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Las penurias del trujamán y sus amigos

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Es una queja repetida. No sólo en el ámbito editorial, desde luego. Pero también en el ámbito editorial.

El pasado 20 de enero, Edurne Portela tuiteó:

 

El 1 de marzo fue el turno de Xavier Mas Craviotto: "Gentes del mundo: las correcciones, como cualquier otro trabajo, se PAGAN. Sí, se pagan porque es un servicio como cualquier otro, y hemos estudiado mucho para poder ofrecéroslo. Los que hacemos correcciones también comemos, sí. Insólito". 

 

Hablé con Xavier. "Estoy terminando la carrera de Filología Catalana y ya me lo he encontrado en numerosas ocasiones: gente que te pide que revises los textos sin pagar, gente que está dispuesta a pagarte, pero te dice que no hace falta que sea una corrección profesional..."

Evidentemente, quienes se dirigen a él en esos términos son unos aprovechados. "Es un claro reflejo de la infravaloración que reina en nuestra sociedad hacia el trabajo del ámbito de las humanidades. No me imagino alguien llamando al fontanero para que ‘le arregle la caldera, pero no mucho’ o alguien enviando un mensaje a un amigo dentista: 'Oye, me duele la muela. ¿Me lo miras en un momento?'. Los trabajos de humanidades, como todas las otras, también se pagan, pues hemos estudiado mucho para poder ofrecerlas con rigor y profesionalidad".

El enemigo del traductor

Amelia Pérez de Villar es escritora, traductora, y acaba de publicar un libro en el que recoge textos ya publicados y otros hasta ahora inéditos en los que reflexiona sobre el trabajo que desarrolla como… trujamán (persona que explica lo dicho en otra lengua).

"Escribir es una manera de organizar pensamientos, desde una simple nota en un post-it o una agenda hasta un ensayo. Pero Los enemigos del traductor no son textos dispersos: tienen un hilo conductor y un denominador común, que es la reflexión sobre el oficio de traducir en sus más diversas facetas: los problemas y satisfacciones que dan los sinónimos, el horario indeterminado, la pasión por la literatura, la importancia de tratar con otros colegas y participar todo lo posible en actividades colectivas… Son muchas cosas".

Lleva tiempo reivindicando la tarea de los traductores, y ha impulsado la campaña @crediAME, cuyo objetivo es que se mencione al traductor en las reseñas que se publican en los medios. "La prensa en general no entiende que hay que citarnos. En la ficha bibliográfica de un libro, si es traducido, tiene que figurar el traductor". Afirma que el lector, gracias a esa iniciativa, está empezando a fijarse, y que eso es bueno para todos; y que, según le dicen muchos libreros, no es infrecuente que cuando alguien va a pedir un libro traducido, si hay varias traducciones disponibles, elija la de un profesional antes que la de otro. "Esto es diversidad y, por lo tanto, síntoma de buena salud. Si se da a conocer nuestra tarea, se contribuye a su difusión, que es nuestra forma de presentarnos al mundo. Así nos conocen los lectores, pero también los editores (que tienen que seguir dándonos trabajo, porque nosotros nos quedamos en el paro cada vez que acabamos un libro) y los periodistas. Así, en definitiva, se construye una carrera profesional y una reputación".

Una carrera en la que algunos quieren tomar atajos, o deciden quemar etapas, trabajando por poco, e incluso gratis, creyendo que esa buena disposición les permitirá hacerse más tarde un hueco en el mercado laboral. "El otro gran problema de los que trabajamos en ámbitos de humanidades es siempre la gran tensión entre la remuneración económica y la autopromoción —explica Mas Craviotto—. Por ejemplo, te invitan a dar charlas sin pagar 'porque así te promocionas'. Pero también hay que comer y pagar el alquiler".

Ocurre que no hay tarifas fijas. "La Ley de Competencia vigente en nuestro país no permite a las asociaciones establecer unas tarifas recomendadas" leemos en la web de Ace Traductores, que remite a los libros blancos publicados por la asociación para consultar "datos estadísticos aportados por los socios que ofrecen una visión general de las condiciones laborales del traductor de libros".

En esas condiciones, dice Pérez de Villar, "no es posible establecer un baremo ni hacerse a la idea, a veces, de si lo estás haciendo bien o mal. Salvo por aproximación, claro, consultando con los colegas con los que más tratas". En cualquier caso, "se regatea, enormemente. No todos los editores, pero sí muchos".

El resultado es que muchos traductores trabajan a destajo, algo que va en detrimento de la calidad del trabajo, también de la pasión. "En cualquier tarea vocacional, esto no es bueno. Lo peor que ha ocurrido en esta profesión es que hay una afluencia desmedida de personas que quieren dedicarse a esto, y la competencia es enorme. Cuando se da una situación así quien reparte el trabajo tiene el poder de bajar las tarifas". Cierto, no todos los editores funcionan así, un buen editor sabe que un buen traductor es una inversión segura, tanto por calidad de trabajo como por imagen. "Pero también hay quien prefiere pagar menos, y quien está dispuesto a cobrar menos porque tiene otro trabajo o porque está obnubilado por ese romanticismo absurdo de 'como hago lo que me gusta, puedo hacerlo gratis'. Estamos torpedeando la profesión desde dentro. Por eso digo que los traductores somos nuestros peores enemigos".

Lo que hay detrás de un libro

Pérez de Villar no cree que los lectores se hagan idea de lo que supone traducir 200 páginas, "un libro normalito", pero quiere que sepan que traduciendo 200 páginas al mes, pagando la cuota de autónomos y descontando el IRPF "no queda para muchas alegrías". A veces se trabaja de lunes a domingo y muchos días las jornadas son de 10 horas "sentado al ordenador, tecleando". No es que se queje, pero lo que en la teoría podría no estar mal en la práctica merma por todas partes: "Para no perder el ritmo de trabajo/ingresos no puedes bajar la guardia. A la tarea de traducir, pura y dura, se añade la de buscar trabajo para cuando acabes lo que tienes entre manos cuando no tienes ya algo en perspectiva. Escribir o llamar a las editoriales. Ir a ferias, congresos, presentaciones. Cuando acabas la traducción, la entregas y estás ya con la siguiente en el mismo plan, llegan las correcciones de las que enviaste semanas atrás. Aparcas lo que estás haciendo y te pones a revisar las correcciones, porque el libro tiene que salir. Y así sucesivamente. No sé si el lector se hace a la idea de la ansiedad que genera terminar un libro, o estar a punto de hacerlo, y ver que no hay otro esperando. Si la situación se prolonga la cadena se rompe, y luego es mucho más complicado salir de ahí. No sólo es complicado crear un pequeño colchón financiero que te permita hacer frente a estos vaivenes. Es tremendamente difícil conservarlo".

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"A raíz del hilo que publiqué en Twitter —dice Xavier Mas Craviotto—, descubrí que es una situación muy común a la que la gente que se dedica a las correcciones, traducciones y humanidades en general tiene que enfrentarse a menudo".

A menudo y en solitario, aunque hay organizaciones, congresos, reuniones, pero… se diría que, por las circunstancias específicas de estas labores, cada uno hace la guerra por su cuenta. "Trabajamos solos, pero no creo que estemos aislados. Somos un gremio muy dado a las relaciones sociales, no creas". Amelia Pérez de Villar asegura que no viven en torres de marfil, mucho menos en la era de las comunicaciones. "Existe la creencia de que como no tenemos la hora del café que hay en las empresas no socializamos, pero celebramos nuestro café, nuestro 'recreo' (lo llamamos así, como en el colegio) en redes sociales y tenemos multitud de ocasiones de encuentro, profesionales o informales, institucionalizadas o no, sobre todo en las ciudades grandes".

En general, concluye, "somos gente activa". No les queda otra.

Es una queja repetida. No sólo en el ámbito editorial, desde luego. Pero también en el ámbito editorial.

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