Por fuera, parecen barracones de madera, habitaciones prefabricadas o extraños decorados teatrales. Pero, por dentro, resultan ser algo más lúgubre. Son tres habitaciones oscuras, mazmorras sui géneris, claramente celdas. Tres reproducciones de las checas diseñadas por el oscuro Alfonso Laurencic en Barcelona y en Valencia durante la Guerra Civil, a petición del Servicio de Inteligencia Militar republicano, para servir como centros de detención y tortura de sublevados y quintacolumnistas. Las firma el artista Pedro G. Romero (Aracena, Huelva, 1964), como parte de su Archivo F.X., en el que estudia desde los años noventa casos de iconoclastia a lo largo de la historia española, desde 1845 a 1945. El proyecto, un gran diccionario que relaciona historia y arte contemporáneo, se cierra con una serie de exposiciones: la primera de ellas, en torno a las polémicas checas, se inaugura el 24 de mayo en el Centro de Arte Dos de Mayo de Madrid y llegará también al Museu Nacional d'Art de Catalunya (Barcelona) y a La Nau de la Universitat de València.
Si Pedro G. Romero, una de las figuras clave del arte contemporáneo español, habla de iconoclastia en este caso es porque las tres chekas (así, con k, las escribe el autor, para distinguirlas de los demás centros de detención) fueron construidas en iglesias ocupadas: la de la calle Vallmajor y la calle Zaragoza en Barcelona, y la del convento de Santa Úrsula en Valencia. La reproducción de la primera, seguramente la más conocida, fue construida para el proyecto Arte y cárcelArte y cárcel, desarrollado en 2003 para el MEIAC de Badajoz, levantado sobre el solar de la antigua prisión pacense. La relación estaba clara: Laurencic, ciudadano francés que llegó a Barcelona siendo un niño, dijo haberse inspirado, para el diseño de las celdas, en los presupuestos de la Bauhaus y la estética de las vanguardias de principios del XX. Las piezas de Pedro G. Romero subrayan este lazo relacionando cada uno de los habitáculos con una obra de arte contemporánea (respectivamente, Décor, de Marcel Broodthaers; Notes on sculpture, un texto de Robert Morris; y Ninhos, de Hélio Oiticica). Pero suponen también una inevitable reflexión sobre la memoria y la eficacia de la propaganda.
Reconstrucción de la checa construida por Laurencic en el convento de Sanjuanistas de la calle Zaragoza de Barcelona. Archivo F.X. / MNCARS
La muestra Habitación, comisariada por Ángel Calvo Ulloa y Nuria Enguita, reúne distintas obras del artista y de otros colaboradores del Archivo F.X., producidas durante años en torno a las chekas o, más ampliamente, en torno a la detención, la tortura y el arte. En una de las paredes, Quico Rivas recoge recortes de prensa sobre el uso de música pop y rock contra los reclusos de Guantánamo. Pero también juega con los documentos oficiales de la época —los folios de la Causa General franquista contra la "dominación roja" se desparraman sobre uno de los muros— y con la historiografía que ilustra, más mal que bien, las celdas de Laurencic —hay, incluso una refutación de un libro del escritor ultraderechista César Vidal—. En unos y otros, el francés de familia austrohúngara aparece retratado como un genio del mal, alumno de la Bauhaus formado en modernas formas de tortura, espía internacional y anarquista convencido que ideó el sistema de checas republicano. Tanto Pedro G. Romero como la periodista Susana Frouchtmann, autora de la nueva biografía El hombre de las checas(Espasa), contradicen esta idea.
El artista describe a Laurencic como "un pícaro"; la periodista, como "un oportunista". De buena familia, pasa varios años en el Berlín de Weimar, donde trabaja como decorador, antes de regresar a Barcelona huyendo del nazismo. En Cataluña se gana la vida como director de orquesta en algunos locales de la alta burguesía hasta que la guerra acaba con la animada vida nocturna de la ciudad. Afiliado primero a CNT y luego a UGT cuando la primera pierde fuerza, se presentará voluntario ante la Jefatura de Orden Público, creyendo que eso le facilitará acceder a ciertas esferas. Después será apresado "no por traición", señala Frouchtmann a este periódico, sino por "malversación de fondos" y por vender pasaportes falsos a quienes se apresuran a cruzar la frontera. Según la biografía recién editada, él mismo estaría encarcelado en Vallmajor y en un campo de trabajo valenciano antes de convencer a los responsables del Servicio de Investigación Militar, oficina de inteligencia creada por Indalecio Prieto en 1937. Se presenta como arquitecto y estudiante de la Bauhaus, aunque no se han encontrado evidencias de ninguna de las dos cosas, y se ofrece a construir unas novísimas celdas de "tortura psicotécnica".
Las "chekas psicotécnicas" presentadas por Laurencic usaban una serie de dispositivos demenciales que debían preparar al preso para los interrogatorios: luces tintadas que debían entristecerle, superficies inclinadas para impedir el descanso, figuras geométricas inspiradas en el arte de vanguardia que tendrían que alterar su conciencia, ladrillos colocados de canto en el suelo para dificultar los paseos por la celda o relojes que atrasaban o adelantaban para que la hora del (mísero) rancho pareciera no llegar nunca. Una violencia, en realidad, nada innovadora: la privación del sueño, la mala alimentación o la restricción de movimientos se dan en dependencias policiales y cárceles actuales, incluso en las democracias europeas. El discurso de Laurencic iba revestido, en cualquier caso, de un conocimiento de experto que no era tal. "¿Cómo un pícaro es capaz de convencer al SIM?", se pregunta Romero. No hay respuesta.
Celda de la 'cheka' de la iglesia de Vallmajor, en Barcelona, recogida en la Causa General franquista.
Tras su detención, juicio y ajusticiamiento, Laurencic pasa a ser una suerte de genio del mal republicano. "A Franco le viene muy bien", dice Frouchtmann, porque la mayor parte de los responsables del SIM huyeron. Entonces dice: 'Tenemos al responsable de las checas de Barcelona". En realidad, lo sería solo del diseño de dos y ningún documento menciona su participación en las torturas. En gran medida, el culpable de esta concepción fue el crítico taurino Rafael López Chacón, que abandonó el ruedo para publicar, en 1939, Por qué hice las checas de Barcelona: Laurencic ante el Consejo de Guerra. La crónica partía de la declaración del francés en el juicio pero se aventuraba bastante más allá del rigor histórico. "Luego se va repitiendo lo que este hombre dice de él", critica el historiador José Luis Martín Ramos, experto en este período y autor de Guerra y revolución en Cataluña 1936-1939 (Crítica). "Es una fuente muy discutible". El catedrático de Historia Contemporánea desaprueba que se tomen como "fuente indiscutible" tanto los documentos judiciales como la Causa General: "Huele mucho a propaganda". "Yo no sé por qué la gente se piensa", añade Pedro G. Romero, "que esto de la posverdad es una cosa nueva".
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Martín Ramos advierte que la historiografía sobre el SIM, las checas y el propio Laurencic es muy limitada por la escasez de "documentación correspondiente" y de "fuentes directas". El concepto de las checas (adaptación de Chrezvichàinaia Komissia, policía políticomilitar soviética) aglutina tanto centros de detención clandestinos de organizaciones políticas como de instituciones republicanas, como el SIM, sin que existan documentos "encontrados y trabajados" de que existiera un plan superior, procedente del Gobierno, que ordenara las torturas. "Que hubo malos tratos fue seguro, igual que sucedía en la mayoría de prisiones y comisarías de la época, también antes de la guerra, pero no hay información suficiente sobre su organización o el nivel de maltrato", apunta.
Este vacío, copado por la propaganda, justifica en parte la fascinación por Laurencic. Pedro G. Romero añade otro elemento: "Las chekas ponen el dedo en un asunto que va más allá de la propia anécdota histórica, que es que lo que sirve para hacer el bien también sirve para hacer el mal. Indudablemente, Kandinsky no pensaba que sus teorías iban a ser utilizadas con la idea de torturar, y eso abre una brecha en las construcciones morales de Occidente". Salvando todas las distancias, es un horror similar al que produce la medicina, que debe curar, en las manos de Josef Mengele, el cruel doctor de Auschwitz que solo destruía. Pedro G. Romero habla de las chekas de Laurencic como una "monstruosidad intelectual". Pero señala que las humildes celdas de detención, sin luces ni colores, usadas en otros espacios, republicanos o sublevados, sean seguramente igual de monstruosas. "Pero son", dice el artista, "menos eficaces propagandísticamente"-
Por fuera, parecen barracones de madera, habitaciones prefabricadas o extraños decorados teatrales. Pero, por dentro, resultan ser algo más lúgubre. Son tres habitaciones oscuras, mazmorras sui géneris, claramente celdas. Tres reproducciones de las checas diseñadas por el oscuro Alfonso Laurencic en Barcelona y en Valencia durante la Guerra Civil, a petición del Servicio de Inteligencia Militar republicano, para servir como centros de detención y tortura de sublevados y quintacolumnistas. Las firma el artista Pedro G. Romero (Aracena, Huelva, 1964), como parte de su Archivo F.X., en el que estudia desde los años noventa casos de iconoclastia a lo largo de la historia española, desde 1845 a 1945. El proyecto, un gran diccionario que relaciona historia y arte contemporáneo, se cierra con una serie de exposiciones: la primera de ellas, en torno a las polémicas checas, se inaugura el 24 de mayo en el Centro de Arte Dos de Mayo de Madrid y llegará también al Museu Nacional d'Art de Catalunya (Barcelona) y a La Nau de la Universitat de València.