, que se presenta a sí misma como la cita de “ideas que mueven el mundo”. Pues bien, ése fue el lugar elegido por el editor Götz Kubitschek, al que muchos consideran ideólogo de las nuevas derechas alemanas, para realizar un acto que fue boicoteado por manifestantes. Soy “el generador de ese susurro que está detrás de cada partido”, gusta decir. Se refiere a Alternativa por Alemania (AfD) y al movimiento Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente).
El incidente animó a una librera de Dresde, Susanne Dagen, a redactar un manifiesto (Charta 2017) que defiende la libertad de expresión y pide un debate abierto con esos autores. “No somos censores, por eso tenemos que tener esa literatura en nuestra oferta”, escribe. No todos lo suscriben: Manfred Keiper, cuyo establecimiento en Rostock ha sufrido ataques neonazis, se niega a vender libros de esas editoriales.
En Francia
Esta misma semana, el semanario francés L’Express publica un artículo dedicado a una librería que marca un cambio de tendencia: es de extrema derecha y se ubica en el Quartier latin, por así decirlo, en territorio enemigo, a dos pasos de la Sorbona.
“Cincuenta años después de Mayo del 68, la verdadera derecha vuelve al París intelectual y estudiantil. Desde esta librería, lideraremos una auténtica guerrilla cultural”, declara el responsable de La Nouvelle librairie, François Bousquet, redactor jefe de la revista Éléments, que se define como “la revista de ideas para Europa” y que es definida como la revista que guía a la nueva derecha.
Lo curioso, según el reportaje, es cómo la librería presenta su oferta. Sin complejos, sí, porque al entrar se ve una cabeza de jabalí (un tótem galo), un busto dorado de Juana de Arco y un retrato de Céline. Pero con precauciones. Al lado de la caja hay una hucha con la efigie de Karl Marx y en la planta baja ofrece publicaciones, digamos, aceptables para el gran público; es en el primer piso, reservado a los libros de segunda mano, donde la tienda muestra su verdadera cara: historia del III Reich, obras de fanáticos antisemitas, de autores que pertenecieron a las SS...
En Italia
Pero es sin duda en Italia donde el fenómeno ha adquirido mayores proporciones, quizá porque se inscribe en un movimiento mucho más amplio: CasaPound.
Este conglomerado liderado por el (en origen) productor musical y cantante Gianluca Iannone (que pasó tres años de su vida en el ejército), se ha convertido en el movimiento político fascista más importante y expansivo: tiene sedes y militantes, bares, asociaciones deportivas, asesoría fiscal telefónica, medios de comunicación… y sí, librerías.
Porque la literatura está presente no sólo en su nombre, Pound, en honor del poeta estadounidense Ezra Pound, antisemita seguidor de Mussolini: todo comenzó con la ocupación de un edificio rebautizado como “Casa Montag”, en referencia a Guy Montag, el bombero que quema libros en Fahrenheit 451.
“Lo importante es generar contra información y ocupar territorio”, ha declarado Iannone (cuyas librerías han sido objeto de ataques). “Estamos en las calles, en los ordenadores, en las librerías, en las escuelas, en las universidades, en el gimnasio, en la cima de las montañas o en los quioscos”. Y sí, aunque sus incursiones en la arena política se han saldado con fracasos porque no tienen el respaldo de los votantes, sus organizaciones sociales y culturales alcanzan secciones de la sociedad italiana donde partidos tradicionales y otras organizaciones (la Iglesia y los sindicatos) tienen dificultades crecientes. Como leemos en The Routledge International Handbook on Hate Crime, “su atractivo social y cultural significa que una fuerte fuerza antisistema y antidemocrática en el corazón de la política italiana”.
En España
El caso más conocido es el de la barcelonesa Librería Europa, propiedad de Pedro Varela, cuyo final (que podía haber sido meramente administrativo: carecía de licencia) vino propiciado por una operación lanzada por el fiscal especial para delitos de odio. Eso sí, Varela perseveró: el año pasado fue condenado a seis meses de prisión por editar ilegalmente Mein Kampf.
La hemeroteca también guarda memoria de lo ocurrido con la librería Kalki y Ediciones Nueva República, de Molins de Rei: sus cuatro responsables fueron condenados por difundir ideas genocidas, contra los derechos y libertades. Posteriormente, el Tribunal Supremo los absolvió: los jueces, con un voto discrepante, consideraron que la Constitución “no prohíbe las ideologías” y que “las ideas, como tales, no deben ser perseguidas penalmente”.
Una decisión que lamentó la Federación de Comunidades Judías de España: “Los judíos españoles vemos con mucha preocupación que la Justicia española, tan sensible para determinadas situaciones, no considere la venta de libros que niegan el Holocausto y promueven el racismo contemplado en nuestro Código Penal como un delito tipificado”.
Esta misma Federación denunció en 2013 lo ocurrido en No Sólo Militaria, la feria del coleccionismo militar, “en la que participan el Ministerio de Defensa junto a librerías de extrema derecha como Librería Europa, Barbarroja y la Asociación Cultural de Amigos de León Degrelle (jefe belga nazi que vivió en España) se vendieron numerosas piezas (auténticas o no) de judíos deportados a campos de exterminio nazi. También se vendieron numerosos objetos de propaganda nazi”.
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“¿Los libros de extrema derecha están prohibidos? Mein Kampf lo vende El Corte Inglés”, explica Alfonso Ruiz de Castro, vicepresidente de la Fundación Don Rodrigo, quien asegura que también se vende El Capital. No Sólo Militaria, afirma, son ciento y pico puestos y en algunos venden libros. “¿Hay algún decálogo de libros prohibidos? Si me lo dan, les diré que no se pueden vender”. En su opinión, es vergonzoso el punto al que hemos llegado, menciona la aversión a los libros que “empezó Stalin, siguió Hitler, luego Pol Pot… esto es Fahrenheit 451”.
Ahora mismo, en la web encontramos puntos de edición y venta como la Librería Barbarroja, un “novedoso proyecto de venta a distancia de productos de entretenimiento”, que dice respetar la legislación vigente y que entre otras actividades edita (en comandita con las Ediciones Esparta) y distribuye libros “deacuerdo [sic] con su ideario fundacional”; y la Editorial Kamerad, que se define como “un proyecto cultural y formativo, planteándose, ya desde el primer momento de su concepción, el desinteresado propósito de erigir una biblioteca virtual de donde pudiése [sic] descargarse de forma totalmente gratuita la prolífica literatura nacionalsocialista de los primeros tiempos de lucha hasta nuestros días”).
Pero entre nosotros el debate no existe. Quizá la emergencia de un movimiento ultraderechista con presencia social y representación política cambiaría las cosas…
La nueva derecha ultra, desacomplejada y populista, ha conseguido incorporar al debate político lenguajes y objetivos que parecían prohibidos, porque la historia los había mandado al cajón de lo inadmisible.